«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

jeudi 30 septembre 2010

Y que me traías profiteroles a la cama.

Se despierta con la luz del día entrando por la ventana, y se da la buelta para verle la cara. Le encanta la carita de niña buena que tiene mientras duerme. Ella abre poco a poco los ojos, y lo ve allí, con esa cara de tonto que se le pone en estas ocasiones.

- Buenos días, pequeña.
- Buenos días. Me duele un poco la garganta, hoy no voy a clase, ¿vale?
- De acuerdo, pero te recuerdo que yo sí que tengo que trabajar. ¿Me esperarás hasta la hora de comer?
- Claro. Y si quieres te hago risotto, que sé que te encanta. ¿Te acuerdas cuando hice mi primer risotto?
- Por supuesto. Me tiré una semana comiendo lo mismo porque la señorita estaba mala y me hacía un plato todos los días. ¿Y tú te acuerdas de lo que yo hacía?
- Sí, que luego por las tarde me llevabas a pasear por las Ramblas. Y que me traías profiteroles a la cama, cada mañana. Hace tiempo que ya no lo haces.
- Hace tiempo que no te pones mala.

Él se levanta, se arregla, desayuna y se va a trabajar, no sin antes comprovar que ella se ha vuelto a dormir.

Ella se despierta, y cuando va a mirar la hora en el despertador, se encuentra con un plato de profiteroles bañados en chocolate.

Lisette, sé buena. Volveré. Elliot.

mercredi 29 septembre 2010

Para que Miguel pueda volver cada noche, volando.

Estoy nervioso. Solo 22 minutos más y, si mi vuelo no se retrasa, estaré volando dirección París. 22 minutos era lo que tardábamos en llegar al mar en tren. 22 escalones eran los que subía, con una felicidad muy tonta, cada domingo para llegar a la puerta de tu casa, Henar. 22 fue el día que estrenaste tus pantalones cortos amarillos, para el cumpleaños de Lisette, en Agosto. 22 hora hace que te besé por última vez, después de comernos el dulce pastel de arándanos. Qué bonita despedida, mi niña. No sabes cuanto te quiero.
Un matrimonio más y pido un café. El hombre del restaurante me mira con cara monótona, sin articular palabra por si soy estrangero.
- Un café solo.
Henar, sé que me habrías matado de haber escuchado esto. Un café solo. Con lo que te gusta a tí echarle azúcar a todo. Con lo que odias el amargo. A mí tampoco me gusta. Pero almenos, junto al café, no seré el único amargado.
- Gracias. - me lo entrega.
Me siento en un taburete alto de esos que estan al vorde de una mesa de madera con tres patas. Doy el primer sorbo. ¡Diós, qué asco! Esto lo único que hace es meterse en mi cuerpo, arder y amargarme más. ¿En qué estaba pensando? Qué tontería.
- Perdone, ¿puede darme unos cuantos sobres de azúcar?
- ¿Cuántos quiere exactamente?
- No lo sé. Cinco o seis.
El hombre debe pensar que soy un cliente estúpido y que tendría que cobrarme los sobres. Los deja encima de la mesa y sigue atendiendo. El muy rancio sólo me ha dado cuatro. Los abro y me los echo todos. Casi puedo notarte aquí a mi ladito. Mirándome con los ojos pequeñitos y una gran sonrisa, esperando que te diga que me encanta el café que me has preparado. Pero solo casi. Este café no tiene nada que ver con los que me prepabas los lunes por la tarde, cuando me invitabas después de acabar los deberes. Esos lunes por la tarde que quizás no se repitan. Tardes que oscurecían detrás de la ventana, mientras me deshacía con tu lujúria. Tus besos. Tus risitas cuando te escondías debajo de las sábanas. Y estabas para comerte enterita. Con esos mofletes y tus lunares. Te echo tanto de menos.
15 minutos y estaré dejando el cielo atrás. Él se queda aquí contigo, Henar. Para que tú lo roces siempre que quieras. Y para que yo pueda volver cada noche, volando con estas alas que me cosiste un sábado nublado por la tarde. Ese sábado en el que me llevaste a tu lugar secreto. Nosotros vemos la ciudad, pero la ciudad no puede vernos, me dijiste. Qué dulce.


Ocho meses, Henar. 244 días y habré vuelto. Ojalá no me hayas olvidado entonces.

lundi 27 septembre 2010

Cuando a Henar se le cayó el cielo.

Quedan migas de la merienda en el mantel a cuadros. Yo las esparzo, las pongo en fila y las vuelvo a desperdigar. Qué rico me ha sabido el pastel de arándanos contigo, Miguel. Y yo que creía que le había echado demasiado azúcar, y tú te has limitado a chuparte los dedos al acabar, diciendo que era el mejor pastel de arándanos que te habías comido nunca. Mira que a mi no se me da demasiado bien hacer pasteles. Bueno, ni pasteles ni galletas de limón. Tan sólo me salen buenas las magdalenas de chocolate. Y sigo pensando que eres la única persona a quien le gustan mis pasteles de arándanos. Pero no sabes lo contenta que me pone eso, esa tontería.
Esta tarde ha sido especial, ha sido la última. Tal y como has llegado a mi casa, me has abrazado. Qué bien hueles siempre. Así como a mis quince primaveras juntas. Suave, dulce, picante y tentador. Me has besado la frente y me has preguntado qué había preparado para merendar. Lo intuías, pero te has sorprendido al ver el pastel de arándanos encima de la mesa de la cocina. Sobre él había escrito Henar y Miguel con chocolate deshecho. Había que tener un poco de imaginación para leerlo, pero tú lo has entendido enseguida. Te ha encantado, pero más me ha encantado a mí verte sonreír. Te he prestado un cuchillo y le has dado seis vueltas y media a la mesa porque no sabías por dónde cortarlo. Y yo riéndome, diciéndote que no importaban los nombres, que desmoronaras el pastel por donde quisieras. Me has sonreído y has cogido un triangulito que tenía medio nombre tuyo, y me dio mío. Yo también he cogido un trocito. Y otro, y después otro, hasta que han quedado las migas que tengo ahora entre los dedos. Después hemos estado recordando cada una de las veces que nos habíamos quedado solos. Qué risa, Miguel. Siempre sabes endulzar todo lo que debería ser amargo. Al final se nos ha hecho tarde y me has dicho que tenías que irte ya. Se me ha roto el mundo. Se me ha caído el cielo. Me has prometido que volveremos a vernos. Te has acercado a mí y me has besado los labios, así muy suave.
Y ahora, ¿quién me acompañará a dibujar las olas del mar en invierno? ¿A quién le daré la horchata cuando ya le haya pegado el primer trago? ¿A quién me encontraré por sorpresa un domingo por la mañana sentado en la mesa de la cocina esperando a que me entre hambre de un vaso de leche para verme desayunar? ¿Quién se fijará ahora en mis lunares? ¿Con qué motivo me pasearé en verano con mis pantalones cortos amarillos por el parque?

Todavía me saben los labios a ti. A nuestra bonita historia, Miguel.

dimanche 26 septembre 2010

Los caramelitos de fresa de Anouk.

A Anouk le encantan los caramelos de fresa. Lo sé porque siempre que estoy triste, aparece ella con sus pantalones blancos y saca uno del bolsillo. Y diós, están buenísimos. Y a mí se me quita la tontería, le regalo una sonrisa y le doy un achuchón de esos que desde fuera no se entienden. Pero esta mañana, cuando ha tocado el timbre y he bajado al jardín, me he puesto a llorar. Me ha preguntado si había salido defectuoso o si el que me había dado era de café y se había equivocado. Le he dicho que por suerte no, que si hubiese sido así ya lo hubiera escupido. Entonces le he contado que Miguel se va. Que no sé ni dónde ni cuando. Me ha mirado con cara de querer desenvolver todos mis problemas para que desaparezcan y me ha abrazado muy fuerte.

Miguel, que te vayas es peor que comerse un caramelo de café, de crema y de nata.

vendredi 24 septembre 2010

Cuando se abre, aparece un color de cielo impresionante.



Querido Diario,
Hoy te pongo una fotografía de La Puerta. No me acaba de convencer. Da la sensación de que dentro habría oscuridad. Y no. Cuando esa puerta se abre, brilla mucho. Cuando se abre, aparece un color de cielo impresionante. Un cielo de esos que no se sabe donde empieza y donde acaba. Ya sabes, de los que nos gustan a ti y a mí, de los nuestros. De los que estan a 3 metros sobre el cielo y siguen hasta los 330 metros y siguen mucho más alto.




PD: Y me he llevado al Toty. Es una visita obligatoria.

Tallarines con salsa sorpresa.

Lisette: ¿Sabes? Hoy he estado recordando el primer día que fui a tu casa.

Elliot: Ya ha llovido desde entonces, pequeña.

Lisette: Pues sí, per es un recuerdo bonito. Cuando llegué al portal y piqué, tardaste una eternidad en abrir, y yo me sentía tan pequeña en medio de una ciudad tan grande...

Elliot: ¡Pero si salí corriendo a abrirte! ¿No recuerdas que me estaba abrochando la camisa cuando subiste?

Lisette: Claro que lo recuerdo. Y me enseñaste a hacer el nudo de la corbata.

Elliot: ¿Y del menú, qué me dices? Tallarines con salsa sorpresa. ¿Aún no recuerdas la receta?

Lisette: Por supuesto que no. Lo que más me extrañó es que quedara tan rica.

Elliot: ¿Por qué? ¿No confiabas en mis artes culinarias?

Lisette: Sí, pero tu mirada estaba más en mi falda que en la salsa.

Elliot: Hombre, si te me sientas encima de la encimera, como voy a concentrarme.

Lisette: Ay, Elliot, suerte que lo compensaste con el postre.

Elliot: Ay, Lisette, ¡y qué postre! Y qué sorpresa al despertar por la mañana, y ver que habías desaparecido, junto con las sobras de la cena. Y al abrir el cajón de las corbatas, cada una tenía su nudo perfecto.

A París, por ejemplo.

- ¿Sabes? Consigo un casco y nos vamos.
- ¿A dónde, pequeña?
- Lejos, cuánto más lejos mejor. A París, por ejemplo. ¿No lo extrañas? ¡Es tu ciudad!
- Aprendes a vivir sin ello... Pero, ¿y de dónde sacamos un casco?
- No sé. Le preguntaré a Henar, o a Miguel. Incluso se lo puedo pedir a Marc, seguro que guarda uno de alguna de sus follamigas.
- Amantes, él las llama amantes.
- Bueno, da igual. Elliot, vámonos. Vamos a dejarlo todo atrás. Los estudios, los padres, los amigos, la familia. Todo.
- Pero no podemos huir, pequeña. Existen las responsabilidades.
- Elliot, es un capricho sin sentido. Concédemelo. Vamos, por favor. Coge la moto, yo te espero fuera. Tú te sientas para adelante, y yo detrás. Y me abrazo a ti. Fuerte.
- Ven aquí, anda.
- No me dejes nunca.

jeudi 23 septembre 2010

Cerrar los ojos, poner mi frente sobre tus labios.

Déjala, Elliot, deja que suene la música. Déjame que avance sólo un paso, por favor. Déjame que lleve tus manos hasta mi cintura, que rodee tu cuello con las mías. Escucha, yo también sé cantar esa canción. Al fin puedo olvidar la sombra opaca que me oculta del mundo, cerrar los ojos, poner mi frente sobre tus labios y permanecer así diez, veinte, cincuenta segundos, una o dos horas, seis meses, doce años, todo ese tiempo que aún me debes, que aún te debo, una deuda secreta que ni nosotros mismos nos atrevíamos a reconocer. Pero no creas que no interpreto tus gestos: ahí está ese THE END que dejé escrito en la pizarra el último día de clase y que no has sido capaz de borrar.



Palabras prestadas de Quince, por Federico Abad.

Labios manchados de leche.

- Avísame mañana cuando vayas a desayunar.
- ¿Desayunarás conmigo?
- No, tranquila, tomaré algo en casa y vendré corriendo. - me sonríe. Sé que le ha gustado la parte en la que he dicho que vendré corriendo. Y a mi me gusta la sonrisa pillina que se le escapa a propósito.
- Pero Miguel, sabes que yo me levanto siempre muy pronto. Te asustarás si suena el teléfono a las siete de la mañana.
- No te preocupes por eso.
- Mañana es domingo. ¿Por qué no quedamos después? Así me peino, me pongo mi vestido blanco de verano y salimos al parque. - Qué encanto de niña. Pero no. Yo quiero verla desayunando. Seguro que está preciosa: con el pelo alborotado, los ojitos achinados, su camiseta de manga corta azul claro tapándole medio muslo y los labios manchados de leche. Además la miraré con esa cara de bobo que se me queda y me sonreirá. Siempre lo hace.
- Que no, Henar. Llámame mañana en cuanto te entre hambre de un vaso de leche y te levantes de la cama. - su pestañeo de Miguel, no tienes remedio, me invade. Es cierto, no lo tengo. Pero me alegrará el día levantarme con ella. Bueno, levantarme e ir con ella.
- Vale, pero sólo si esta tarde me acompañas a comprarme una horchata bien fresquita. Que a mí solo me apetece el primer trago.

mercredi 22 septembre 2010

Je suis désolé.

- Miguel, háblame en francés. Que tú sabes y a mi me gusta cómo se te ponen los labios. Así pequeñitos, y con ese sonido tan bonito que le das a las palabras, digas lo que digas. - Y se sienta en mi regazo. Úf, ¿y qué le digo yo ahora a esta niña pecosa? Vaya ojazos más oscuros qe tiene, qué intensos. No deja de mirarme. Trago saliva y me sonríe. Mierda. Lo peor es que sí que tengo algo que decirle. Y no es el mejor momento. Pero es que nunca será el mejor momento para decírselo. Respiro. Allá voy.
- Je vais aller toujours. - Suelto de carrerilla. - Je t'aime. - la miro a los ojos. Je vous aimerais toujours.
Henar, no. No me mires así, princesa. Lo siento.
- ¿Q... qué has dicho, Mi... Miguel? - le tiemblan los labios. Tiene ya los ojos empapados. Con esa pequeña mirada me recuerda a la primera vez que la vi, tan pequeña, sentada en un banco del parque, haciendo pucheritos porque se había caído del columpio.
- Je suis désolé.
- No.
Aquél día no la escuché llorar. Tan solo se aguantaba el llanto, absorvía la nariz y se restregaba los ojos. Ahora sí que llora. Henar, mi pequeña Henar. No hagas las cosas más difícil de lo que son.
- Miguel, no puedes irte. - me dice con un hilo de su dulce voz. No puedes. No.
- Todavía no sé cuando me iré. Pero te juro que volveremos a vernos.
- ¿Sabes, Miguel? Me han prometido muchas cosas, ya. Y las más importantes, no se cumplen nunca. Fui una estúpida pensando que tú no me dejarías nunca sola. Ya lo veo. Ahora te vas. Te vas ¿y sabes qué? - se pasa la manga del jersey por los ojos. - Acabaré olvidándote.
¿Cómo? Henar, no. No, ¡joder! Se levanta y se va. Camina poco a poco por la calle. La sigo. Espero a que se pare en algun lugar, pero lo que hace es echarse a correr. Y a correr. ¿Marc? No, por favor. Se... se abrazan. Él le da un beso en la frente y ella apoya su cabeza en él. Quizá es cierto que va a olvidarme. Adiós, Henar. Encantado de haberme cruzado contigo en esta vida. Je t'aime beaucoup.


- Marc, Miguel se va para siempre. Y me deja sola, ¿entiendes? Sola. Moriré lentamente sin él. No puedo parar de llorar, y me siento estúpida. ¿Sabes qué hacía él cuando me ponía a llorar como una magdalena? Me abrazaba. me estrechaba contra su pecho, así, muy muy fuerte. Entonces yo lloriqueaba un poquito más para que no me soltara todavía.
- Ven aquí, cariño.
- No, Marc. Tú no sabes abrazar como Miguel. No te mofles.

dimanche 19 septembre 2010

Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia.

¿Sabes las comidas esas en las que todo el mundo está callado? ¿En las que solo se escuchan los cubiertos? Bueno, pues ahí estaba yo. Sentada a la izquierda de todo, comiéndome un trozo de pollo asado. Con lo que odio yo el pollo. Y además me ha tocado la pechuga, y seca.
Entonces se ha puesto a llover. No me ha molestado demasiado porque almenos se escuchaba algo más a parte de los cubiertos chocando contra los platos y cortando el pollo seco. He esperado a que mi padre acabara de comer y he llevado los platos a la cocina. Mi hermana ha recogido el resto de la mesa. Cuando me dirigía a mi habitación, mi madre ha roto el silencio.
- Saldremos a comprar esta tarde. Volveremos tarde porque quiero pasarme por la carnicería de la ciudad. - más pollo. - ¿Estarás aquí toda la tarde?
- Sí mamá, tengo que estudiar filosofía.
- Espero que te apliques.
Siempre igual de estúpida. Claro, como ella no tiene que amargarse por los estudios, me amarga a mí. Me he sentado delante del escritorio y he abierto el libro. Más o menos lo entiendía. Y fuera estaba lloviendo. Y yo no sabía si mirar la llúvia o concentrarme en lo que debía memorizar. Y me he hecho un lío. Entonces he optado por dejar de estudiar y relajarme, pero no antes de haber escuchado que salían de casa. Me he sentado en la cama y me he puesto a pensar en Andrés. Y en lo sexy que es Andrés. Y en sus labios. Y en su voz. Y en su forma de rozarme siempre. Y Andrés. Y más Andrés. He decidido que pensar tanto en Andrés es malo. Muy malo. Porque luego me ha entrado el gustanillo de estar con él, y como no había manera de que se me quitara, le he enviado un mensaje. Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia. No me ha dado tiempo a dejar el móvil sobre la mesita de noche, que ha sonado de nuevo. Saladas, please. He pegado un salto y antes de llegar al suelo ya estaba metiendo las palomitas en el microondas.
Cuando ha llegado yo ya me había puesto el pantalón largo negro y el jersey de París que me dejó Lisette ayer. Le he abierto la puerta y nos hemos sentado en el sofá. Me ha clavado sus ojos pardos y he apartado la mirada. Lisette siempre me ha dicho que debo tener cuidado con él, que es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Pero a mi nunca me ha besado. A mi amiga tampoco, pero ella entiende de hombres, que yo lo sé. Además, ¿cómo debe sentirse una después de un beso de Andrés? Probablemente con ganas de más. Y me han entrado unas ganas locas de arriesgarme. He ido a buscar las palomitas y un relámpago ha iluminado todo el salón. Perfecto. Quería encender la televisión pero Andrés me ha dicho que mejor no lo haga, a ver si se estropearía con la tormenta.
Y con eso lo ha dicho todo. Es más, ha mordido la palomita mientras me miraba. Y eso es insinuación, de toda la vida. Yo también lo he hecho y me ha sonreído. Pero con una sonrisa de esas que matan, eh. Y ya me ves a mi muerta en el sofá, con las piernas encogidas y la mirada perdida entre sus ojos y su boca. Entonces me ha acariciado el pelo, así suave, con la yema de los dedos. Me ha rozado la barbilla y me ha tocado los labios. Ha cogido una palomita y me la ha metido en la boca, riéndose. Vaya cara debía tener, qué vergüenza. Después se ha puesto una en los labios y se ha acercado para que se la quitara. Después lo he hecho yo. Nuestros labios se iban rozando poco a poco hasta que ha dejado de jugar limpio. En una de esas en las que me he acercado sensualmente para quitarle la palomita de la boca, la ha escondido detrás de los labios y me ha besado. Ha sido pequeñito, así como cuando explota una pompa de jabón en el aire. Entonces se me han caído las palomitas al suelo. ¡Qué tonta! Las ha mirado durante un instante y ha parecido no importarle. Ha puesto la mano en mi cuello y me ha besado de verdad. Intentaba recordar las palabras de Lisette cuando ha empezado a besarme el cuello. Y diós, qué cosquillas. Me ha entrado la risa tonta al pensar que se me estaba poniendo la piel de pollo, lo he agarrado por la cara y he mirado sus ojos. Qué raros estaban. Eran así como verdes, azules, grises, marrones, amarillos... no sé, pero me miraban con ansia. Me ha sonreído y ha seguido por donde iba. Qué tortura, Andrés. Después se ha acercado a mi oído y me ha susurrado palabras sueltas. Preciosa. Intentaba quitarme el cinturón. Me encantas. La bragueta. Te quiero. No podía pensar. Me ha acariciado la oreja con la lengua y me ha entrado un repelús por todo el cuerpo. Tenía la mente en blanco. He abierto los ojos y se había hecho de noche. Ya no llovía. Las palomitas seguían esparcidas por el suelo del salón. Y seguía sin poder pensar, inundada en aquel mar de besos y caricias. De golpe, Lisette en mi mente, su voz. Es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Mierda. He abierto los ojos y me ha acariciado el pelo. Perdición. Le he mordido el labio y ha suspirado, excitado. Andrés, para por favor. Sus besos han bajado hasta mi pecho, y me he puesto nerviosa.
- ¿Qué te pasa, Henar?
- Que tengo la mente en blanco.
- Perfecto.
Y me ha mordido el cuello, suave. Después la oreja, mis hombros. Mi pelo alborotado y sus ojos brillantes. Me ha dado miedo. Mucho miedo. De repente sólo hacía cosas inconscientes, sin pensar. Sus besos me mataban lentamente con su dulce tortura. ¡Basta!
- Los lavados de cerebro, con agua fría, por favor. - le he dicho.
- ¿Por qué? - intentaba hacerme creer que no sabía de qué le hablaba.
- Porque así cuando vuelva a pensar, lo haré en frío.

samedi 18 septembre 2010

18 de Septiembre.

Querido Diario,
Hoy he hecho un nuevo amigo. Justo en el momento en que acababa de acabar la Puerta.







"- Mi nombre es Lisette ¿quién eres tú?

vendredi 17 septembre 2010

17 de Septiembre.


Querido Diario,

Te informo de que te escribo tan solo porque mi mamá me obliga. Ella (mi mamá) me ha prohibido "terminantemente" que le explique mis cosas a las vecinas porque según ella (mi mamá, otra vez, qué pesada, ¿verdad?) las agobio. Mentira. Pero bueno, sé que al final tú y yo acabaremos siendo grandes amigos. Ya verás. Ah, por si todavía no lo sabes, yo me llamo Lisette, encantada.

Lo primero que te quiero contar es mi aventura de hoy. Mi mamá me había ordenado, no pedido, que me pusiera el vestido de cuadritos que tanto le gusta. Y yo me lo he puesto pensando que mi mamá se había levantado hoy con el pie derecho y no sabía lo que decía. Y luego se ha puesto a llover. Qué maravillosa es la lluvia, ¿no crees? De pronto el cielo se pone de un color oscuro, así como gris, y las nubes empiezan a llorar. Cuando esto pasa, la gente se pone muy triste y algunos gritan "¡Me cago en San Pedro!", que seguramente será el que pone triste a las nubes y a todos los demás. Pues yo no me pongo triste, porque cuando llueve se hacen charcos por todo el pueblo, y no hay nada que me guste más que saltar de charco en charco. Bueno sí, pisar las hojas secas, pero ese tema lo dejo para otro día.

Bueno, a lo que iba, que me voy por las raíces. Pues vestida con mi vestido cuadrado he salido corriendo en cuanto he escuchado las gotas repiquetear en los cristales, y me he paseado por todo el pueblo de charco en charco. ¡Más divertido! Lo peor ha sido cuando he vuelto a casa. Mamá me ha echado una bronca... Me ha gritado por salir lloviendo sin paraguas, por salir lloviendo tan arreglada (¡pero si ha sido ella la que me ha mandado a ponerme el vestido!), me ha regañado por salir descalza (¿Cómo voy a pisar los charcos con los zapatos? ¡Entonces no me mojo los pies!), me ha regañado por "escaparme" cuando tenía que venir la tita Catalina a comer, y así sucesivamente.

Al final, he tenido que subir a cambiarme porque según ella el vestido estaba demasiado mojado, y me ha echo ponerme aquél rosa que odio tanto. Y para colmo, la tita Catalina me ha vuelto a estirar de los mofletes, como siempre. Y me ha dicho lo grande que estoy, como siempre. Y que como me va el cole, como siempre. Y que si ya tengo novio, como siempre. Y que tengo que ser una niña buena, como siempre.

samedi 4 septembre 2010

Sí, lo soy. ¿Y qué?

- Eres una cobarde, ¿eh?
Anouk me mira. Bueno, eso ya lo hacía antes. Bah, de echo siempre lo hace, soy irresistible. Le he dicho que se venga conmigo a dar un paseo a la hora de matemáticas. Todos sabemos cómo acaban los supuestos paseos. Y ella quiere. Yo sé que quiere. Pues claro que quiere, ¿quién no va a querer hacerlo conmigo? Pero es una cobarde.
- Sí, lo soy. ¿Y qué?
- Pues que las princesas no sois cobardes. - qué cursi me ha quedado esto de llamarla princesa. Pero Anouk, te tengo agarrada del corazón. No sabes lo que me gusta ponerte tierna y débil. Te pones como una fiera y a mi me pones.
- Sí que lo somos, las que más.
- Si no sois valientes, dejaréis de ser princesas. ¿Tú quieres dejar de serlo? Sería horrible.
- No quiero dejar de serlo, pero tengo miedo. ¿Vas a ser tú quién me diga si sigo siendo princesa? Pues lo llevas claro, bonito. Yo soy una princesa con miedo, quizá soy la princesa del miedo.
Perdona que me ría en tu cara, Anouk. Me río para disimular lo excitadísimo que estoy. Vaya cara que se te ha puesto. Me encantas tanto. ¿Pero por qué coño no te vienes a dar un paseo conmigo?
- ¿Sabes Marc? A las princesas no se las engañan con paseos. Y relájate un poco, ¿quieres? Que se te va a salir del pantalón.

mercredi 1 septembre 2010

Marc.

Marc, eres un salido. Deja de mirarme las tetas que ya no me puedo subir más la camiseta de tirantes, que se me ve el ombligo. Si fueras un dibujo animado, te habrían dibujado con unos enormes ojos con la pupila pequeña y una babita cayéndote por la barbilla. Y probablemente con nariz respingona, de lo cerdo que eres. Si es que contigo no hay nada que hacer. No puedo ni cruzar los brazos porque parece que eso me realce el pecho y aun babees más. Y si me pongo de espalda se te van los ojos detrás de mi culo. Y si te pillo me dices que la culpa la tengo yo, por llevar estos pantalones cortos tan amarillos. Y yo te sonrio porque a mi también me encantan. Me acerco y te doy un mordisco en la mejilla, para que te quedes con las ganas y esa cara de vicioso. Ay Marc, qué polvazo tienes. Y qué bueno que estás. Pero cuanto asco te tengo.