«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

vendredi 31 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (II)

- Buenas noches.
- Igualmente. No me avises si tienes frío, ahí hay otra manta. Y en el armario de la salita, hay más.
- No te preocupes por mi, cariño. –y lanzas dos besos al aire, burlándote, para variar.
Te quitas los zapatos. Te desatas la corbata y los botones de la camisa. Te pones de espaldas a mí y te la quitas. La dejas sobre una silla. Estás jodidamente tremendo. Te odio, te odio, te odio.
- Buenas noches. – digo embobada.
- ¿Otra vez? – sonríes picarón. ¿He dicho que te odio?
- Bueno, pues que pases una mala noche.
Me voy a mi habitación y cierro la puerta de un portazo. Me desvisto lentamente, remoloneando por la habitación en ropa interior, por si se te ocurre entrar. Pero nada. Busco un pijama bonito, parece que mantengo la esperanza de que me veas. Quiero pero no quiero. En realidad quiero pero no te lo mereces. Y mi orgullo por encima de todo. Apago la lamparita.

Joder, Noa. Yo no quería esto. Tampoco que te enfadaras. Sabes de sobras que todo lo que digo no es porque sea un creído. Lo digo porque soy así, porque soy un chulo y se me escapa. ¿Qué debes estar haciendo?

Hostia puta, Marc. Sal de mi cabeza y déjame dormir. Es que ni contigo ni sin ti, macho. … Ojala te diera por venir. Haz algún ruido o algo. Tírate del sofá para que venga y me encandiles. ¿Tendrás frío? He sido un poco borde con lo de la manta. Yo sí que tengo frío, me faltas tú. ¿Qué debes estar haciendo?

Noa, ¿no tienes sed? Vamos, levántate, que yo te abrazo y te pido perdón por haber sido tan estúpido.

Marc, ¿no tienes ganas de ir al baño? Venga, va, que yo abro la puerta y te dejo que vengas conmigo aunque sea un ratito.

Visto que no vienes, Noa.

Por lo que veo, no vas a aparecer por aquí, Marc.

Voy al baño.

Voy a hacerme un vasito de leche.


Mejor no enciendo ninguna luz, qué vergüenza. Tampoco quiero que tengas una excusa para reírte más de mí, Marc. Abro la puerta con cuidado y camino descalza por el pasillo. Te oigo venir. Espera, no me jodas. Dime que no. Ahora que decido acercarme, vienes tú. Me rozas. Suspiras porque te has asustado, aunque si te lo preguntara me dirías que no. Te oigo sonreír.
- ¿A dónde vas?
- A hacerme un vaso de leche.
- ¿En serio?
- Claro. ¿Y tú?
- Al baño. Pero es mentira.
Tocas mi pelo. Respiras profundo cerca de mi oído. Pasas tu mano por mi cintura. Besas mi frente. Entrecejo. Mejilla. Oído. Cuello. Barbilla. Comisura. Sigue, por favor. Suspiras y me estrechas contra tu pecho desnudo.
- Me vuelvo al sofá. Hazte el vasito de leche y no te vayas a dormir muy tarde.
No me lo puedo creer. ¡Otra vez! Y encima te ríes. Es que, ¿cómo pude quererte conmigo? Otra vez te odio.
- Te odio. – me separo de tus brazos.
- ¿Por qué?
- Porque sí, porque te odio.
- ¿Ah sí?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque no hay quien te entienda.
- ¿Ah sí?
- ¡No! ¡Y cállate!
- ¿Que me calle? ¿Me vas a callar tú?
Me agarras del brazo.
- ¡Me sacas de quicio! ¡Déjame!
- Ven aquí.
Y me besas. Me acaricias el pelo. Mi espalda. Tu calor. Tus brazos. Me empujas hasta el sofá. Me tumbas. Me besas el cuello. El pecho. Mis labios. Suspiras. Me miras. Sonríes. Sigues. Me quitas la camiseta del pijama. Rozas mi tripa con tus dedos, muy suave. Se me pone la piel de gallina. Sonrío. Sonríes. Besito a besito bajas por mi cuello, mi pecho, mi tripa. Escalofrío. Me incorporo. Te beso. Te beso más. Te beso mucho. Te empujo, dejándote a mis pies. Tu cuello. Tu oído. Tu pelo. Tu pecho. Tu ombligo. Acaricio tus brazos. Entrelazo nuestras manos. Sigo besándote. Suspiras rápido. Te muerdo el labio. Se te escapa el aliento entre los dientes. Bajo la mano restante por tu pecho, tripa, paquet…
- Me voy a la cama, Marc. No te vayas a dormir muy tarde.



(y texto número 100. Feliz año nuevo.)

jeudi 30 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (I)

Estás sentado en el sofá y yo no puedo parar de moverme. Me miras, te percatas de lo nerviosa que estoy pero pones cara de estar haciéndome un favor con tu compañía. Cómo te gusta hacerme quedar mal, eh. Enciendo la televisión. Hago zapping pero no hay más que programas de prensa rosa. Los odio, pero tú tienes cara de interesado así que dejo el mando encima del sofá y me voy a meter las pizzas en el horno. No me molesto en preguntarte cuál es tu favorita. Cojo dos de cuatro quesos y arreando. Prefiero que no te gusten, que cenes mal, que te sienta mal la comida y no vuelvas más. Las meto a la vez, un poco estrujadas para ahorrar tiempo y que te vayas lo antes posible. Te he invitado porque con tu actitud me has obligado. Bueno, quizás había un poco de voluntad de mi parte. Pero ahora me arrepiento. Hubiese preferido cenar sola, no que ahora te tengo aquí y me siento intimidada. Me da miedo acercarme al sofá, por si me tropiezo y al caer, acabo encima de ti. Porque tú eres uno de esos hombres que no saben querer. Por eso me da miedo, Marc. Por eso no te acepto, no te trago. Por ese mismo motivo me pierdes tantas veces. Por eso odio tu chulería. No puedes conmigo. Y sé que lo único que quieres de mí es que me acueste contigo. Otra vez. - ¿Noa?
- ¿Sí?
- Ah, que pensaba que se te había tragado la tierra.
Por desgracia, no.
- Puedes ir sentándote en la mesa, - te hablo a voces desde la cocina - que a las pizzas les quedan un par de minutitos.
- ¿Y si te vienes ese par de minutitos aquí conmigo? Haciendo zapping he encontrado una película que parece que ha empezado hace poco.
- Em… sí, un momento.
Me lavo las manos, lentamente. Me seco hasta casi disecarlas. Camino por el pasillo hasta llegar al comedor. Me apoyo en el sofá.
- No muerdo, eh.
- ¿Estás seguro? – digo con ironía poniendo los ojos en blanco.
- Que no mujer, puedes sentarte. – y das dos palmaditas a tu lado, como si estuvieras indicándole a un perro donde debe sentarse. Qué estúpido. Me incorporo con mucha pereza y me siento en el sofá.
- ¿Cómo se llama la película?
- No lo sé.
- Ah. Tiene pinta de ser de miedo. A mí eso no me gusta. Cámbialo. – clic. – Mira, las pizzas.
Y te dejo ahí sentado, buscando torpemente menú del mando para ver la información de lo que están dando. Es de miedo, Marc. La vi la semana pasada en una tarde de esas en las que necesito sacarte de mi cabeza.
- ¿Dónde te vas a sentar? – digo con las pizzas en la mano.
- Donde tú me digas.
- Pues ponte aquí. Toma, córtate la pizza como quieras. Y con la mano, que sino luego hay que lavar cubiertos.
- Eh, que si lavar va a ser para tanto, lo hago yo antes de irme.
En realidad resultaría divertido verte con los puños de la camisa arremangados hasta el codo, el delantal…
- Nada, nada. La pizza se come con las manos y luego te vas a casa.
- ¡Eres más rancia!
- ¡Encima!
- Yo que pensaba que me invitarías a dormir…
- No.
- Hoy que estás sola…
- No.
- Y que no hay nadie que te haga mimitos…
- Que no, he dicho.
Te ríes. Creo que ha sido una muy mala idea ponerme justo delante de ti. Muerdes la comida con vicio. Para, Marc. Marc, ¡para!
- Admítelo, Noa. Te pongo. Por eso me tienes tanto miedo.
- ¡¿Pero qué dices?! ¡Cállate, anda!
- ¿Que no? Hagamos la prueba. Te beso. Si noto que te gusta, me quedo.
- Tienes un morr… (beso).
Dos segundos. Bueno, tres. Va, tres y medio. ¡Mierda! Me aparto.
- ¡Qué asco! – digo, limpiándome la boca exageradamente con la servilleta.
- ¡Has suspirado!
- ¡Qué va!
Ya vuelve a estar ahí tu risa burlona, acompañada de tu chulería.
- He ganado.
- Para nada, majo. Además, en ningún momento he dicho que aceptara tu estúpida prueba.
- Claro, claro. Tienes un mal perder.
- ¿Perdón? Pues espero que te haya resultado cómodo el sofá, porque es ahí donde vas a dormir. – me levanto de la mesa. – Se me ha quitado el hambre.
Madre de dios, que me derrito.



(continuará.)

lundi 27 décembre 2010

Inviernos que queman la piel.

(Foto)

A él siempre le había gustado la nieve. Adoraba el frío que le enrojecía la piel hasta dejar de notársela. A mí me deprimía que se hiciera de noche tan pronto y él pegaba saltos porque la noche era más larga. A veces arrastraba el colchón del desván hasta la terraza y me hacía pucheritos para que me tumbara con él y el frío. Yo cedía porque no podía resistirme, y porque en realidad me moría de ganas, aunque yo fuera más bien una chica de veranos. Alguna que otra noche nos pillaba la nieve. Y con la tontería de ver cómo caían los copos de nieve de las estrellas, me atrapaba entre sus brazos y me hacía mimitos. Me susurraba que yo era su invierno quemándole la piel. Y yo me derretía en escalofríos.

A la orilla de sus labios.

- Si me tumbo a tu ladito, ¿me dejarás que te cuente los lunares?
- No.
- Venga, por favor.
- Que no, he dicho.
- Sólo los treinta y dos primeros.
- ¿Empezando por las mejillas?
- Por donde tú quieras.
Tenía doce lunares en el moflete derecho. Cuatro en la frente. Nueve en el otro moflete. Seis en la nariz. Y uno bien marcado en la comisura del labio. Los conté todos con el dedo. Y a la orilla de sus labios se me resbaló. Un traspié que rozó su boca.
- Tengo más por la tripa.
- Ya he contado treinta y dos.
- Si quieres…
- Que ya he contado treinta y dos, he dicho.

vendredi 24 décembre 2010

Hacía mares de un vaso de agua.

Con la boca llena de besos y abrazos anudados al cuerpo me dijo que no quería volver a verme en cien años. Lo dijo así porque lo de nunca más le trababa la lengua. Gritó hasta que me fui y se pasó la noche susurrando vuelve por las esquinas.
Siempre hacía mares de un vaso de agua. A la hora del café era divertido, porque con su ironía te arrancaba más de una sonrisa. Y si se reía mucho, se le escapaba algún beso. Yo los pillaba al vuelo y me los metía en el bolsillo de la cazadora. Y por la noche se los devolvía por si se le acababan a las cuatro de la mañana y no tenía más para que viéramos el amanecer despiertos. Pero aquél día lo decía en serio. Y lloró. A mí no me dijo nada, pero yo lo sé porque las noches en vela dejan marcas en los ojos y las lágrimas del suelo no se secan de la noche a la mañana.

jeudi 23 décembre 2010

Caperucita & CO.

Querido Diario, hoy vengo a hablarte de el peor cuento de la historia: Caperucita Roja.


Caperucita Roja era una niña tonta. Por supuesto que sí, si no, ¿por qué iba a llevar siempre el chubasquero ese tan chillón, con lo feo que le quedaba? Y su madre, la pobre, que ya no sabía qué hacer con ella, la mandó a ver a su abuela. Pero eso fue para ver si se perdía ya por el bosque, o como mínimo que durante unos días les dejara tranquilos. Que yo lo sé.

Y luego con el lobo. Si ella ya sabía que el lobo la seguía, ¡tampoco era tonta del todo! Lo que pasa que ella estaba deseando que él se la comiera enterita, y así poder contarles a sus nietos de vieja lo malo que era el lobo del bosque, y durante generaciones ser la protagonista y la víctima de esta historia. Si eso se ve venir desde el principo del cuento, ¿no ves que va dando saltitos con esa horrorosa caperuza? Es la mejor estrategia para llamar la atención del pobre animalito, que no puede resistir el instinto y se la zampa en cuanto puede. Seguro que luego no podía aguantar los retortijones, y fue a beber un poco de agua para ver si así bajaba un poco la comida.

Pero no, tubo que llegar el cazador, siempre metiéndose en todo. A él que más le daba si el lobo se había comido a la niña o no, te preguntarás. Pues la verdad es que no se tenía que haber metido, pero como él siempre tiene que ser el héroe salvador, pues rajó en canal al lobo y le sacó de las tripas a la niña. Y así, también salvó a la pobre abuelita, que en realidad lo único que quería era dejar este mundo sucio y triste para reunirse de una vez con su marido, que la esperaba en el cielo.

Y así, Caperucita Roja obtuvo su fama por los siglos de los siglos, el pobre lobito se quedó medio muerto a la orilla del río, la madre tubo que soportar a su hija el resto de sus días, y la pobre abuelita se volvió a su casa, a esperar que llegar su hora. Ah, y no nos olvidemos del cazador, que siguió matando animales como si de un concurso se tratara, a ver quién era más asesino. FIN

mardi 21 décembre 2010

Qué ridícula te pones cuando te emborrachas.

Rubén y Greta nunca se entendieron del todo. Él era encargado de una triste tienda de ropa, y ella era azafata. Lo suyo empezó cuando él todavía era modelo, y ella una jovencita tonta y soñadora. Pero ahora, el cuento había cambiado demasiado.

Algunas de las pocas noches en que ella iba a dormir a casa, esperaba a su marido en aquella fría habitación, con las bragas por las rodillas, y el corazón a cien por hora, borracha de lujúria y whisky barato. Y así, cansada, sucia, desnuda y húmeda recibía a Rubén.

- Buenas noches, amor.
- Greta, ¿cuándo has llegado? ¿cómo ha ido el viaje?

Él, que había soñado siempre con ser recibido como un rey por su reina, entre lujo y pomposidad.

- No me preguntes, mi vida es demasiado aburrida para explicártela.
- ¿Por dónde has estado?

Él, que sentía aquél hueco en el estómago cada vez que la encontraba así.

- Quién sabe. Nueva York, Argentina, Nueva Zelanda, París. Qué más da, si todos los aeropuertos son iguales.
- Otra vez borracha...

Él, que ya no recordaba como era aquella niña de la que él se encaprichó, la que ahora le susurraba al oído aquella lista de mentiras que no creía ni ella.

- ¿Qué esperabas? No soy de esas que vuelven corriendo a los brazos de su marido como si no puediesen vivir sin él. Sabes perfectamente que no te necesito para nada. Sólo para esta noche, esta asquerosa noche. Ven aquí, dame un beso.

Y así, sin más, se desplomó sobre la cama, perdiendo el conocimiento por el camino.







Ay, Greta, qué ridícula te pones cuando te emborrachas.

Con prisas.

Shht, tranquilo, que te doy un beso antes de irme. No te preocupes, ya me las apañaré para volver a casa. Todavía me queda dinero en la cartera, por suerte anoche no lo gasté todo en cubatas. No me mires con esos ojitos mientras me visto, cariño. Duérmete otra vez. Sólo puedo sonreírte. Probablemente no nos volvamos a ver, pero te prometo que te llamaré. Me pides que me quede un ratito más. No tengo más ratitos, lo siento. Bésame rápido, que me voy ya. Cierra los ojos y no pienses mucho en mí. Por cierto, me llevo tu reloj. Lo meteré en la caja de cosas de personas que me han impresionado. ¿No lo sabías? Tranquilo, lo de mi obsesa colección no lo sabe nadie.

dimanche 19 décembre 2010

Habitación 522.

No era un lugar donde triunfara el amor, pero se podía fingir y acabar sudando por los rincones. Siempre había algo que decir, algún tema del que hablar. Y cuando sobraban las palabras, pagabas los dos cubatas mientras ella te esperaba en la habitación 522. Qué interminable se te hacía el ascensor hasta llegar a la quinta planta. Metías torpemente la llave en la cerradura y con la luz apagada te dejabas caer sobre la cama. Y tú ya olías su pelo desde que abría la puerta del baño y se dejaba ver en sombras a contraluz. Te enloquecían sus caderas y la forma en que se dejaba quitar la ropa, pidiéndotelo a gritos con caricias en tu espalda. Siempre supiste, y yo también, que te gustaba más de lo debido, que era tu vicio y que te saciaba de cariño tus domingos. Y ella también te echó de menos en muchas otras habitaciones. Qué lástima, ¿verdad? Allí el amor nunca triunfó. Y yo ya te lo había dicho, desde el primer domingo que me dejaste sola en mi lado del sofá, con la cara desencajada, mordiéndome los labios ácidos que me habían dejado tu beso, sabiendo que tus cenas o reuniones de trabajo no eran más que una puta tapadera.

lundi 13 décembre 2010

Perdona, Noa, se me ha ido la cabeza.

Suena el timbre. Pienso durante un instante si esperaba recibir alguna visita. No. Me asomo por la mirilla. Oh, no. Es Marc. Preferiría no abrirte, pero ya has visto que alguien ha encendido la luz. A ver qué argumentos te has inventado para colarte en mi casa. Abro la puerta.
- Buenas noches, preciosa.
- Hola.
Hola, me llamo Noa y soy la cosa más seca que puedes encontrarte un viernes por la noche.
- ¿Qué tal? – me preguntas tontamente. Apoyas el brazo en el borde de la puerta, para que no pueda cerrarla sin pillarte los dedos.
- Yo bien.
Nos miramos. Ánimo, Marc, es hora de que sueltes de carrerilla a lo que has venido. Y te adelanto que en mi puerta no pone Puticlub.
- Esto… ¿haces algo esta noche?
Eso, no seas tan disimulado, no vaya a ser que no pille tus directas.
- Estoy ocupadísima.
Explotas en una carcajada limpia.
- ¿Puedo ayudarte en algo?
- Sí, puedes desaparecer.
Hago lentamente el gesto de cerrar la puerta para que te de tiempo a quitar los dedos, pero eso solo sirve para que detengas la puerta con el otro brazo.
- En realidad no quieres que me vaya.
- No, no quiero. Lo deseo con todas mis fuerzas.
Me das un beso. Frunzo el ceño. Me das otro. Y otro más. Te quito las manos de mi cintura. Sabes dulce. Sonríes.
- Perdona, Noa, se me ha ido la cabeza.
Te giras y cruzas la puerta.
- ¿Te vas?
- Me has echado.
Eso no se hace, Marc. No. Me lías, me besas, y entonces me entran ganas de que te quedes. ¡Pero es que tu chulería no la soporto!
- Claro.
Me apoyo en el filo de la puerta y pestañeo lentamente para tentarte, para que caigas, para que te quedes. Pero pasas de mí exageradamente.
- Pues eso.
Sonríes como despedida, te giras. Das un paso y te paras. Miras tu brazo. Mi mano está agarrando el puño de tu camisa fuertemente. Yo no le he dicho que lo haga, ha sido un reflejo. Me siento estúpida y te suelto rápidamente. Y me haces una mueca. Lo tenías todo planeado. Cruzas los brazos, y sonríes pidiéndome una explicación.
- Mis padres se han ido de fin de semana. – te suelto - ¿Quieres cenar conmigo? Creo que hay un par de pizzas en el congelador. - me avergüenzo de ser yo la que te acabe invitando a pasar la noche conmigo.
- Está bien, me quedo. Espero que mañana no me pidas que también olvide esta chiquillada.
Tienes un morro…

dimanche 12 décembre 2010

Buenas noches, amor.

Escucho desde la cama como llegas a la puerta de casa, y como intentas meter una y otra vez la llave en la cerradura. Se te resiste, pero lo consigues. Te acabas de quitar los zapatos, y pisas de puntillas el frío suelo, intentando respirar los más flojito posible. Llegas a la habitación iluminándote el camino con la luz del movil, para no comerte la típica puerta que se queda entreabierta. Te desvistes, manteniendo el equilibrio lo mejor posible, y te metes en la cama mientras intentas contener esa risa loca que te provocan las mil vueltas que te da la cabeza. Tu pelo huele a humo, a tabaco. Tu ropa huele a fritanga, y a bar. Tus manos, a alcohol derramado. Y tus labios... hace demasiado que no pruebo tus labios.

jeudi 9 décembre 2010

Que lo de anoche fue una chiquillada.

Estabas demasiado cariñoso, Marc. Y yo ya te había dicho que no quería nada contigo. Y te enfadaste porque solo acercarte un poco, ya te lo advertí. Pero es que se te veían las intenciones a la legua. Y cuando me manchaste el vestido de J&B con coca-cola, casi te mato. Y por eso, el rubio que llevaba mirándome toda la noche, se perdió entre la gente. Nadie quiere besar a chicas con el vestido manchado. Menos tú, claro. Tú mientras tenga unas buenas tetas, lo demás te da igual. Marc, para. ¡Marc, para! Me ponías histérica con ese bailecito. Te movías muy bien, para qué mentir. Pero ¿no había más chicas a las que restregarte? Te habías encaprichado conmigo. Y para lista yo, que me tomé un último cubata cargadito. Al final me acabaste pareciendo sexy y todo. Demasiado. Olvidé quien eras.
- Esto… Marc, que lo de anoche fue una chiquillada. Olvídalo.
- Vale, olvidado.
- Vale.
- Vale.
- Pues eso.
- Pues nada.
A veces te conviertes en algo muy incómodo.
- Oye, ¿se quitó la mancha de J&B?
- ¡Sí!
- Noa, eres una tía muy borde.
- ¡Encima! ¡Me manchaste el vestido! ¿Qué hago? ¿Te doy las gracias?
- Ahora me dirás que no hice nada bien anoche.
- Exacto. No hiciste nada bien anoche.
- ¿Tengo que recordarte cómo gritabas en mi cama? ¡Sigue Marc! ¡No pares! – dices con voz aguda.
- ¡Para! Deja de recordármelo.
- Pero te gustó.
- Calla.
- Y me vas a dar otra oportunidad.
- ¡¿Qué estás diciendo?!
- Verás como sí.
- Eres idiota.
- Quítate esa prepotencia, princesa.

mercredi 8 décembre 2010

Diecisiete minutos. (II)

Necesitaba saber lo que estaba pasando. Sus manos. Las de ella. Susurros que dicen más de lo que hablan. Cosquillas en la espalda. Sábanas de un colchón pequeño, enredando dos cuerpos. Gemidos ahogados. Y risas. Un beso. Otro más. Casi cincuenta y dos besos robados. Más de dos millones y medio regalados. Caricias detrás de la oreja. Aliento en el cuello. Henar, desconcertada. Miguel, intentando chaparle la boca a la cama que llevaba 406 noches empapada de lágrimas.

- ¿Te vas?
- Son casi las diez de la noche.
- ¿Pero te vas?
- Sí, pero nunca más para siempre.
- No te creo. Ahora viene cuando me despierto. Esto es un sueño, nada más.
- Ya no necesitarás soñar conmigo, te lo prometo.



Báh, promesas…

lundi 6 décembre 2010

Diecisiete minutos. (I)

Se acerca a la estantería de puntillas. La mira a través del cristal. Se relame los bigotes y Lola le achina los ojos, desafiante. En un movimiento rápido, mete la zarpa en la pecera y le da un meneo al agua. La pierde de vista y araña el vidrio.
- Mago, para. – le dice sin mirarlo.
Baja del estante de un salto y se sienta educadamente al lado de Henar. La nota triste. Maúlla y se restriega por sus piernas desnudas. Sentada mira una pared blanca, vacía, como ella. Mago afila sus uñas en ese sillón. Sabe que no debe hacerlo porque lo destroza y está esperando a que Henar le meta un grito. Prefiere eso antes que verla con la lagrimilla entre las pestañas. Nada. Hay tanto silencio en el salón que casi puede escuchar el roce de dos lágrimas paralelas cayéndole por la mejilla. Maúlla. Ronronea. Le soba los talones. Nada. Se sube en sus piernas. Le lame los puños apretados. Pone las manos en su pecho y le lame el moflete. Nada de nada. Maúlla más fuerte, pega un salto hasta la mesa y de la mesa a la estantería. Lola y sus morritos de beso, le guiña un ojo. Mago mueve la cola y le da un golpe a la pecera tirándola al suelo. Henar pega un salto y se gira.
- ¡Mago! ¡Te he dicho que pararas!
Corre a la cocina, llena un vaso de agua y mete a Lola en él. Lo deja encima de la mesa, recoge los cristales y friega el suelo.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensando, Mago? Llego a no estar y matas a Lola.
Mago la mira y maúlla.
- ¡No me contestes! Te has quedado sin chupar la tapa de mis natillas esta noche. Y me pensaré si mañana te doy.
Mago, sonríe a Lola. Ella, metidita en el vaso, se la devuelve. Actuando, baja de la estantería renegado y se sienta en su cojín.
Henar guarda la fregona en el armario y cambia el vaso de Lola por el bol de los pasteles, grande y transparente.
- Esta noche le diré a mamá que te compre una pecera nueva. Que sea de plástico.
Lola se hace la ofendida y gruñe un poco a Mago, que las está mirando mientras se acurruca. Henar vuelve a sentarse en el sillón. Las siete y cuarenta y dos. Hace diecisiete minutos que se ha ido. Le han bastado once minutos para volver, disparar a Henar un par de veces y dejarla tirada en su casa con el corazón desmoronado en dos millones y medio de migas. Migas que si se acumularan formarían el pastel de arándanos que se comieron hace 406 días. Le encantaría poder fingir que nunca se fue. Pero no puede. Miguel no se lo merece.
Suena el timbre.
Henar se acerca a la puerta, lentamente. Abre.
- Si no lo hago, reviento.



(continuará).

mercredi 1 décembre 2010

Y le besó dos veces seguidas.

Anouk se había convertido en la chica-despiste. Pero hacía días ya, eh. Y fue porque aquella mañana esperó a Geert, sentada en la acera, con un calcetín de cada color. Se dio cuenta cuando se miró los pies y vio que entre los agujeritos por donde pasa el cordón de los zapatos, había colores distintos. Verde y naranja. Despistada no, lo siguiente. Y es que cuando se ponía a hacer cosas y la cabeza se le iba del sitio por pensar en Geert, era normal que no hiciera nada bien. Pensar en Geert significaba arrinconarse en su trocito de cielo, allí muy alto. Y era obvio que se despistara, el infinito no entiende de cosas sin importancia. Porque nada más que su sonrisa repercudía en ella. Y sus gestos, claro. Esa suavidad en los dedos cuando le tocaba la espalda para preguntarle qué acababa de decir el profesor de filosofía. A lo que ella contestaba que se había despistado y que tampoco lo había oído. Entonces él le sonreía. A ella se le tatuaba la boca en la mente y le entraba ese anhelo por verlo en su cama. Y se relamía los labios solo de pensarlo, de imaginárselo desnudo entre las cuatro paredes de su habitación.
- Sube rápido. – le dijo aquél miércoles por la tarde. Anouk subió al coche y la llevó al oscuro parking de la gasolinera. La incitó a desplazarse a los asientos traseros con la idea de acariciarla. Le tocó el pelo hasta que se le puso la piel de gallina (que no tardó más de dos minutos y medio). Entonces puso las manos en el cuello de Geert, entre la bufanda. Un escalofrío le recorrió la espalda y acabó en una sonrisa. Ella le besó los labios. Una vez. Y otra. Y luego le miró a los ojos y le besó dos veces seguidas. Lo arrinconó contra la puerta y le metió la mano por la camiseta, bajando efímeramente su dedo por el pecho, hasta chocar con la hebilla del cinturón. Y él le besó la frente, la estrechó entre sus brazos y la tumbó en los incómodos asientos. Besó el cuello de Anouk tantas veces que tuvo que pedirle que le quitara la bufanda para no ahogarse de calor. Ella esbozó una sonrisa, le destapó el cuello y se quitó los zapatos con un par de empujones en cada tobillo. Y se dejó dar un beso largo, hasta que se empañaron los cristales del coche. Sofocados, respiraron dos veces seguidas y ella dibujó un corazón con el pie en el cristal.
- Anouk, ¿llevas un calcetín de cada color?
Se puso roja y se mordió el labio. Ni de eso se había acordado.
- Un pequeño despiste. – dijo con la boca pequeña.
- Bueno, esperemos que esto no vaya a más. No soportaría que te dejaras la sonrisa en casa.

dimanche 28 novembre 2010

Touché. (II)

Camino lentamente por la cocina. Me hago un vaso de leche sin apartar la mirada de ti. Con los ojos bien abiertos. Me siento delante tuyo. Un trago de leche, y con él, tres mil seiscientas dos palabras que llevaba elaborando para ti durante estos 406 días y 406 noches, rasgándome la garganta. Y a ti te tiemblan las manos. Te brillan los ojos y te noto las pestañas húmedas. Otro trago de leche caliente, que le sirve de leña la hoguera de mi estómago. La tensión acumulada en el techo de la cocina se puede cortar con un cuchillo. Tu mirada apuñala. Por un momento creo que formas parte de mi puta imaginación. Eso es, un simple espejismo. Hago una risita. Menudo susto. Creí que habías vuelto.
- No tengo ninguna excusa para intentar suplicar que me perdones.
Y creía bien. Miguel, después de tanto, sentado de nuevo frente mi desayuno. Como las mañanas de domingo de hace 406 días.
- ¿Qué quieres? – vomito, por fin.
- Nada. – tiemblas. – Sólo saber cómo estás.
Igual que si hubiera apretado el gatillo. Ahí estaba la bala, encajada entre mis pulmones, agujereándome el pecho. Y yo desangrándome.
Y te digo que estoy bien, que soy muy feliz. Y que ya hace tiempo que arrojé al olvido todo lo que sentía. Que casi no me has hecho falta. Que gracias por haber desaparecido totalmente, por habérmelo puesto tan difícil. Que he sobrevivido gracias a Andrés y a Lisette, aunque esta última también se acabara marchando.
- Me enseñaron a dar de lo que recibía. No solo me abandonaste, Miguel. También te olvidaste de mí.
- Te recordé siempre.
Otro disparo, aquí en mi garganta. Detesto que sepas perfectamente donde apuntar. Y también que seas un lector de mentes. Pero ya no aguanto más. Tus labios me chillan que los muerda y los bese hasta dejarlos sin aliento. Y te deseo, Miguel. Desde que te fuiste llevo 406 putas noches deseándote. Acostándome con Andrés, haciéndole mimitos a Andrés. Pero en realidad sabes, tú mejor que yo, que hay un rinconcito que él no puede llenar. Besarte o no querer verte nunca más. Llenar mi vacío o seguir las reglas del juego.
- Vete.

vendredi 26 novembre 2010

Touché. (I)

Domingo helado. Y yo enredada entre la manta grande, la que pesa y me quita el frío. Andrés se ha ido hace un par de horas. Son las siete y poco, seguro. Tengo hambre de un vasito de leche caliente. Me destapo a la de tres y me pongo los calcetines gordos de andar por casa. No son antideslizantes, eh. Sino no tendría gracia ir descalza, con lo divertido que es ir derrapando por los pasillos. Patino hasta el baño y me refresco la cara. Hago una mueca delante del espejo y me río yo sola. Cojo carrerilla y me deslizo hasta la cocina. Derrapo y me agarro al quicio de la puerta para no estamparme contra la nevera. Y silencio. Mucho frío. Más silencio. Peor, muchísimo peor que si me hubiera estrellado contra el frigorífico.
- Puedes echarme.
Pausa de 16845 años.



(continuará).

mercredi 24 novembre 2010

La tontería se alargaba toda la noche.

Me encantaba que se pintara las uñas de rojo. Luego me dejaba que la invitara a un café por la tarde, en el primer bar que hace esquina, y me hacía cosquillitas en los brazos con sus dedos. Entonces entre el café, las cosquillas, sus labios y mi vicio, la tontería se alargaba toda la noche. Y despertar con su piel desnuda a mi ladito, era lo que más me hacía sonreír.

lundi 22 novembre 2010

Felicidad entrecortada.

Empezó a llorar lento. Se le encharcaron los ojos hasta que no pudo verme. Y pestañeó un poquito, empujando lágrimas que se atropellaban en sus mejillas, le rozaban la comisura de los labios y se suicidaban en la barbilla. Clavó las uñas en las rodillas y me confesó que esa broma de que no la quería, no había tenido gracia. Entonces le abracé ese cuerpito de niña. Y la estreché contra mi pecho hasta que dejó de llorar.


Ella le quería 0,2 más que él. Y fue ese poquito de más lo que le hizo inundar la habitación aquél domingo por la tarde.


Felicidad entrecortada.

mercredi 17 novembre 2010

Carrera de locos.

Y cuando no sabía qué contestar, salía corriendo. Y me dejaba solo con sus labios tatuados en la piel y el corazón desencajado. Un día la agarré del brazo y le pregunté por qué se escapaba siempre que le preguntaba si me quería. Me contestó que ella se iba con la magia que perdía cada vez que la metía en un compromiso. Ese día se quedó conmigo. Porque la magia ya se había ido y no había quien la pillara. Y que solo podíamos hacerla volver olvidando quienes éramos.
Ella quería magia, y yo nunca supe si me quería de verdad o era solo una simple carrera de locos en la que solo ella escuchaba el pistoletazo de salida.

samedi 13 novembre 2010

Azul oscuro casi negro.

Y los días en que lo veía todo azul oscuro casi negro se metía en cualquier bar de hombres a beber whisky barato hasta perder el conocimiento.

Fue en uno de estos días en los que se encontró con aquél chico tan elegante del aeropuerto. Sí, aquél que le había preguntado por una de las esculturas que adornaban el vestíbulo, y después se lo había agradecido amablemente con unos ojos tristes que no pegaban con la sonrisa que mostraba. ¿Cómo dijo que se llamaba? Elliot, creo.

Y a la semana siguiente, lo volvió a ver en el chino de la esquina, aquél donde le gustaba comer los jueves a sus padres. Y también le pareció verlo cuando salío a pasear, y cuando fue a comprar el pan. Y finalmente, se encontraron en el pub donde siempre la llevaba su amiga Marga. Y las dos copas de más hicieron el resto.

vendredi 12 novembre 2010

En mi corazón, un concierto de Rock'n'roll.

- Ven aquí niña pecosa. – susurras - Tengo ganas de darte un achuchón.
Me agarras de la mano por debajo de las sábanas y me acercas a ti. Estás ardiendo, y al rozarnos, me da un repelús. Me besas la frente y me acurruco entre tus brazos.


Me has llevado a tu casa, y yo con el ruido de las llaves encajándose en la cerradura del portal, ya estaba nerviosa. Hemos subido las escaleras con prisas, tercero B. Me has pedido que te esperara en la puerta y te he oído trastear por casa. Muebles. Puertas. Luces parpadeantes. Des de dentro, te he escuchado cederme el paso. A oscuras. Que siguiera recto hasta chocar con una puerta, la abriera y me sentara sobre el sofá que habría a mi derecha. Un poco torpe, te he hecho caso.
Y sentada en el sofá, con las piernas encogidas, te he notado muy cerca. Pero todavía trasteabas algo.
- Ponte cómoda, nena.
Se me ha escapado la sonrisa, pero no me he movido. Te he visto, en sombras, cómo te colocabas de espaldas.
- Cuando quieras, enciende la lamparita que hay a tu izquierda. Princesa.
He alargado el brazo y le he dado al interruptor. Una luz tenue se ha ido encendiendo a poco a poco, mostrándome tu cuerpo de espaldas y parte del comedor. Y a la vez, una música sensual. Te has empezado a mover al compás de la música. Una camisa blanca con las mangas dobladas hasta el codo y unos pantalones de pitillo tejanos, no demasiado ajustados. Zapatos negros. Lentamente te has ido girando. Una corbata azul te rodeaba el cuello. Y tu mirada envenenada, colapsándome el pensamiento. Has empezado a acercarte a mí, seductoramente, desatándote el nudo de la corbata. La has dejado abierta en tu cuello, la has rozado por la nuca un par de veces y la has dejado caer al suelo. He sonreído y he cruzado las piernas. Te has mordido el labio y has ido desabrochándote la camisa. Cuando se te han acabado los botones, te has puesto de espaldas y You can leave your hat on. La camisa se ha ido deslizando por tu musculosa espalda morena. Te has quedado con ella en la mano y me has hecho una sonrisa de esas que me matan, restregándote la camisa por el pecho. Has caminado hacia atrás y me la has tirado. Yo la he agarrado. Dios, olía tan bien. Has vuelto a ponerte de espaldas, te has puesto las manos en los bolsillos traseros. El cinturón marrón, fuera, sensualmente. Lo has dejado caer. Los cordones de los zapatos. Y el pantalón, aunque con un movimiento un pelín más patoso, pero no menos excitante, también ha ido al suelo. Has agarrado la silla que tenías más cerca y te has sentado. Quitándote los calcetines, levantándome una ceja, como si fuera la cosa más erótica del mundo. Y me he puesto a reír, por tu cara, por tu pose, por mis ganas tontas de levantarme y quitarte lo que te queda de ropa. Te has pasado la mano por el pelo, alborotándotelo, y acabando la canción, has venido a besarme mientras apagabas la luz.


- ¿Tienes frío? ¿Quieres que traiga otra manta?
- Estoy perfectamente, Andrés, cariño. No te preocupes. Sólo te pido que no me sueltes en toda la noche.
Y por fin, mis ojos cerrados, imaginando un cielo infinitamente alto. Mi nariz, respirándote. Mis manos, una entrelazada con la tuya y la otra acariciando tu cintura. Mi pecho pegado a tus costillas. Mi pierna sobre las tuyas. En mi corazón, un concierto de Rock'n'roll. En mi espalda, dos alas. Y mi boca, aferrada a tus labios.

dimanche 7 novembre 2010

Y que te gusta guardar tonterías en los cajones, ¿eh?

- Y que te gusta guardar tonterías en los cajones, ¿eh? – digo mientras te veo meter envoltorios de caramelos en una cajita pequeña.
- No son tonterías, Geert. – me pongo de cuclillas ante el cajón. - Mira, esa corbata es tuya. ¿Te acuerdas?
- Claro que me acuerdo. – la cojo. – Te la llevaste sin decirme nada.
- Quería tener un motivo para que nos volviéramos a ver. – me sonríes. Eres preciosa.
- Y en realidad no la necesitaste.
- Para nada. No me diste nada tuyo, ni tu número de teléfono. Y yo me llevé la corbata como si ella me fuese a decir donde podría encontrarte cuando despertara. – suspiras. – Qué ingenua.
Doblo la corbata y la encajo entre tus otras no-tonterías.
- ¿Se sabe algo de la camisa que perdí aquella noche?
- ¿La de niño pijo? - me miras sonriente y te saco la lengua.
Cuanto te gusta chincharme. Y qué poco aguanto yo sin devolverte la sonrisa.
- No. - sigues - La perdí de vista en cuanto te la quité. Seguramente debe estar allí todavía, al lado del árbol aquél enorme. Arrugada, enterrada entre las hojas y con huellas de mi pintalabios rojo.
- Qué bien te quedaban los labios así, Anouk. ¿Cuándo te los volverás a pintar?
- ¿Quieres pintármelos tú?

samedi 6 novembre 2010

Entonces lo cerraba todo, y sudábamos.

Porque Anouk dejaba una ventana abierta todas las noches. Solía ser la de la cocina, así se levantaba las mañanas de invierno, cuando eran las 5 y todavía no había amanecido, para tomarse un vaso de leche muy caliente, con aquella ventana abierta y el aire rozándole las mejillas sonrojadas. A mí me contó que lo hacía para cambiar de aires por las noches. Menos cuando pasaba las noches conmigo, en su cama. Entonces lo cerraba todo, y sudábamos. Nuestros aires no tenían que cambiar, con que fuera lo mismo de todos los viernes por la noche, le bastaba. Pero al acabar, se esperaba a que me durmiera para levantarse de puntillas y abrirla de nuevo. Entonces se volvía a meter en la cama, con los pies fríos, se acurrucaba contra mi pecho y me susurraba que la abrazara, que se estaba muriendo de frío. Y es que a esas horas ya había amanecido, pero la persiana seguía extendida, compartiendo su vicio de dormir de día conmigo. Entonces nos levantábamos los sábados por la tarde, despeinados, con ganas de salir a reírnos por las calles iluminadas.

Anouk era la mejor. Una niña friolera que amaba el aire congelado, que lloraba sólo para después sentirse mejor y que tenía miedo a equivocarse. Y era mía, por supuesto.

jeudi 4 novembre 2010

En su pequeño ático.

Y una vez al mes se pedía el día libre, se metía en su pequeño ático y observaba las luces de la ciudad mientras derramaba lágrimas lentamente. Y las estrellas se nublaban mientras se arropaba con la manta que antes olía a Lisette, y ahora apesta a soledad.

mercredi 3 novembre 2010

¿Has visto, Henar? El mundo del revés.

- Sobretodo no me sueltes. – aprietas fuertemente mi mano. - Venga Henar, a la de tres – suspiras. - saltamos al vacío.

Anouk se ha pasado por mi casa esta mañana para devolverme el libro de recetas que me regaló mi tía hace un par de años. De allí saqué mi famoso pastel de arándanos, el que nunca está bueno pero que a Miguel le encantaba. Pues se lo dejé la semana pasada para que le hiciera magdalenas de chocolate a Noa, que no hay merienda que le guste más. Y ayer mismo le dije que no hacía falta que me lo devolviera hoy, que podía hacerlo el lunes, cuando nos viéramos en clase de Matemáticas. Ella insistió, y esta mañana, cuando ya lo tenía entre mis manos, he entendido el porqué de las prisas. Entre las páginas 22 y 23 había un sobre.
“Aquí me tienes. Léeme detenidamente. Si decides aceptar la locura, te espero esta tarde a las 16h en el puente de la carretera. […]”

Y aquí estoy yo, contigo. Con una cuerda atándome los tobillos y subida en el borde del dicho puente, con las rodillas temblando y el corazón a dos millones por segundo.
- Uno.
Trago saliva.
- Dos.
Tengo miedo.
- ¡Tres!
- ¡Salta! – grito. Alargo la última vocal, chillando, creyendo que voy a explotar de tanta adrenalina. Sensación extrema. Mis ojos cerrados y el ceño fruncido, probablemente, con cara de sufrimiento. Mi alma, fuera de mi cuerpo. Libertad. Volando sin alas durante dos segundos y medio. Cayendo en picado a la velocidad que exige la gravedad. La cuerda se tensa y nos frena en seco, haciéndonos retroceder algunos metros, dejándonos caer de nuevo. Y sigo gritando.
¿Y a ti, Andrés? Se te escapa la risa. Sonríes enormemente. ¡Pero si también es tu primera vez! Cómo puedes. ¿No has tenido miedo?
Después de un par de rebotes, nos quedamos bocabajo unos segundos. Sueltas mi mano y me agarras de la cintura. Frente a frente, miras mi cara que muestra una felicidad enorme y un gran alivio.
- ¿Has visto, Henar? El mundo del revés.
- Ahora se parece un poco más al mío, así como retorcido.
Te ríes.
- ¿Pero como puedes reírte ahora? ¿Sabes el miedo que tengo yo? ¿Y si la cuerda se rompe? Madre mía. ¿No había una locura más suave?
- Yo ya había experimentado esta sensación. Una tarde de lluvia, mientras compartíamos unas simples palomitas.

mardi 2 novembre 2010

Ha llovido mucho desde entonces, pequeña.

Y una mañana la encontré envuelta con el edredón, tapada por completo. Que no quería levantarse, decía, que si el día iba a ser como el anterior, que prefería dormir hasta que el ayer estuviera muy lejos. Estiré de sus mantas y una niña pecosa con el pelo corto y despuntado por la nuca me miraba diciendo que ya no volvería a sonreír nunca más.
Ha llovido mucho desde entonces, pequeña.
¿Te acuerdas de cuando te llevé a la playa el segundo sábado de Noviembre? Antes de llegar y con los ojos vendados te escuché decir que olía a mar. Y cuando se puso a llover, Henar. Chorreando que nos quedamos, los dos tumbados en la arena, viendo como, cada gota, hacía vibrar el mar.
¿Y la nevada de Enero? A penas me costó sacarte de casa. Tú y tus manoplas, que no sabía cómo darte la mano, con la vergüenza que me da siempre. Y tú te reías, te la quitabas y por debajo de la bufanda me sonreías mientras entrelazabas nuestros dedos.
Y cuando quisimos darnos cuenta, ya volvía a ser verano. Y de nuevo paseabas por las calles soleadas con tus pantalones cortos tan amarillos. Y tu pelo, otra vez largo, y trenzado hasta media espalda.
Un parpadeo más, y 26 de Octubre. Un año, ya. Y yo te he visto sonreír tantas veces.
No te rindas nunca.


Un post-it naranja fluorescente pegado en el cabezal de la cama:
¿Sabes? He tenido una idea. Mañana, no sé cómo, recibirás una carta. Voy a proponerte una locura.

Andrés.

samedi 30 octobre 2010

La pequeña cajita roja que tengo encajada entre los pulmones.

La radio en on. Y esa canción. La de siempre, la nuestra. La de aquél día en la discoteca que tanto nos reímos. Y se destapan todos los momentos que vinieron a continuación almacenados en la pequeña cajita roja que tengo encajada entre los pulmones. Esa misma, sonando para estrujar mi estómago hasta dejarlo diminuto y que yo no pueda respirar. Otra vez esa niña mayor. Mirándome desde el otro lado del espejo, llorando y preguntándome por qué te fuiste tan pronto. Y la melodía vaciándome hasta hacerme caer, desplumada, sin alas ni ganas de volver a volar. El frío suelo me congela las piernas. Mis ojos encharcados. Mis manos temblando. Dos minutos. Cinco. Diez. Una hora o quizás eternos segunditos. Me levanto lentamente. El espejo. Mi largo pelo enredado de tantos tirones incontrolados. Un ataque de desesperación y llanto recorre mi cuerpo por la espalda. Mi pelo. Y unas tijeras.

No voy a ser la misma sin ti, Lisette.

Sesenta y poco días sin ti.

Vuelve, Miguel. Vuelve que tengo ganas de cantarte una canción. Siéntate en las butacas del viejo teatro y escúchame. A ti siempre te ha gustado mi voz, y a mí cantarte. Y mírame con esos ojos que me vuelven loca, otra vez. Para que grite un poco más alto y se me escuche en la última fila. Allí donde me diste tantos besos que empecé por contar y acabé quedándome sin dedos. Vuelve, Miguel. Vuelve y dame un abrazo como aquél que me deshizo en un rincón del escenario. Estréchame contra tu pecho, hasta que mi corazón no sepa si es él o el tuyo. Y bésame la frente mientras un foco tenue hace brillar la otra punta del escenario, vacía, dejándonos a oscuras. Vuelve, Miguel, por lo que más quieras. Te necesito aquí.

O no. Da igual, mejor no vuelvas. ¿Para qué? Estoy harta de calcular donde está tu boca y hasta donde puede llegar la mía. Las matemáticas nunca se me dieron bien y el tema distancias lo llevo muy mal. Nunca tuviste nada que decir, Miguel. En realidad no. Decías cosas preciosas, pero hablabas mucho, decías poco y hacías menos. Y siempre te gustó dejar las cosas a medias, con ese misterio que te hacía el hombre más gilipollas del mundo mundial. Pero te necesito aquí. Y que no vuelvas nunca más.

jeudi 28 octobre 2010

Durmiendo en la cama que tanto amor ha guardado.

Te guardaré una habitación, pequeña. Mi corazón también puede ser una gran mansión y en cada sala encierra diferentes recuerdos. En el salón una cena romántica con mi primera novia y la Torre Eiffel de fondo comparte mesa con un banquete de una boda jamás celebrada. En el jardín, unos amigos adolescentes olvidados hacen botellón en un banco. Y en la habitación más grande, tú. Durmiendo en la cama que tanto amor ha guardado. Tú y la luz del Sol acariciando tu fina piel blanca.Cuánto me cuesta ahora levantarme de esa misma cama. Cuánto tiempo me pasaría contemplando esa escena. Cuánto te echo de menos, Lisette.

Y esquivar las estrellas eternamente.

Greta siempre había sido una de esas chicas con un humor extraño. Podía tirarse toda una noche sin soltar una simpre sonrisa, por más chistes que le contaran, o podía pasearse por las calles a carcajada limpia a largas horas de la noche, ella sola.
De pequeña solía salir a su jardín, estirarse en el poco césped que quedaba vivo y mirar como los aviones esquivaban las estrellas. Y fue ahí donde decidió que ella también esquivaría las estrellas eternamente. Después de un expediente académico impecable, se graduó y aceptó el primer contrato de azafata que llegó a su casa por carta. Y así, desde entonces se dedica a vestirse con su falda de tubo y su camisa impecables, se pone esos zapatos tan brillantes, y pasea su pequeña maleta por aeropuertos de medio mundo como quién va descalzo por su casa.
Porque Greta es así, alta, peliroja, vivaz, seria, educada y bonita. Muy bonita. O por lo menos esa fue la impresión que tuvo Elliot al conocerla aquél triste día, después de más de un año sin su pequeña Lisette.

mercredi 27 octobre 2010

Suenan las campanas.

Suenan las campanas.

- Buenos días, vecina. Ui, ¿las campanas a esta hora?
- Me parece que hoy enterraban a la niña del 2º B, ¿cómo se llamaba?
- Ay, no sé. Era un nombre raro. De otro país creo...
- Sí, me parece que era algo francés. Bueno, me voy que llego tarde.
- Adiós.




Suenan las campanas.

- Ponme una de cuarto.
- Mira, ahora tocan a muerto.
- Creo que es por la niña aquella morena, la que siempre iba de la mano de aquél chico tan guapo.
- Sí, Lisette creo que se llamaba. Pobrecilla...
- Era tan joven... Bueno, y ponme un redondo también.
- Toma, el cambio. Gracias.
- Adiós.




Suenan las campanas.

- ¿Y Michele?
- No ha llegado todavía.
- A estas horas, no creo que llegue.
- Puede que...
- Espero que no. Una baja ahora sería lo peor que nos podría pasar.




Suenan las campanas.

- Ven, Mago, que ya tienes la comida aquí. No, no me mires con esa cara, que Brigitte está en el cole y tardará en llegar. Sí, eso, vete a su habitación, y lo llenas todo de pelos. Asqueroso gato... ¿Ya son las doce? No puede ser.


Suenan las campanas.

- Cris, estube hablando con la Judit de lo del sábado.
- ¿Y qué te dijo?
- Que vale, pero mejor lo hablamos esta tarde en teatro.
- ¿Qué hora es?
- Las once y media. ¿Y tantas campanadas?
- Yo que sé. Puf, esta clase es eterna.


Suenan las campanas.

- Perdona, voy con las prisas y no te he visto.
- Tranquilo, no pasa nada. Anouk, ¿me escuchas? Sí, es que me acabo de chocar con un chico. Bueno, lo que te iba contando...
- Un billete para Barcelona, por favor.


Suenan las campanas.

En la iglesia. Elliot, Henar, Michele, Marc, Miguel, ... Y Lisette.











Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

mardi 26 octobre 2010

No nos dejes nunca, pequeña.

Se fue el 26 de octubre de un año maldito para siempre. Ahora es un pedacito de cielo, y todos tenemos que seguir adelante. Sin ella. Sin su sonrisa cautivadora, sin su risa peculiar, sin sus brillantes ojos marrones. Sin su nariz respingona, sin su largo pelo moreno, sin sus cortas piernas. Sin sus ganas de vivir, sin su locura, su amistad, su pasión. Sin nadie que pasee con aquellos pantaloncitos azules por mi casa, o que me anude las corbatas nuevas antes de guardarlas ordenadamente en su cajón. Sin nadie que salga corriendo por las calles descalza los días de lluvia, o que siempre ponga sus pies fríos encima del radiador. Sin nadie que tire del pelo a sus amigas, para luego reírse con ellas de cualquier tontería. Sin nadie a quién llevarle profiteroles a la cama los días que se ponga mala. Sin nadie que chupe el plato después de zamparse tres platos de tallarines con salsa sorpresa. Sin nadie que se me siente en la encimera de la cocina mientras hago la comida. Sin nadie que salga corriendo por las calles de París arrastrándome de su mano y gritando de alegría. Sin nadie que te haga sonreír hasta en el peor de los momentos, o que caliente tus manos con las suyas.

Porque fuiste, eres y serás única, Lisette.

Elliot.

Esperando a que reviente de ganas de irme contigo.

Que no. Que yo hoy no salgo a la calle. Que hace un frío terrible, que se me mete en el cuerpo y luego no hay quien lo saque de mis huesos.
- Ah, mamá, que el pajarito ya está dentro de casa, vivito y coleando. Y mañana ni se te ocurra sacarlo. Aunque cante y te entre dolor de cabeza. Lo siento, pero no me gustaría nada volver a casa después de las clases y encontrármelo pálido y tieso en la jaula.
Pobre Piolín Cantarín, que nadie le hace caso y él siempre está animando a todo el que pasa con sus cantares.
- ¿Que no vas a salir hoy? – mira por la ventana de la cocina, mientras lava los platos - Adivina quién.
- Andrés. – sale de mi boca sin pensar.
Asiente con la cabeza.
- Mamá, no me digas eso. ¿Y ahora qué?
- Anda, sal un rato. Que el frío hace que te sientas viva.
- Que no.
Suena el timbre y mi madre me mira, esperando a que reviente de ganas de irme contigo.
- Pero me llevo tu bufanda marrón. Adiós. – digo de carrerilla.
Salgo a la calle corriendo, me pongo los guantes y acabo de subirme la cremallera hasta la barbilla. Y solo se me ven los ojos.
- Hola, Andrés. – te digo por debajo de la bufanda, desde la acera, mientras tú aparcas la moto. Te giras y te saludo con la mano metida en esas manoplas que tanta gracia me hacen, que siempre quiero ponerme, pero que nunca quiero que haga el frío suficiente para usarlas.
- ¿Que tienes frío? – dices mirándome de arriba a bajo y sonriendo con tus hoyuelos en las mejillas.
- No, a penas. – te digo tapándome bien la nariz con la bufanda.
Apartas un poco el gorro y me das un beso en la frente. Vuelves a repasar mis pintas con la mirada.
- Henar, cariño, que estamos en otoño. ¡Que todavía no ha nevado!
- ¡Ni falta que hace! – digo casi antes de que acabes la frase.
- Eres una exagerada. Vas a criar pollos ahí dentro.
Te miro. Me miras. Te sonrío por debajo de la bufanda y tu lo notas porque se me achinan los ojos.
- Pues la verdad es que ahora tengo un poquito de calor. – digo sonrojada.
Sueltas una risita.
- Anda, ves a quitarte capas, cebollita. Que yo te espero aquí.
- Vale, no tardo.
Y en dos minutos vuelvo a estar contigo. Por fin me abrazas y puedo notarte. Es de noche y sopla el viento. Paseamos por las calles llenas de hojas, crujientes pasos. Una anciana está sentada al lado de una hoguera, vendiendo castañas. Sin preguntarme nada, compras algunas. Ella nos sonríe y nos desea unas buenas noches. Nos sentamos en un banco y me das el cono de papel de periódico relleno de castañas calentitas. Después de poder pisar las hojas crujientes, es lo mejor del otoño, sin duda. Me acurrucas entre tus brazos e intento pelar una.
- Cariño, quítate los guantes. Así no podrás. – te ríes.
Muerdo y estiro. Los dejo encima de mis piernas y me como la castaña.
- ¿Están buenas?
- Riquísimas. Muchas gracias.
Y parecemos felices. Con el frío que hace, todo el mundo en sus casas con la calefacción puesta y nosotros ahí, sentaditos en un banco.
Las nueve. Me acompañas a casa y te vas con la moto. Entro en casa, digo un hola rápido y me caliento las manos en la chimenea.
- Mamá, ¿estás llorando?
- Lisette…
- ¡No!

El oxígeno desapareció de la habitación.

El olor a desinfectante del hospital me ardía en la nariz, y el frío que aquella fina manta no evitaba se me metía en los huesos. El oxígeno desapareció de la habitación, y todo se fue volviendo oscuridad. me ahogaba, atrapada en aquella incómoda cama. Y después de las imágenes, desaparecieron los sonidos, como si alguien le bajara el volumen a la película de mi vida hasta dejarla en silencio. Y el maldito olor desapareció, al igual que el sabor amargo de la sangre a su paso por la boca. Dejé de notar el peso de las sábanas, la preséncia de todas aquellas máquina inútiles que me rodeaban, el colchón bajo mi cuerpo. La sensación de flotar se adueñó de mi cuerpo, y cuando recuperé todos los sentidos me encontraba en aquella casa en la que tantas veces había pensado como si fuera mi corazón, y a través de un gran espejo observaba aquella escena donde médicos y enfermeras correteaban por los pasillos como hormigas entre las hojas caídas del bosque.

dimanche 24 octobre 2010

24 de octubre.

Querido Diario,

Sé que hace demasiados años que no te escribo, pero hoy vengo a despedirme de ti. Qué bonitas las despedidas, ¿verdad? Te reúnes con las personas que han pisado más fuerte por tu vida y os decís todas las cosas bonitas que no se dicen por rutina. Se trata de sonreír mirando al pasado, ya que no se puede mirar al futuro.

A ti me gustaría darte las gracias por toda la compañía que me hiciste de niña, por ser mi vía de escape y el rincón donde mi imaginación conseguía su libertad total.

¿Sabes? A veces pensaba en mi corazón como en una gran casa de 4 habitaciones. La habitación de matrimonio estaba ocupada por mis padres, la pareja más bonita que he visto nunca, y cuando necesitaba respirar el olor del amor en el aire me encerraba ahí. Después, otra habitación pintada de amarillo encerraba mi infancia, con todos sus juegos y recuerdos. Y Henar y su diadema lila. Y otra habitación de matrimonio, igualita a la de Elliot. Con sus corbatas, con sus colonias, con mis vestidos por el suelo, con todo nuestro amor flotando en ese aire. Y en el comedor, una gran familia sentada a la mesa el día de Navidad. Unida, nombrosa, feliz. Y en el cuarto de baño, pasión y agua. Y colonia con sabor a chuche, y dulzura, y locura. Mucha locura.

Ya sé que estás pensando en que falta una habitación. Aquella de las puertas negras en la que no entra la luz. Ésa la dejaré para siempre cerrada, si no te importa.

jeudi 21 octobre 2010

Mi pequeña Mariposa.

Los miércoles son un chiste. Me paso toda la mañana dibujando en un blog enorme, rodeada de risas. Después llego a casa, como, y me pongo a estudiar. Pero un ratito, ¿eh? No creas que cuando se van mis padres sigo hincando codos. Hago una pequeña pausa de dos o tres horas, y cuando vuelven, sigo y finjo haber estado estudiando toda la larga tarde. No siempre, ¿vale? A veces sí que estudio. Pero ahora no tengo ganas. En realidad no suelo tener ganas nunca. Pero hay veces que me jodo y me aguanto. Hoy, no.

Me levanto y abro el armario. Algo raro. Quiero algo que me haga diferente. Fotos. Ideas. ¿Trípode? Aquí. No, mejor en el comedor. Bajo las persianas y enciendo la lámpara. Automático de dos segundos. Pulso el botón, un segundo. ¿Sonrío? No. O mejor sí. La cámara dispara. Otra. Me ahueco el pelo. Me falta algo. Pintalabios rojo. Más luz. Música, eso es. Inspiración. Espuma, rizos. Disparador automático de cinco segundos. Me siento en el sofá. Cuatro segundos. Me estiro la falda negra. Tres segundos. Miro a la cámara. Dos segundos. Me agarro el collar de perlas. Un segundo. Aparto la mirada con soberbia. Otra foto. Y no me convencen. Falta algo. Me paro en el pasillo. Me reflejo en el espejo, de arriba a bajo. Me miro. Sonrío. Llevo puesta ropa de fiesta. Mi falda negra y la camiseta de tirantes con estampado de flores. Y escote. Tacones negros, los de siempre. Esos zapatos…
Pican a la puerta con los nudillos.
- ¿Henar? Soy Andrés. – escucho que dices desde el otro lado.
- ¡Sí! ¡Un segundo, que busco la llave y te abro!
Corro hacia mi habitación. Busco unos pantalones para ponérmelos antes de abrir la puerta. No quiero que me veas así, ¡qué vergüenza!
- Henar, ¿qué buscas?
- ¡Nada! – estado de shock - ¡¿Cómo has entrado?!
- La puerta estaba abierta. He escuchado que decías no se qué de la llave, pero no la habías echado. – me miras de arriba a bajo mientras hablas. – Y entonces he entrado. - Tus palabras se ralentizan. – Porque la puerta… estaba abierta. – llegas a mis labios con la mirada. – Y tú estabas porque me has hablado. – ya no sabes ni lo que dices. – Por eso sabía que estabas aquí… y he venido.
Te sonrío, y parece que el movimiento de mis labios te desconcentra. Miras mis ojos pintados un poco exagerados. También sonríes.
- Y como he visto a tus padres en el gimnasio cuando salía, pues he pensado que estarías estudiando en casa. No pretendía entretenerte, solo decirte algo. – me sonríes. – Pero por lo que veo no estudiabas mucho… - te sientas en mi cama. Y yo a tu lado.
- Es que no tengo examen de filosofía hasta dentro de una semana.
Me miras los tacones. Las medias. La falda que me tapa medio muslo. Mi tripa. El cuello. El rojo de mis labios. Mi pelo con un intento de ondulaciones.
- Estás preciosa. Me encanta como te queda esta falda. – me tocas la cintura. La espalda. Te acercas a mi oído y suspiras. Yo me muerdo el labio. Respiras cerca de mi cuello y me matas. Te ríes y todo acaba en un abrazo, cayendo los dos encima de la cama.
- Mi pequeña Mariposa.
- ¿Mariposa, Andrés? – me río.
- Tu aleteo, Henar. Que yo que sé qué provoca en mi mundo.

mercredi 20 octobre 2010

Nadando en un mar de lágrimas.

Llegó a casa con el frío metido en los huesos y las lágrimas en los ojos. Se quitó la chaqueta, y se fue directa para el lavabo. Y así, vestida, se metió en aquella bañera fría y vacía.

Abrió la puerta a todos aquellos recuerdos desgastados que llevaban tanto tiempo esperando salir. Y fueron pasando ante sus ojos como una película, uno detrás de otro.



Empezaron los más nuevos. Días calurosos en los que se ahogaba en aquella cocina mientras su abuela cocinaba a su lado. Distraída, olvidadiza. Y su abuelo sin camisa, que no soporta el aire acondicionado, en medio del pasillo con su tumbona de siempre. Y semana santa, y aquella casa llena de frío y de soledad que solo apaziguaban las visitas. Y los tres en el sofá, tapados con las enaguas de la mesilla.

- Niña, ¿ya tienes la maleta hecha?

- Sí, abuela.

- ¿Tienes ganas de irte?

- No, si por mi fuera ya sabes que me quedaría con vosotros, pero no puedo.

- Ea, ahora nos tiramos tres días mirando pa' tú habitación, esperando a que salgas.

- Si yo también os echo mucho de menos, abuelo.



Y otra tanda de recuerdos, de los que ya no están. Y la foto de aquella niña tan bonita en un marco redondo. Y aquél pelo rubio emmarcando unos ojos preciosos, y una sonrisa encantadora. Y bailes, y fiestas. Y llamadas de esperanza. Y el adiós.



Y ahora él. Él, con su sonrisa pegadiza. Él, con aquellos abrazos de oso. Él, con la bondad pintada en los ojos. Y la sorpresa. Y la ausencia.



Y más tarde, ellos. Los dos, de golpe. Una, llorando al ver pasar las procesiones. El otro, sin cariño, sin carícias. Ay, prenda mía. Y las navidades en su casa, convertida en infierno. Y el primer adiós, doloroso. Por ser el primero, por la rábia, por el dolor escondido tanto tiempo. Y el segundo, ausencia. Por el dolor de los demás, por el olor a muerte y a tristeza.



Y empieza a soñar. Como si se pudiese levantar de aquella bañera tal como entró. Y salir, y en el comedor estaba ella. La primera en irse. Y hablar con ella, consolarla para que no llore más. Lo más importante es que estás cono nosotros, abuela.



Pero no está. Ni ella, ni los demás. Y centra todas sus fuerzas en volver a cerrar aquella puerta, en meter todos aquellos recuerdos desgastados en una de aquellas pequeñas habitaciones de las que no puedan salir sin su consentimiento. Y abre los ojos, y se encuentra allí, en la bañera, nadando en un mar de lágrimas.

mardi 19 octobre 2010

Quiero la brisa cálida que hace bailar los árboles por la tarde.

- ¿Otra margarita, Andrés? - te digo, cogiéndola de mi escritorio.
- Sí. Esta noche, cuando pase por aquí al volver del gimnasio, te dejaré en el buzón una muy grande que he visto en casa de la vecina. Acuérdate de cojerla, y antes de que se quede pachucha la pones junto a esta y las demás, en el florero de tu abuela que tanto te gusta.
- ¡¿Más?!
- ¿No querías que te trajera la primavera? Con lo que me cuesta colarme en el jardín de al lado sin que me vean...
- Yo no quiero las flores. Quiero la brisa cálida que hace bailar a los árboles por la tarde. - te miro muy seria, bromeando.
- ¿Y yo eso de donde lo saco? La vecina tiene cosas raritas, pero no tanto.
- Deja a la vecina en paz, pobre anciana. - te sonrío. - Y ven aquí para que te de un abrazo. - rodeo tu cuello con mis brazos. - Esta, Andrés. Esta es la brisa que yo quiero. La de tu respiración bajita al lado de mi oído.
Me achuchas fuerte, estrujándome contra tu pecho, dejándome casi sin respiración.
- Entonces, siempre será primavera.

dimanche 17 octobre 2010

198.

Esta mañana me he despertado con la necesidad de llorar. He puesto Vanilla Twilight, que es una de las canciones más bonitas que he escuchado nunca. Recuerdos de Miguel han caído sobre mí, en forma de lluvia de piedras, aplastándome. He ido encogiéndome conforme el nudo de mi estómago se hacía grande. Y así, en forma de ovillo, he comenzado a llorar. La música me ha puesto la piel de gallina y me ha invadido el frío. He llorado un poco más y luego me ha entrado la rabieta y me he puesto a dar saltos en la cama como una niña tonta. He caído rendida. Le he dado un golpe a la pared, y me he enredado entre las sábanas. He gritado muy fuerte, metida en aquél capullito de mantas. Después he salido, y con los ojos llorosos he recorrido el pasillo. ¿Y quién era esa que estaba al otro lado del espejo con cara de gilipollas por haberlo querido tanto? Ah sí, yo.

mardi 12 octobre 2010

No me lleves a casa cuando hayamos encontrado el fin del mundo.

Los lunes también anochece. Aunque tarde más, por ser el peor día de la semana. Y por fin, puedo bajar la persiana, rutina que ha cambiado desde que Miguel… Desde que Miguel ya no me invita a ver las estrellas. Suspiro. Es la última vez que me hablo de Miguel. Él ha muerto para mí. ¿Sabes? No necesito que me acompañe a ver el firmamento. Seguirá siendo el mismo cielo sin él. Pues claro que sí.
Subo el volumen de la música para que mi madre no me escuche abrir la ventana. Juraría que se ha quedado dormida en el sofá, pero cualquier ruido extraño, por muy suave que sea, la despertaría. Siempre tiene los cinco sentidos puestos en mí. Y no lo soporto. Aparto la cortina y me quedo sentada en el borde de la ventana, con los pies colgando. El viento me pone los pelos en la cara. Los aparto con un ágil movimiento y miro hacia el infinito. Genial, está nublado. Ni un mísero punto de luz. Sonrío. Claro, es lunes. Los lunes siempre son una mierda.
El viento frío me pone la piel de gallina. Un tirante del pijama se desliza por mi hombro. Me estoy congelando. Probablemente llueva antes de que me acueste y no pare hasta mañana, después del desayuno. Luego estará la calle encharcada y no podré compartir mi paraguas con Lisette.
El ruido ronco de una moto, interrumpe el silencio de la noche. Reconozco ese motor. ¿Andrés? Suena mi móvil desde la habitación. Alargo el brazo y lo cojo sin moverme. Un mensaje. Si me entran ganas de jugar sucio y divertirme a espaldas de otros, ¿vendrás tú? Sonrío. Estás sentado en la acera delante de mi casa, de espaldas a mí. Por supuesto. ¿A dónde vamos? Me encanta como te quedan los pantalones rojos. Te contesto. Quince segundos más tarde lo recibes, te levantas, te mira los pantalones y das una vuelta a tu alrededor. No me ves. En la ventana, Andrés. Sonríes y me saludas con el brazo. Me subo el tirante y alzo el brazo. Sabes que no puedo bajar. Que a estas horas, mi madre no me deja salir, y todavía menos siendo lunes. ¿Vamos a perdernos por las calles infinitas? Cuando hayamos encontrado el fin del mundo, volvemos. Me pongo a reír. Me miras desde la calle. Subes en la moto, la enciendes y me haces un gesto con la cabeza para que suba tras tuyo. Abro la ventana, entro en mi habitación, cojo la sudadera gris que tengo encima de la silla, me pongo las victoria negras porque es lo primero que he pillado y salto de la ventana al tejado del garaje. Camino por el muro hasta la puerta del jardín que da a la calle y salto sobre la acera. Me subo en la moto y me agarro a tu cintura.
Y sin casco, con el viento en la cara, corremos. Salimos de la ciudad. Oscuridad. Tú y yo. No sé a dónde me llevas. Solo vemos lo que hay a dos metros de nosotros, gracias a la luz de la moto. Bosque. Tengo miedo. ¿Y si te has vuelto loco? ¿Y si pierdes el control? ¿Y si nos caemos por algún barranco? Nadie nos escucharía.
- ¡Andrés, para!
Frenas en seco.
- ¿Qué pasa, Henar?
- Tengo miedo.
- No te hubiese traído por aquí si no lo conociera. Es una locura, pero tampoco para morirse. Si un día se me cruzan los cables, me perderé solo para morirme yo y no los dos.
- Pues yo prefiero morirme contigo y no que te mueras tú solo.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque prefiero eso que vivir sin ti.
Silencio. Bajas la cremallera de tu chupa, dispuesto a arrancar la moto de nuevo. Te gusta que vuele con el viento.
- Espera. Entonces, si conoces el camino, ¿cómo quieres que encontremos el fin del mundo?
- ¿De verdad quieres que lo busquemos?
- Por supuesto.
Arrancas. Das media vuelta y volvemos a la ciudad. Luces, música, viento.
- ¿Te he dicho alguna vez que eres preciosa?
Y el ruido de la moto se me mete en los oídos hasta que pasa desapercibido. Llueve. Te agarro muy fuerte. Dale más caña, Andrés. Que mi pelo se alborote y que nos suba la adrenalina hasta que necesitemos gritar.
No me lleves a casa cuando hayamos encontrado el fin del mundo. Recorramos calles infinitas hasta que salga el sol. A mí el fin del mundo me importa una mierda si tú estás conmigo.

jeudi 7 octobre 2010

Cuentitis aguda.

- ¿Quieres venir conmigo a tomar un helado? - me sonríe desde la calle.
- ¿Un helado, Andrés? ¿Ahora? Hoy hace mucho frío.
- Y aunque mañana salga más el sol, tú seguirás teniendo las manos congeladas.
- Ya. No tengo ganas.
- Un helado de nata.
- No me apetece.
- Con coco y nueces.
- Mejor otro día.
- Con chocolate blanco.
- ¿Se puede saber qué te pasa?
- Que no quiero que estés encerrada en casa todo el día.
- Estoy triste. No tengo ganas de nada más.
- Y yo. Lisette no se lo merece. Jamás lo hubiera imaginado.
- De verdad que no quiero ir a tomar un helado, gracias. Adiós, Andrés.
Me giro para abrir la puerta de casa y dejarlo ahí plantado, detrás de la puerta del jardín.
- Miguel me ha llamado.
Paro. ¿Qué? Miro al suelo. Su voz. Hace más de un mes y medio que no la escucho. Desde que se fue que no da señales de vida. Pero yo sé cosas de él. Siempre que me encuentro a su madre por la calle, se para a hablarme. Y yo le pregunto sobre los estudios de Miguel. Dice que todo le va muy bien. Supongo que con saber que sigue vivo, me basta.
- Está en casa de su tía. Dice... - suspira - dice que te echa de menos.
Estoy flipando. ¿Miguel echándome de menos? ¿Después de mes y medio sin querer saber nada de mí? Cuentitis aguda.
- ¿Y por qué no me ha llamado a mí para decírmelo?
- No lo sé, Henar. - hace una mueca.
- Pues yo sí que lo sé: porque es mentira. Vete, Andrés. Hoy no tengo ganas de salir de casa. Ya hablaremos otro día. Adiós.

(Dos horas más tarde.)

- ¿Andrés? ¿Qué haces ahí sentado en la acera?
- Sabía que volverías. Lo quieres de nata, ¿verdad?
- Estás loco. Tienes las manos congeladas.
- Igual que tu nariz, y mira que acabas de salir de casa.
- ¿Por qué no te has ido?
- Porque necesitaba decirte que estaré aquí siempre. Y no me taches como a Miguel, que yo no te dejaré sola.

Otro más para la lista de "hombres que intentan hacerme creer que estarán aquí siempre que los necesite". Con este ya van tres. Marc también lo dijo una vez. Por cierto, qué raro que no me haya tirado las redes del barco Pescanova ahora que Miguel se ha ido. Debe estar enfermo. Si ya decía yo que con el frío del otoño hay que andar con cuidado. Que luego todo son estornudos y kleenex por toda la casa.
- Dame la mano, anda, que te ayudo a levantarte. ¿Vamos?
- Invito yo.

mercredi 6 octobre 2010

Mírate, ya eres una niña grande.

Henar, ven aquí, que te debo un abrazo. Que ya me han dicho que viniste ayer, y no me despertaste. Hoy he estado soñando con el día que nos conocimos. Tú, con tu diadema lila, y aquél lacito negro en el pelo. Y yo, con mis dos trenzas. las monjas nos explicaron lo buenas que teníamos que ser. ¿Te acuerdas cómo chillaban cuando les gastábamos bromas? Qué recuerdos... ¿No dices nada? No me llores, cariño. ¿Cuántos años teníamos? ¿Dos, tres? Qué pequeñas eramos, y como hemos cambiado. Mírate, ya eres una niña grande. Ven, sientate detrás mío, y me haces otra vez aquellas trenzas. Quiero que me peines el pelo con los dedos, como si se fuese a romper. Te echaré tanto de menos.

lundi 4 octobre 2010

Me coges de la mano, me paseas por sus calles.

Tengo que decirte algo.
Me voy.
Los médicos me han dado un mes de prórroga.
Si te soy sincera, tengo poco por lo que luchar.
Me tengo que despedir de mi Henar, de mi familia, y de mi tú.
Ya sabes qué es lo más difícil.
No digas nada, por favor.
Tan sólo hazme un favor; llévame a París contigo.
Me coges de la mano, me paseas por sus calles.
Será nuestra despedida.
El último adiós.








Elliot, no me llores. Cariño...

dimanche 3 octobre 2010

Cinco minutitos, Andrés.

Henar ha estado aquí. Ha llegado sin avisar y se ha sentado a mi lado, en el sofá. Me ha preguntado si molestaba y se ha encojido de piernas. Claro que no estorbas, Henar. Qué cosas tienes. Le he preguntado qué le pasaba y casi se me pone a llorar. No ha artuculado palabra alguna. Se ha hecho un ovillo y se ha apoyado en mi torso. Estaba fría y temblando. He cogido mi jersey blanco que estaba tirado en la otra punta del sofá y se lo he puesto por encima.
- Estrújame con un abrazo, por favor, Andrés. - ha dicho al fin.
He intentado quitarle el frío nervioso que tenía en su cuerpecito de niña. Pero de poco ha servido. Ha cerrado los ojos y se ha puesto a tiritar. Lágrimas congeladas resbalaban por su mejilla y se encharcaban en mi pecho desnudo.
- No sabes cuánto me duele verte así, cariño. - y he acariciado su mejilla con el pulgar. Tambien sus labios.
- Necesito desaparecer. Cinco minutitos, Andrés. Solo cinco. - se ha restregado los ojos. - Y al volver quiero que mi cabeza haga un reset. Empezar de cero.
- Henar, Miguel te quiso mucho. Miguel te quiere mucho. No le olvides, a él no le gustaría volver y...
- ¿Y que le haya olvidado? Ya lo avisé. Además, ¿todavía crees que volverá? Que lo crea yo, vale. Pero a ti seguro que te ha dicho que se quedará en París. A mí me dijo que volveremos a vernos porque no hubiese soportado verme llorar. Es un cobarde. Y nunca me quiso lo suficiente.
Y después de este ataque de valor, se ha puesto a llorar de verdad.
- Volverá, Henar. Te lo digo enserio. No te estoy diciendo lo que necesitas escuchar, te estoy diciendo que Miguel no puede dejarte sola. Porque si se separara de ti para siempre, una parte de él moriría contigo.
Se ha incorporado y me ha dado un abrazo. Ya no temblaba, aunque ha seguido llorando en mi hombro durante un rato. Hasta que le ha sonado el móvil.
- ¿Qué querrá la madre de Lisette? - ha susurrado mirando la pantalla de su móvil. - ¿Sí? Michele, soy Henar. ¿Qué pasa?
Se ha puesto pálida de repente. Pocos segundos más tarde ha colgado, sin despedirse. Ha clavado sus ojos en el suelo.
- Andrés, llévame al hospital.

Aquél maldito temblor.

Esa mañana se despertó con el insistente sonido del despertador. Al poner las piernas sobre el suelo, éstas no respondían como de costumbre. Lentamente se levantó, y como pudo llegó al lavabo, intentando evitar aquél maldito temblor. Intentó abrir el armario, pero sus finos dedos también habían decidido ponerse a temblar y no respondían a las ordenes del cerebro. Harta, se acercó al espejo para ver qué ojeras tenía esa mañana, y se encontró algo muy diferente a lo que esperaba. la que miraba desde el otro lado no era ella. O si era, no se le parecía. Tenía su mismo pelo, llevaba puesto su mismo pijama, pero no podía ser ella. [...]



- Elliot, soy Michele, la madre de Lisette.
- Si dime, ¿qué pasa?
- Verás... estamos en el hospital. Esta mañana nos la hemos encontrando tirada en el suelo del lavabo.
- Pero, ¿qué ha pasado?
- Eso mejor te lo cuenta ella...

samedi 2 octobre 2010

Mi amiga Lisette.

Conocí a Lisette porque cualquier otra cosa habría sido una tontería. Simplemente tenía que ser mi amiga, y por ese motivo ocurrió. Sino nadie más llenaría ese vacío que se me hace en el estómago a las 22h de la noche, ahora que Miguel ya no está.
Me gusta acostarme pronto y pensar en cosas bonitas. Pero claro, todo tiene que ver con Miguel, y desde que se fue, ya no son ese tipo de cosas que se pueden pensar por las noches. No, porque entonces entra la nostalgia por la ventana y cualquiera la echa. Así que mejor pienso en Lisette. Y en lo divertida que es. Y en lo que le gusta reírse conmigo los días que llueve. Y los que no, también, claro. Ella es como un sueño que se hace realidad cada vez que tengo ganas de sonreír. Porque aparece cuando menos me lo espero. Pica a mi puerta con los nudillos y cuando la abro, aparta la cortina con una enorme sonrisa preguntándome si la acompaño a algún sitio o a ninguna parte. Y siempre cedo. Por supuesto, ¡si me muero de ganas!

Hoy nos ha pillado la lluvia de camino a ninguna parte. Por suerte, entre la cantidad de cosas inútiles que llevo en mi bolso, he encontrado un paraguas.
- Ven aquí cerquita hasta rozarme el hombro. Encógete, que debajo de mi paraguas de elefantitos cabemos las dos. - le he dicho.
Me ha hecho caso y nos ha entrado un ataque de ilusión. De esos tontos en los que cerramos los ojos con fuerza, sonreímos y hacemos un ruidito agudo mientras saltamos estúpidamente. Como siempre, hemos acabado riéndonos de nosotras mismas. De lo tontas que somos y podemos llegar a ser cuando estamos juntas. Entonces hemos llegado a una calle con un charco enorme.
- Quítate los zapatos. - me ha dicho.
Los hemos dejado en el borde y nos hemos puesto a saltar, como si fuéramos dos niñas inocentes que salen a la calle sin las botas de agua porque prefieren mojarse los pies. Una locura. Me ha contado que a ella le encantaba hacerlo cuando era pequeña. Que una vez salió a la calle, se empapó enterita, y al volver su madre le regañó porque se había mojado el vestido de cuadritos. Yo me he puesto a reír y le he mojado los pantalones tejanos. Y entonces me ha robado el paraguas y lo ha tirado fuera del charco para que me empapara con la lluvia. ¿Cómo era la canción? Se nos ha ido la olla por completo, y nos creíamos que estábamos cuerdos, es igual, si no lo entienden son ellos. Nosotros somos luz y ellos están ciegos.


Y ahora vuelven a ser las 22h. Me noto un vacío encajado en el pecho. Y me sobra que Miguel esté tan lejos.

jeudi 30 septembre 2010

Y que me traías profiteroles a la cama.

Se despierta con la luz del día entrando por la ventana, y se da la buelta para verle la cara. Le encanta la carita de niña buena que tiene mientras duerme. Ella abre poco a poco los ojos, y lo ve allí, con esa cara de tonto que se le pone en estas ocasiones.

- Buenos días, pequeña.
- Buenos días. Me duele un poco la garganta, hoy no voy a clase, ¿vale?
- De acuerdo, pero te recuerdo que yo sí que tengo que trabajar. ¿Me esperarás hasta la hora de comer?
- Claro. Y si quieres te hago risotto, que sé que te encanta. ¿Te acuerdas cuando hice mi primer risotto?
- Por supuesto. Me tiré una semana comiendo lo mismo porque la señorita estaba mala y me hacía un plato todos los días. ¿Y tú te acuerdas de lo que yo hacía?
- Sí, que luego por las tarde me llevabas a pasear por las Ramblas. Y que me traías profiteroles a la cama, cada mañana. Hace tiempo que ya no lo haces.
- Hace tiempo que no te pones mala.

Él se levanta, se arregla, desayuna y se va a trabajar, no sin antes comprovar que ella se ha vuelto a dormir.

Ella se despierta, y cuando va a mirar la hora en el despertador, se encuentra con un plato de profiteroles bañados en chocolate.

Lisette, sé buena. Volveré. Elliot.

mercredi 29 septembre 2010

Para que Miguel pueda volver cada noche, volando.

Estoy nervioso. Solo 22 minutos más y, si mi vuelo no se retrasa, estaré volando dirección París. 22 minutos era lo que tardábamos en llegar al mar en tren. 22 escalones eran los que subía, con una felicidad muy tonta, cada domingo para llegar a la puerta de tu casa, Henar. 22 fue el día que estrenaste tus pantalones cortos amarillos, para el cumpleaños de Lisette, en Agosto. 22 hora hace que te besé por última vez, después de comernos el dulce pastel de arándanos. Qué bonita despedida, mi niña. No sabes cuanto te quiero.
Un matrimonio más y pido un café. El hombre del restaurante me mira con cara monótona, sin articular palabra por si soy estrangero.
- Un café solo.
Henar, sé que me habrías matado de haber escuchado esto. Un café solo. Con lo que te gusta a tí echarle azúcar a todo. Con lo que odias el amargo. A mí tampoco me gusta. Pero almenos, junto al café, no seré el único amargado.
- Gracias. - me lo entrega.
Me siento en un taburete alto de esos que estan al vorde de una mesa de madera con tres patas. Doy el primer sorbo. ¡Diós, qué asco! Esto lo único que hace es meterse en mi cuerpo, arder y amargarme más. ¿En qué estaba pensando? Qué tontería.
- Perdone, ¿puede darme unos cuantos sobres de azúcar?
- ¿Cuántos quiere exactamente?
- No lo sé. Cinco o seis.
El hombre debe pensar que soy un cliente estúpido y que tendría que cobrarme los sobres. Los deja encima de la mesa y sigue atendiendo. El muy rancio sólo me ha dado cuatro. Los abro y me los echo todos. Casi puedo notarte aquí a mi ladito. Mirándome con los ojos pequeñitos y una gran sonrisa, esperando que te diga que me encanta el café que me has preparado. Pero solo casi. Este café no tiene nada que ver con los que me prepabas los lunes por la tarde, cuando me invitabas después de acabar los deberes. Esos lunes por la tarde que quizás no se repitan. Tardes que oscurecían detrás de la ventana, mientras me deshacía con tu lujúria. Tus besos. Tus risitas cuando te escondías debajo de las sábanas. Y estabas para comerte enterita. Con esos mofletes y tus lunares. Te echo tanto de menos.
15 minutos y estaré dejando el cielo atrás. Él se queda aquí contigo, Henar. Para que tú lo roces siempre que quieras. Y para que yo pueda volver cada noche, volando con estas alas que me cosiste un sábado nublado por la tarde. Ese sábado en el que me llevaste a tu lugar secreto. Nosotros vemos la ciudad, pero la ciudad no puede vernos, me dijiste. Qué dulce.


Ocho meses, Henar. 244 días y habré vuelto. Ojalá no me hayas olvidado entonces.

lundi 27 septembre 2010

Cuando a Henar se le cayó el cielo.

Quedan migas de la merienda en el mantel a cuadros. Yo las esparzo, las pongo en fila y las vuelvo a desperdigar. Qué rico me ha sabido el pastel de arándanos contigo, Miguel. Y yo que creía que le había echado demasiado azúcar, y tú te has limitado a chuparte los dedos al acabar, diciendo que era el mejor pastel de arándanos que te habías comido nunca. Mira que a mi no se me da demasiado bien hacer pasteles. Bueno, ni pasteles ni galletas de limón. Tan sólo me salen buenas las magdalenas de chocolate. Y sigo pensando que eres la única persona a quien le gustan mis pasteles de arándanos. Pero no sabes lo contenta que me pone eso, esa tontería.
Esta tarde ha sido especial, ha sido la última. Tal y como has llegado a mi casa, me has abrazado. Qué bien hueles siempre. Así como a mis quince primaveras juntas. Suave, dulce, picante y tentador. Me has besado la frente y me has preguntado qué había preparado para merendar. Lo intuías, pero te has sorprendido al ver el pastel de arándanos encima de la mesa de la cocina. Sobre él había escrito Henar y Miguel con chocolate deshecho. Había que tener un poco de imaginación para leerlo, pero tú lo has entendido enseguida. Te ha encantado, pero más me ha encantado a mí verte sonreír. Te he prestado un cuchillo y le has dado seis vueltas y media a la mesa porque no sabías por dónde cortarlo. Y yo riéndome, diciéndote que no importaban los nombres, que desmoronaras el pastel por donde quisieras. Me has sonreído y has cogido un triangulito que tenía medio nombre tuyo, y me dio mío. Yo también he cogido un trocito. Y otro, y después otro, hasta que han quedado las migas que tengo ahora entre los dedos. Después hemos estado recordando cada una de las veces que nos habíamos quedado solos. Qué risa, Miguel. Siempre sabes endulzar todo lo que debería ser amargo. Al final se nos ha hecho tarde y me has dicho que tenías que irte ya. Se me ha roto el mundo. Se me ha caído el cielo. Me has prometido que volveremos a vernos. Te has acercado a mí y me has besado los labios, así muy suave.
Y ahora, ¿quién me acompañará a dibujar las olas del mar en invierno? ¿A quién le daré la horchata cuando ya le haya pegado el primer trago? ¿A quién me encontraré por sorpresa un domingo por la mañana sentado en la mesa de la cocina esperando a que me entre hambre de un vaso de leche para verme desayunar? ¿Quién se fijará ahora en mis lunares? ¿Con qué motivo me pasearé en verano con mis pantalones cortos amarillos por el parque?

Todavía me saben los labios a ti. A nuestra bonita historia, Miguel.

dimanche 26 septembre 2010

Los caramelitos de fresa de Anouk.

A Anouk le encantan los caramelos de fresa. Lo sé porque siempre que estoy triste, aparece ella con sus pantalones blancos y saca uno del bolsillo. Y diós, están buenísimos. Y a mí se me quita la tontería, le regalo una sonrisa y le doy un achuchón de esos que desde fuera no se entienden. Pero esta mañana, cuando ha tocado el timbre y he bajado al jardín, me he puesto a llorar. Me ha preguntado si había salido defectuoso o si el que me había dado era de café y se había equivocado. Le he dicho que por suerte no, que si hubiese sido así ya lo hubiera escupido. Entonces le he contado que Miguel se va. Que no sé ni dónde ni cuando. Me ha mirado con cara de querer desenvolver todos mis problemas para que desaparezcan y me ha abrazado muy fuerte.

Miguel, que te vayas es peor que comerse un caramelo de café, de crema y de nata.

vendredi 24 septembre 2010

Cuando se abre, aparece un color de cielo impresionante.



Querido Diario,
Hoy te pongo una fotografía de La Puerta. No me acaba de convencer. Da la sensación de que dentro habría oscuridad. Y no. Cuando esa puerta se abre, brilla mucho. Cuando se abre, aparece un color de cielo impresionante. Un cielo de esos que no se sabe donde empieza y donde acaba. Ya sabes, de los que nos gustan a ti y a mí, de los nuestros. De los que estan a 3 metros sobre el cielo y siguen hasta los 330 metros y siguen mucho más alto.




PD: Y me he llevado al Toty. Es una visita obligatoria.

Tallarines con salsa sorpresa.

Lisette: ¿Sabes? Hoy he estado recordando el primer día que fui a tu casa.

Elliot: Ya ha llovido desde entonces, pequeña.

Lisette: Pues sí, per es un recuerdo bonito. Cuando llegué al portal y piqué, tardaste una eternidad en abrir, y yo me sentía tan pequeña en medio de una ciudad tan grande...

Elliot: ¡Pero si salí corriendo a abrirte! ¿No recuerdas que me estaba abrochando la camisa cuando subiste?

Lisette: Claro que lo recuerdo. Y me enseñaste a hacer el nudo de la corbata.

Elliot: ¿Y del menú, qué me dices? Tallarines con salsa sorpresa. ¿Aún no recuerdas la receta?

Lisette: Por supuesto que no. Lo que más me extrañó es que quedara tan rica.

Elliot: ¿Por qué? ¿No confiabas en mis artes culinarias?

Lisette: Sí, pero tu mirada estaba más en mi falda que en la salsa.

Elliot: Hombre, si te me sientas encima de la encimera, como voy a concentrarme.

Lisette: Ay, Elliot, suerte que lo compensaste con el postre.

Elliot: Ay, Lisette, ¡y qué postre! Y qué sorpresa al despertar por la mañana, y ver que habías desaparecido, junto con las sobras de la cena. Y al abrir el cajón de las corbatas, cada una tenía su nudo perfecto.

A París, por ejemplo.

- ¿Sabes? Consigo un casco y nos vamos.
- ¿A dónde, pequeña?
- Lejos, cuánto más lejos mejor. A París, por ejemplo. ¿No lo extrañas? ¡Es tu ciudad!
- Aprendes a vivir sin ello... Pero, ¿y de dónde sacamos un casco?
- No sé. Le preguntaré a Henar, o a Miguel. Incluso se lo puedo pedir a Marc, seguro que guarda uno de alguna de sus follamigas.
- Amantes, él las llama amantes.
- Bueno, da igual. Elliot, vámonos. Vamos a dejarlo todo atrás. Los estudios, los padres, los amigos, la familia. Todo.
- Pero no podemos huir, pequeña. Existen las responsabilidades.
- Elliot, es un capricho sin sentido. Concédemelo. Vamos, por favor. Coge la moto, yo te espero fuera. Tú te sientas para adelante, y yo detrás. Y me abrazo a ti. Fuerte.
- Ven aquí, anda.
- No me dejes nunca.

jeudi 23 septembre 2010

Cerrar los ojos, poner mi frente sobre tus labios.

Déjala, Elliot, deja que suene la música. Déjame que avance sólo un paso, por favor. Déjame que lleve tus manos hasta mi cintura, que rodee tu cuello con las mías. Escucha, yo también sé cantar esa canción. Al fin puedo olvidar la sombra opaca que me oculta del mundo, cerrar los ojos, poner mi frente sobre tus labios y permanecer así diez, veinte, cincuenta segundos, una o dos horas, seis meses, doce años, todo ese tiempo que aún me debes, que aún te debo, una deuda secreta que ni nosotros mismos nos atrevíamos a reconocer. Pero no creas que no interpreto tus gestos: ahí está ese THE END que dejé escrito en la pizarra el último día de clase y que no has sido capaz de borrar.



Palabras prestadas de Quince, por Federico Abad.

Labios manchados de leche.

- Avísame mañana cuando vayas a desayunar.
- ¿Desayunarás conmigo?
- No, tranquila, tomaré algo en casa y vendré corriendo. - me sonríe. Sé que le ha gustado la parte en la que he dicho que vendré corriendo. Y a mi me gusta la sonrisa pillina que se le escapa a propósito.
- Pero Miguel, sabes que yo me levanto siempre muy pronto. Te asustarás si suena el teléfono a las siete de la mañana.
- No te preocupes por eso.
- Mañana es domingo. ¿Por qué no quedamos después? Así me peino, me pongo mi vestido blanco de verano y salimos al parque. - Qué encanto de niña. Pero no. Yo quiero verla desayunando. Seguro que está preciosa: con el pelo alborotado, los ojitos achinados, su camiseta de manga corta azul claro tapándole medio muslo y los labios manchados de leche. Además la miraré con esa cara de bobo que se me queda y me sonreirá. Siempre lo hace.
- Que no, Henar. Llámame mañana en cuanto te entre hambre de un vaso de leche y te levantes de la cama. - su pestañeo de Miguel, no tienes remedio, me invade. Es cierto, no lo tengo. Pero me alegrará el día levantarme con ella. Bueno, levantarme e ir con ella.
- Vale, pero sólo si esta tarde me acompañas a comprarme una horchata bien fresquita. Que a mí solo me apetece el primer trago.

mercredi 22 septembre 2010

Je suis désolé.

- Miguel, háblame en francés. Que tú sabes y a mi me gusta cómo se te ponen los labios. Así pequeñitos, y con ese sonido tan bonito que le das a las palabras, digas lo que digas. - Y se sienta en mi regazo. Úf, ¿y qué le digo yo ahora a esta niña pecosa? Vaya ojazos más oscuros qe tiene, qué intensos. No deja de mirarme. Trago saliva y me sonríe. Mierda. Lo peor es que sí que tengo algo que decirle. Y no es el mejor momento. Pero es que nunca será el mejor momento para decírselo. Respiro. Allá voy.
- Je vais aller toujours. - Suelto de carrerilla. - Je t'aime. - la miro a los ojos. Je vous aimerais toujours.
Henar, no. No me mires así, princesa. Lo siento.
- ¿Q... qué has dicho, Mi... Miguel? - le tiemblan los labios. Tiene ya los ojos empapados. Con esa pequeña mirada me recuerda a la primera vez que la vi, tan pequeña, sentada en un banco del parque, haciendo pucheritos porque se había caído del columpio.
- Je suis désolé.
- No.
Aquél día no la escuché llorar. Tan solo se aguantaba el llanto, absorvía la nariz y se restregaba los ojos. Ahora sí que llora. Henar, mi pequeña Henar. No hagas las cosas más difícil de lo que son.
- Miguel, no puedes irte. - me dice con un hilo de su dulce voz. No puedes. No.
- Todavía no sé cuando me iré. Pero te juro que volveremos a vernos.
- ¿Sabes, Miguel? Me han prometido muchas cosas, ya. Y las más importantes, no se cumplen nunca. Fui una estúpida pensando que tú no me dejarías nunca sola. Ya lo veo. Ahora te vas. Te vas ¿y sabes qué? - se pasa la manga del jersey por los ojos. - Acabaré olvidándote.
¿Cómo? Henar, no. No, ¡joder! Se levanta y se va. Camina poco a poco por la calle. La sigo. Espero a que se pare en algun lugar, pero lo que hace es echarse a correr. Y a correr. ¿Marc? No, por favor. Se... se abrazan. Él le da un beso en la frente y ella apoya su cabeza en él. Quizá es cierto que va a olvidarme. Adiós, Henar. Encantado de haberme cruzado contigo en esta vida. Je t'aime beaucoup.


- Marc, Miguel se va para siempre. Y me deja sola, ¿entiendes? Sola. Moriré lentamente sin él. No puedo parar de llorar, y me siento estúpida. ¿Sabes qué hacía él cuando me ponía a llorar como una magdalena? Me abrazaba. me estrechaba contra su pecho, así, muy muy fuerte. Entonces yo lloriqueaba un poquito más para que no me soltara todavía.
- Ven aquí, cariño.
- No, Marc. Tú no sabes abrazar como Miguel. No te mofles.

dimanche 19 septembre 2010

Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia.

¿Sabes las comidas esas en las que todo el mundo está callado? ¿En las que solo se escuchan los cubiertos? Bueno, pues ahí estaba yo. Sentada a la izquierda de todo, comiéndome un trozo de pollo asado. Con lo que odio yo el pollo. Y además me ha tocado la pechuga, y seca.
Entonces se ha puesto a llover. No me ha molestado demasiado porque almenos se escuchaba algo más a parte de los cubiertos chocando contra los platos y cortando el pollo seco. He esperado a que mi padre acabara de comer y he llevado los platos a la cocina. Mi hermana ha recogido el resto de la mesa. Cuando me dirigía a mi habitación, mi madre ha roto el silencio.
- Saldremos a comprar esta tarde. Volveremos tarde porque quiero pasarme por la carnicería de la ciudad. - más pollo. - ¿Estarás aquí toda la tarde?
- Sí mamá, tengo que estudiar filosofía.
- Espero que te apliques.
Siempre igual de estúpida. Claro, como ella no tiene que amargarse por los estudios, me amarga a mí. Me he sentado delante del escritorio y he abierto el libro. Más o menos lo entiendía. Y fuera estaba lloviendo. Y yo no sabía si mirar la llúvia o concentrarme en lo que debía memorizar. Y me he hecho un lío. Entonces he optado por dejar de estudiar y relajarme, pero no antes de haber escuchado que salían de casa. Me he sentado en la cama y me he puesto a pensar en Andrés. Y en lo sexy que es Andrés. Y en sus labios. Y en su voz. Y en su forma de rozarme siempre. Y Andrés. Y más Andrés. He decidido que pensar tanto en Andrés es malo. Muy malo. Porque luego me ha entrado el gustanillo de estar con él, y como no había manera de que se me quitara, le he enviado un mensaje. Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia. No me ha dado tiempo a dejar el móvil sobre la mesita de noche, que ha sonado de nuevo. Saladas, please. He pegado un salto y antes de llegar al suelo ya estaba metiendo las palomitas en el microondas.
Cuando ha llegado yo ya me había puesto el pantalón largo negro y el jersey de París que me dejó Lisette ayer. Le he abierto la puerta y nos hemos sentado en el sofá. Me ha clavado sus ojos pardos y he apartado la mirada. Lisette siempre me ha dicho que debo tener cuidado con él, que es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Pero a mi nunca me ha besado. A mi amiga tampoco, pero ella entiende de hombres, que yo lo sé. Además, ¿cómo debe sentirse una después de un beso de Andrés? Probablemente con ganas de más. Y me han entrado unas ganas locas de arriesgarme. He ido a buscar las palomitas y un relámpago ha iluminado todo el salón. Perfecto. Quería encender la televisión pero Andrés me ha dicho que mejor no lo haga, a ver si se estropearía con la tormenta.
Y con eso lo ha dicho todo. Es más, ha mordido la palomita mientras me miraba. Y eso es insinuación, de toda la vida. Yo también lo he hecho y me ha sonreído. Pero con una sonrisa de esas que matan, eh. Y ya me ves a mi muerta en el sofá, con las piernas encogidas y la mirada perdida entre sus ojos y su boca. Entonces me ha acariciado el pelo, así suave, con la yema de los dedos. Me ha rozado la barbilla y me ha tocado los labios. Ha cogido una palomita y me la ha metido en la boca, riéndose. Vaya cara debía tener, qué vergüenza. Después se ha puesto una en los labios y se ha acercado para que se la quitara. Después lo he hecho yo. Nuestros labios se iban rozando poco a poco hasta que ha dejado de jugar limpio. En una de esas en las que me he acercado sensualmente para quitarle la palomita de la boca, la ha escondido detrás de los labios y me ha besado. Ha sido pequeñito, así como cuando explota una pompa de jabón en el aire. Entonces se me han caído las palomitas al suelo. ¡Qué tonta! Las ha mirado durante un instante y ha parecido no importarle. Ha puesto la mano en mi cuello y me ha besado de verdad. Intentaba recordar las palabras de Lisette cuando ha empezado a besarme el cuello. Y diós, qué cosquillas. Me ha entrado la risa tonta al pensar que se me estaba poniendo la piel de pollo, lo he agarrado por la cara y he mirado sus ojos. Qué raros estaban. Eran así como verdes, azules, grises, marrones, amarillos... no sé, pero me miraban con ansia. Me ha sonreído y ha seguido por donde iba. Qué tortura, Andrés. Después se ha acercado a mi oído y me ha susurrado palabras sueltas. Preciosa. Intentaba quitarme el cinturón. Me encantas. La bragueta. Te quiero. No podía pensar. Me ha acariciado la oreja con la lengua y me ha entrado un repelús por todo el cuerpo. Tenía la mente en blanco. He abierto los ojos y se había hecho de noche. Ya no llovía. Las palomitas seguían esparcidas por el suelo del salón. Y seguía sin poder pensar, inundada en aquel mar de besos y caricias. De golpe, Lisette en mi mente, su voz. Es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Mierda. He abierto los ojos y me ha acariciado el pelo. Perdición. Le he mordido el labio y ha suspirado, excitado. Andrés, para por favor. Sus besos han bajado hasta mi pecho, y me he puesto nerviosa.
- ¿Qué te pasa, Henar?
- Que tengo la mente en blanco.
- Perfecto.
Y me ha mordido el cuello, suave. Después la oreja, mis hombros. Mi pelo alborotado y sus ojos brillantes. Me ha dado miedo. Mucho miedo. De repente sólo hacía cosas inconscientes, sin pensar. Sus besos me mataban lentamente con su dulce tortura. ¡Basta!
- Los lavados de cerebro, con agua fría, por favor. - le he dicho.
- ¿Por qué? - intentaba hacerme creer que no sabía de qué le hablaba.
- Porque así cuando vuelva a pensar, lo haré en frío.

samedi 18 septembre 2010

18 de Septiembre.

Querido Diario,
Hoy he hecho un nuevo amigo. Justo en el momento en que acababa de acabar la Puerta.







"- Mi nombre es Lisette ¿quién eres tú?

vendredi 17 septembre 2010

17 de Septiembre.


Querido Diario,

Te informo de que te escribo tan solo porque mi mamá me obliga. Ella (mi mamá) me ha prohibido "terminantemente" que le explique mis cosas a las vecinas porque según ella (mi mamá, otra vez, qué pesada, ¿verdad?) las agobio. Mentira. Pero bueno, sé que al final tú y yo acabaremos siendo grandes amigos. Ya verás. Ah, por si todavía no lo sabes, yo me llamo Lisette, encantada.

Lo primero que te quiero contar es mi aventura de hoy. Mi mamá me había ordenado, no pedido, que me pusiera el vestido de cuadritos que tanto le gusta. Y yo me lo he puesto pensando que mi mamá se había levantado hoy con el pie derecho y no sabía lo que decía. Y luego se ha puesto a llover. Qué maravillosa es la lluvia, ¿no crees? De pronto el cielo se pone de un color oscuro, así como gris, y las nubes empiezan a llorar. Cuando esto pasa, la gente se pone muy triste y algunos gritan "¡Me cago en San Pedro!", que seguramente será el que pone triste a las nubes y a todos los demás. Pues yo no me pongo triste, porque cuando llueve se hacen charcos por todo el pueblo, y no hay nada que me guste más que saltar de charco en charco. Bueno sí, pisar las hojas secas, pero ese tema lo dejo para otro día.

Bueno, a lo que iba, que me voy por las raíces. Pues vestida con mi vestido cuadrado he salido corriendo en cuanto he escuchado las gotas repiquetear en los cristales, y me he paseado por todo el pueblo de charco en charco. ¡Más divertido! Lo peor ha sido cuando he vuelto a casa. Mamá me ha echado una bronca... Me ha gritado por salir lloviendo sin paraguas, por salir lloviendo tan arreglada (¡pero si ha sido ella la que me ha mandado a ponerme el vestido!), me ha regañado por salir descalza (¿Cómo voy a pisar los charcos con los zapatos? ¡Entonces no me mojo los pies!), me ha regañado por "escaparme" cuando tenía que venir la tita Catalina a comer, y así sucesivamente.

Al final, he tenido que subir a cambiarme porque según ella el vestido estaba demasiado mojado, y me ha echo ponerme aquél rosa que odio tanto. Y para colmo, la tita Catalina me ha vuelto a estirar de los mofletes, como siempre. Y me ha dicho lo grande que estoy, como siempre. Y que como me va el cole, como siempre. Y que si ya tengo novio, como siempre. Y que tengo que ser una niña buena, como siempre.