«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

lundi 7 février 2011

Vuelos relentizados.

Podíamos ponernos a bailar en los 50 centímetros cuadrados libres que quedaban en mi habitación, entre el equipo de música, la cama y el armario. Nos grabábamos en vídeo para vernos después y que las carcajadas perduraran el doble de tiempo. Y ahora los busco desesperadamente en mi teléfono. Aquí están, con una imagen pixelada, con un sonido robótico. Pero, al fin y al cabo, tu rostro y tu voz. Cuánto te necesito, Lisette. A ti no hubiese tenido que engañarte. Habrías aceptado mi escapada, incluso me habrías hecho crêpes de dulce de leche para que tuviese algo que comer por el camino. Confiabas en mí y en mis decisiones. Y ahora tan sólo llevo un bocadillo de lomo frío y desconsuelos que cuelgan de mis pestañas.

Qué lento se me está haciendo volar en este avión.

dimanche 6 février 2011

Magnetismos.

Odiaba que se me pegaran las sábanas a la piel. El vacío que me hacían en la cama y los repeluses que me provocaban en los poros, era lo peor de las noches entre semana. La culpa la tenía ella, que las electrizaba con su piel los sábados y luego quedaban magnéticas por siempre.

Por mucho que ella lo negara, cada vez que me daba un beso, yo veía las chispitas saltar desde sus labios, quemando los míos. Y de las cosquillitas que me hacían me separaba un poco y automáticamente la escuchaba reír. Y como su voz podía conmigo, la llevaba en volandas a la cama, dejando que me electrocutase.

Me ardían los calambrazos lentos que rozaban mi columna. Estropeábamos el reloj de pared con las ondas electromagnéticas. Me descargaba corrientes eléctricas hasta que mi circuito lo soportaba. Incendiábamos el colchón.

Se ponía los vaqueros y se iba de mi casa a la vez que salía el sol.

samedi 5 février 2011

Y un invierno y medio más hasta que llegó ella.

Suerte que me dijo que ya era verano, sino juraría que habían pasado dos inviernos seguidos antes de plantarme en la terminal 4, y un invierno y medio más hasta que llegó ella. Sophie, con unos pantalones cortos a mitad de muslo. Sophie, con una trenza larga hasta la cintura. Sophie, asustada todavía sin haberme visto.

- ¡Sophie! – alcé el brazo.

Me acerqué yo, con mis pintas de no haber dormido en toda la noche. Esperaba que no lo notara, pero me miró tan profundamente a los ojos que creo que lo llevaba escrito en la cara.

- No quieras saber lo que me ha costado llegar hasta aquí. Para nada tengo sentido de la orientación. – arrimó la maleta a ella - ¿Cómo estás?
- Bien, bien. – sonreí de medio lado. – Hoy no puedes negarte a tomar algo conmigo. ¿Has desayunado?

Y al fin, en el primer bar del aeropuerto, entablamos conversación. Tenía 19 años y estaba un poco harta de su vida. Aunque no lo dijera, esperaba que este viaje le cambiara la vida. Había trabajado en el McDonalds durante algunos meses. Estudió algo que de poco le sirvió.
Yo, por entonces tenía ya los 22. No estaba harto del todo, pero tenía una vida aburrida. Mi asqueroso curro no consistía en nada interesante. Yo era el pringado que revisaba que las máquinas de la imprenta no se atascaran. Había días que iba allí para nada. Otros tenía que llamar al técnico, y tampoco me sentía útil. Cobraba una mierda al mes y sobrevivía en mi ático.

Pasajeros del vuelo 268 con destino París…

vendredi 4 février 2011

Para que no pueda repararme.

Tus besos no se pegan a la piel, se escapan. Y me dejan bajo cero. Entonces me tiritan los dientes y se te olvida darme un abrazo de oso. Te vas dejando la puerta abierta, llevándote las tiritas y los tornillos para que no pueda repararme. Y yo arrinconada en la esquina de cualquier parte con cicatrices en las rodillas, de no saber volar alto, veo como mi amor se cae por la borda. Se ahoga, congela, asfixia, oprime. ¿Dónde diablos quedaron los salvavidas que inventamos? Amor, resbalaste.

jeudi 3 février 2011

Eran gotitas, nada más.

Había un poquito de amor en cada vaso de leche, en cada croissant de chocolate, en todos y cada uno de los granitos de arroz hervido. Eran gotitas, nada más. Pero lo suficiente como para levantarme y saber que lo llevaría dentro todo el día. Y así se aseguraba de dejar palpitando mi corazón cuando se marchaba de madrugada, dejándome el desayuno preparado encima del mantel de pececitos de la cocina.
Y antes de que llegara intentaba prepararle una taza de te, con todo el amor que llevaba acumulando durante el día y unas gotitas de notevayasnunca del frasco que guardaba debajo de la cama. Así se le hinchaba el pecho antes de acostarse y me acariciaba un ratito más debajo de las sábanas.

dimanche 30 janvier 2011

Poco antes de volverme loco.

Sentía una cierta curiosidad por ella. Y aunque quería hacerme el desinteresado, empezaba a hacer cosas extrañas para intentar que nos cruzáramos otra vez. No me fijé por dónde se había ido, sólo que se metió en un viejo coupé azul. Y desde entonces no hacía más que mirar en el interior de estos coches clonados, esparcidos por toda la ciudad. Llegué a confundirla, y todavía no sé qué habría hecho si hubiese sido ella. Los miércoles a la misma hora, entraba al supermercado y me tiraba dos horas y pico paseando por los estantes con un tetrabrik de leche y la cena bajo el brazo. Luego me quedaba un rato más en la puerta, buscando un coupé azul aparcado en la calle. Hasta que, poco antes de volverme loco, la encontré.

- ¿Sophie?
- ¡Chico del supermercado!

En realidad me hacía mucha gracia que me llamara así. De saber que podría encontrarla en la gasolinera, creo que no hubiese apurado tanto el combustible. Se quitó los cascos de música y se acercó a mí sonriendo.

- ¿Qué haces por aquí? - pregunté sin evitarlo.
- Buscarte. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?
- ¡En el supermercado!
- Allí no, que he ido muchas veces y ninguna estabas.

No podía ser, de verdad que no. Había ido cada miércoles, a la misma hora. Desde el balcón de mi ático, donde salía a fumar un cigarrillo rubio todas las tardes, se veía la entrada. Y por las mañanas, antes de ir al asqueroso curro, tampoco había ningún coupé azul en la calle.

- Ya casi es verano. – espetó.
- ¿Y tú tienes ya la maleta hecha?

Le brillaron tanto los ojos que casi tuve que cerrar los míos.

samedi 29 janvier 2011

Déjame que te de la mano un ratito.

Y me preguntas qué hago aquí. ¿A caso sabes por qué lo estás tú? Siempre dudando. Me debes mucho tiempo, Miguel, y no lo vamos a recuperar en una noche, ni en dos, ni en las noches de tres años sin verano. Ya me dirás qué piensas hacer, porque me está gustando muy poco verte apoyado en este muro blanco tanto rato. ¿Te acuerdas de cómo funciona este lugar? Tú sonríes y yo te sigo. ¿No? Anda, déjame que te de la mano un ratito. Quítate los zapatos que te llevo a la playa y te cuento los deseos de estrellas fugaces que ya no quiero que se cumplan. Son unos cuantos, pero ¿tienes tiempo hasta el amanecer? También quiero que me cuentes los tuyos, y el por qué de todo este tiempo vacío. Ya no te acordabas del aire que hace aquí, que te veo tiritando. Ven aquí, a ver si se te pasa un poco, que he aprendido a dar abrazos de oso que cortan la respiración. ¿Oyes el mar? Yo quiero tocarlo. El agua está templada, ya verás, pon tus pies al lado de los míos. Qué precioso el cielo desde aquí, eh. No aproveches que estoy encandilada con la luna para empujarme al agua, que te veo las intenciones. Que como me tires vas tú el siguiente.
¿Qué no? Verás.



Para Miguel Ruiz de Huidobro Torner, que sabe eliminar las distancias cuando más lo necesito.

(¡Él no es Miguel de Henar!)

mercredi 26 janvier 2011

Más contigo.

Estrategias para juntar tu sonrisa y la mía en el mismo plano. Que si estás lejos sales desenfocada y entonces me da rabia revelar la foto con ese detalle importante que la desgracia. Tú arrímate a mí y sonríe hasta que te duelan las mejillas. Y así me haces cosquillas con tu pelo en la nuca, y me dejas tu olor pegado a la ropa durante un ratito. Lo mejor es que después de hacer la foto, te dura un poco más la sonrisa en los labios, y me da tiempo a imaginarme viéndola desde más cerca. Más pegados. Más contigo.

vendredi 21 janvier 2011

El somier quebrando el silencio.

Le mordía el hombro porque así se retorcía de cosquillas y no me veía de tanto sonreír. Me pedía que parase a carcajadas y se quedaba encogido en la escalera del bloque, negándose subir a casa con esta morena de piernas doradas. Yo subía las escaleras sabiendo que antes de llegar al tercer piso se habría levantado. Me apoyaba necesariamente en nuestra puerta y le daba otro sorbo al Jack Daniel’s que llevaba en la mano. Él llegaba con el cuello encogido, por miedo a que le hiciera más cosquillas. Y yo me reía con los ojos medio cerrados y los pies descalzos, con los tacones en la otra mano. A veces abría la puerta y me besaba empujándome al interior. La botella petada en el suelo, los tacones desperdigados, las flores de la entrada, por el suelo. La puerta se cerraba con un empujón. El somier quebrando el silencio.

mardi 18 janvier 2011

Arrebatos de amor.

No es que tuviera el pecho pequeño, es que tenía el corazón muy grande y se le salía cada vez que lo escuchaba llegar. Luego él se encargaba de volvérselo a meter en el pecho, con golpes fuertes que lo encogían hasta hacerle daño. Y la hacía llorar.
Le pareció bonito cambiar el polo de sus labios, para que jamás se volvieran a imantar con los de ella. No aceptaba errores, ni despistes y odiaba las casualidades. Qué fácil era decir que no. Sus manos dejaron de encajar de la noche a la mañana. Harto de que ella estuviera enamorada, se levantó de la cama y encendió las luces de la sala del cine en la que se estaba proyectando su película con ella. Y no le dio nada, eh. Ni un poquito de remordimiento cuando cruzó la puerta. Nada, como una roca.
A ella, todavía se le va la mirada hacia los arañazos de las paredes de los arrebatos de amor que padecían a las cuatro de la mañana.

vendredi 14 janvier 2011

Y las lágrimas al borde del abismo.

Anouk, voy con prisas que sino me arrepiento.
Estaréis un tiempo sin saber de mí, estaré bien.
Dile a Noa que la quiero muchísimo, igual que a ti.
Vivid como si no hubiera mañana.

Henar.



A penas he dormido quince minutos. Debo parecer una muerta con estas ojeras que me llegan hasta la barbilla, el rimel corrido y las lágrimas al borde del abismo. Tengo frío. Me tiembla la pierna izquierda, estoy nerviosa. Agarro fuerte mi equipaje. Te dejo aquí, Miguel. Aquí te planto, aquí te olvido. Abro mi maleta, desperdigo la ropa hasta encontrar una libreta y de entre las hojas saco una foto nuestra. Siempre ha estado ahí, desde que nos la hicimos, en el verano de hace cuatro años, con mis pantalones amarillos. La arrugo con una sola mano. Aprieto fuerte el puño y repito que te odio más de setecientas cincuenta-y-dos veces en mi cabeza. Lloro y se me mancha el vestido que me regaló Lisette. Cierro la maleta con dificultad, con todo el interior revuelto. Me acerco a la basura y me deshago de esa maldita foto, para siempre.
Qué más da si volveré o no. Para ti ya he muerto.

Andrés, pasatiempos tengo yo pegados en la nevera. Si quieres uno, ya sabes dónde están, pero a mi no me busques. Nunca sabré si me quisiste. Prefiero no saberlo nunca.

lundi 10 janvier 2011

¿Elliot?

Ábreme la puerta, Elliot, por favor. No te asustes por las manchas de sangre de mis rodillas, ahora te lo cuento todo. Me das la mano. ¿Cuánto hacía que no hablábamos? Demasiado tiempo. Te he echado de menos. ¿Y tú cómo estás? ¿Y tus adentros? Mejor no pregunto detalles, se te ve la grieta del corazón desde aquí. Te veo tan diferente. Juraría que hace una eternidad que no sonríes. Lo siento, Elliot. Perdóname por no haber venido antes. Pretendes que me tranquilice con una taza de te, me tiemblan las manos. Pero te digo que no me apetece, que mejor te quedes aquí sentado a mi lado, que tengo ganas de llorar. Me estrechas fuerte contra tu pecho, desatando el llanto que permanecía anudado en mi estómago desde el primer golpe. Dejas que me desahogue un poco, besas mi mejilla y me preguntas que qué voy a hacer. Estoy cansada, Elliot. Esta tontería de Miguel lleva persiguiéndome cuatro años. Y esto ha sido el colmo.
- Elliot, abrázame como si fuera la última vez.
- ¿Lo será?
- No me olvides nunca.

samedi 8 janvier 2011

Siempre quedan las palabras no dichas.

Míranos. Ésta eres tú, y éste soy yo. Tú, con tu cara de niña inocente. Tú, con tus ojos achinados y esa sonrisa tan tuya. Tú, con tu pose de felicidad permanente. Tú, la esperanza personificada. Y yo. Yo, sin saber donde meterme. Yo, abrazándote fuerte para ver si así, conseguía que no te fueras. Como si eso fuese posible. Yo, sonriéndote, enseñándote que también tenía la esperanza de que no te marchases. Míranos, éstos somos nosotros. Nosotros, como dos niños jugando al amor. Nosotros, y nuestros abrazos fugaces. Nosotros, y todo lo que había metido en esos centímentros que nos separaban. Nosotros, y el último Adiós.

Siempre quedan las palabras no dichas.

jeudi 6 janvier 2011

Más sal para las heridas que tengo en todo el cuerpo.

Lo coges todo. Te pones los pantalones. ¿Cuántas veces te había visto así antes? Entrelazas torpemente el cinturón. Atas tu camisa. Te pones la chaqueta. Me das un beso. Espera, no te vayas. Tengo tu mano agarrada, me levantas de la cama de un suave tirón. Me besas otra vez. Creo notar que no quieres irte. Me cuesta tanto creerte, pero me gusta tanto hacerlo. Me sonríes. Otro beso. Me arrastras hasta la puerta. Billones de besos rápidos. Tienes que irte, es tarde. Me das un último beso largo, poniendo las manos en mi cuello, entretejiendo tus manos con mi pelo.
Se abre la puerta, sin darme tiempo a respirar.
Andrés, vestido de chándal, con la mochila colgada de un hombro. Y ahora, la cara desencajada.
- Pero, Miguel… ¿tú no estabas muerto?
Deja caer la mochila en el suelo. Sonríe.
- ¿Qué haces tú aquí? ¿No sabes llamar al timbre?
- Esta es mi segunda casa, ya.
Me miras pidiéndome explicaciones. Lo siento, no las tengo. Y aunque ahora me cueste aceptarlo, Andrés tiene razón.
- Entonces es verdad aquello que me contaste. Que llevas acostándote con ella todas las noches que yo no he estado.
- Exacto. – sigue sonriendo.
- Sólo has fallado en un pequeño detalle: para ella no he muerto.
- Hombre, es que si vienes aquí calentando a la muchacha… - una carcajada forzada.
- ¡Deja de reírte! – te separas de mí.
- Hago lo que me da la gana. – os acercáis. – No pidas, Miguel. Has perdido todo tu derecho. Eres un mentiroso – me mira cariñosamente - y aquí, sobras. Vete, anda, no hagas más daño del que hiciste cuando la abandonaste.
Me miras. Andrés se ha puesto serio pero ahora vuelve a sonreír. Estás nervioso. Aprietas las manos en forma de puño. Tienes ganas de gritar.
- Hijo de puta. – susurras- ¡Te dije que me la cuidaras, no que te acostaras con ella! – alzas el brazo, y con toda tu rabia contenida en el puño, le golpeas la cara. Esa cara de gilipollas que se le ha puesto burlándose de tu regreso.
Andrés pone suavemente la mano sobre su mejilla colorada. Te agarra por los hombros y te estampa contra la pared.
- ¿Y dejar que ella continuara llorando por las esquinas durante todo este tiempo? ¡No tienes corazón Miguel! ¡Eres un puto egoísta de mierda! – golpe contra la pared - ¡Sólo piensas en ti, en ti, en ti y en ti! – otro golpe contra la pared.
Lo agarras del cuello.
- ¡Seguro que le has llenado la cabeza de mentiras! – gritas. - ¡Se me olvidó decirle que no se acercara a ti, que eres un falso!
- ¿Que se te olvidó qué? ¡Se te olvidó ella enterita! ¡Ya no pintas nada en su vida! ¡Déjanos en paz! – sonrisita – Ella me quiere, ¿no te lo ha dicho todavía?
De repente siento que la que no pinta nada aquí, soy yo. Adiós Henar, adiós problemas, ¿no? Voy a mi habitación, me cuelgo el bolso y corro hacia la puerta.
- Ya me diréis a quién hay que enterrar primero.
Un puñetazo. Arañazos. Patadas. Sangre. Y yo en la puerta, quieta. ¡¿Pero qué coño estoy haciendo?! Si me voy, estos dos se matan de verdad.
- ¡Parad, joder! ¡Estáis locos o qué! – los agarro del hombro, pero de nada sirve. - ¡Parad ya! ¡Os vais a matar! – grito. - ¡¡Sois lo peor que me ha pasado en la vida!!
Silencio.
Andrés te suelta el cuello. Coge la mochila que sigue intacta delante de la puerta. Lentamente, me mira. Se dirige a la puerta. Y con la frente y las manos llenas de sangre, se va.
- ¡Miguel! ¿Me oyes?
- Sí. - dices flojito.
- Pues vete. Y esta vez, no vuelvas.
Un beso inconsciente aterriza en tus labios. Más sal para las heridas que tengo en todo el cuerpo. He sentido cada puñetazo en mi estómago. A mí también me duele todo. Y no estoy para cuidar a nadie. Que te vayas, Miguel. Y no vuelvas.


Yo tampoco me quedo. Elliot, espero que estés en casa.

samedi 1 janvier 2011

No quería conocerme, solo en París.

(Foto)

Se sentía idiota cuando su madre la obligaba a vestirse de domingo, pero lo hacía sin rechistar y desayunaba café sin azúcar y a trago largo para hacernos creer que era más fuerte que todos nosotros juntos. Se pasaba el día recordando París y mirando al cielo. Eso fue exactamente lo primero que me contó cuando la conocí, después de un ridículo malentendido con el carro de la compra. Ella vestía una camisa de flores y de su cuello colgaba un largo collar con la Tour Eiffel. Y después de aquél pequeño tropiezo me preguntó si me sobraba algún día de verano para perder con ella. Buscaba alguien especial que la acompañara a París, porque ir con alguien conocido sería demasiado normal. Susurró que le gustaba inventarse tonterías y cumplirlas, que era un tanto lunática. Pestañeó y se le formaron dos hoyuelos en las mejillas. Le dije que no lo sabía, que todavía no se había descongelado la nieve de los tejados y que aún quedaba mucho para el verano. Agachó la cabeza y me confesó que entonces se había equivocado de persona especial. Dejé que saliera por la puerta del supermercado pero corrí tras ella para agarrarla del brazo antes de que cruzara la calle. Quise invitarla a un café pero no aceptó. No quería conocerme, solo en París. Quise, como mínimo, presentarme, pero me tapó la boca rápidamente.
- Ya me dirás tu nombre por el camino.

vendredi 31 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (II)

- Buenas noches.
- Igualmente. No me avises si tienes frío, ahí hay otra manta. Y en el armario de la salita, hay más.
- No te preocupes por mi, cariño. –y lanzas dos besos al aire, burlándote, para variar.
Te quitas los zapatos. Te desatas la corbata y los botones de la camisa. Te pones de espaldas a mí y te la quitas. La dejas sobre una silla. Estás jodidamente tremendo. Te odio, te odio, te odio.
- Buenas noches. – digo embobada.
- ¿Otra vez? – sonríes picarón. ¿He dicho que te odio?
- Bueno, pues que pases una mala noche.
Me voy a mi habitación y cierro la puerta de un portazo. Me desvisto lentamente, remoloneando por la habitación en ropa interior, por si se te ocurre entrar. Pero nada. Busco un pijama bonito, parece que mantengo la esperanza de que me veas. Quiero pero no quiero. En realidad quiero pero no te lo mereces. Y mi orgullo por encima de todo. Apago la lamparita.

Joder, Noa. Yo no quería esto. Tampoco que te enfadaras. Sabes de sobras que todo lo que digo no es porque sea un creído. Lo digo porque soy así, porque soy un chulo y se me escapa. ¿Qué debes estar haciendo?

Hostia puta, Marc. Sal de mi cabeza y déjame dormir. Es que ni contigo ni sin ti, macho. … Ojala te diera por venir. Haz algún ruido o algo. Tírate del sofá para que venga y me encandiles. ¿Tendrás frío? He sido un poco borde con lo de la manta. Yo sí que tengo frío, me faltas tú. ¿Qué debes estar haciendo?

Noa, ¿no tienes sed? Vamos, levántate, que yo te abrazo y te pido perdón por haber sido tan estúpido.

Marc, ¿no tienes ganas de ir al baño? Venga, va, que yo abro la puerta y te dejo que vengas conmigo aunque sea un ratito.

Visto que no vienes, Noa.

Por lo que veo, no vas a aparecer por aquí, Marc.

Voy al baño.

Voy a hacerme un vasito de leche.


Mejor no enciendo ninguna luz, qué vergüenza. Tampoco quiero que tengas una excusa para reírte más de mí, Marc. Abro la puerta con cuidado y camino descalza por el pasillo. Te oigo venir. Espera, no me jodas. Dime que no. Ahora que decido acercarme, vienes tú. Me rozas. Suspiras porque te has asustado, aunque si te lo preguntara me dirías que no. Te oigo sonreír.
- ¿A dónde vas?
- A hacerme un vaso de leche.
- ¿En serio?
- Claro. ¿Y tú?
- Al baño. Pero es mentira.
Tocas mi pelo. Respiras profundo cerca de mi oído. Pasas tu mano por mi cintura. Besas mi frente. Entrecejo. Mejilla. Oído. Cuello. Barbilla. Comisura. Sigue, por favor. Suspiras y me estrechas contra tu pecho desnudo.
- Me vuelvo al sofá. Hazte el vasito de leche y no te vayas a dormir muy tarde.
No me lo puedo creer. ¡Otra vez! Y encima te ríes. Es que, ¿cómo pude quererte conmigo? Otra vez te odio.
- Te odio. – me separo de tus brazos.
- ¿Por qué?
- Porque sí, porque te odio.
- ¿Ah sí?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque no hay quien te entienda.
- ¿Ah sí?
- ¡No! ¡Y cállate!
- ¿Que me calle? ¿Me vas a callar tú?
Me agarras del brazo.
- ¡Me sacas de quicio! ¡Déjame!
- Ven aquí.
Y me besas. Me acaricias el pelo. Mi espalda. Tu calor. Tus brazos. Me empujas hasta el sofá. Me tumbas. Me besas el cuello. El pecho. Mis labios. Suspiras. Me miras. Sonríes. Sigues. Me quitas la camiseta del pijama. Rozas mi tripa con tus dedos, muy suave. Se me pone la piel de gallina. Sonrío. Sonríes. Besito a besito bajas por mi cuello, mi pecho, mi tripa. Escalofrío. Me incorporo. Te beso. Te beso más. Te beso mucho. Te empujo, dejándote a mis pies. Tu cuello. Tu oído. Tu pelo. Tu pecho. Tu ombligo. Acaricio tus brazos. Entrelazo nuestras manos. Sigo besándote. Suspiras rápido. Te muerdo el labio. Se te escapa el aliento entre los dientes. Bajo la mano restante por tu pecho, tripa, paquet…
- Me voy a la cama, Marc. No te vayas a dormir muy tarde.



(y texto número 100. Feliz año nuevo.)

jeudi 30 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (I)

Estás sentado en el sofá y yo no puedo parar de moverme. Me miras, te percatas de lo nerviosa que estoy pero pones cara de estar haciéndome un favor con tu compañía. Cómo te gusta hacerme quedar mal, eh. Enciendo la televisión. Hago zapping pero no hay más que programas de prensa rosa. Los odio, pero tú tienes cara de interesado así que dejo el mando encima del sofá y me voy a meter las pizzas en el horno. No me molesto en preguntarte cuál es tu favorita. Cojo dos de cuatro quesos y arreando. Prefiero que no te gusten, que cenes mal, que te sienta mal la comida y no vuelvas más. Las meto a la vez, un poco estrujadas para ahorrar tiempo y que te vayas lo antes posible. Te he invitado porque con tu actitud me has obligado. Bueno, quizás había un poco de voluntad de mi parte. Pero ahora me arrepiento. Hubiese preferido cenar sola, no que ahora te tengo aquí y me siento intimidada. Me da miedo acercarme al sofá, por si me tropiezo y al caer, acabo encima de ti. Porque tú eres uno de esos hombres que no saben querer. Por eso me da miedo, Marc. Por eso no te acepto, no te trago. Por ese mismo motivo me pierdes tantas veces. Por eso odio tu chulería. No puedes conmigo. Y sé que lo único que quieres de mí es que me acueste contigo. Otra vez. - ¿Noa?
- ¿Sí?
- Ah, que pensaba que se te había tragado la tierra.
Por desgracia, no.
- Puedes ir sentándote en la mesa, - te hablo a voces desde la cocina - que a las pizzas les quedan un par de minutitos.
- ¿Y si te vienes ese par de minutitos aquí conmigo? Haciendo zapping he encontrado una película que parece que ha empezado hace poco.
- Em… sí, un momento.
Me lavo las manos, lentamente. Me seco hasta casi disecarlas. Camino por el pasillo hasta llegar al comedor. Me apoyo en el sofá.
- No muerdo, eh.
- ¿Estás seguro? – digo con ironía poniendo los ojos en blanco.
- Que no mujer, puedes sentarte. – y das dos palmaditas a tu lado, como si estuvieras indicándole a un perro donde debe sentarse. Qué estúpido. Me incorporo con mucha pereza y me siento en el sofá.
- ¿Cómo se llama la película?
- No lo sé.
- Ah. Tiene pinta de ser de miedo. A mí eso no me gusta. Cámbialo. – clic. – Mira, las pizzas.
Y te dejo ahí sentado, buscando torpemente menú del mando para ver la información de lo que están dando. Es de miedo, Marc. La vi la semana pasada en una tarde de esas en las que necesito sacarte de mi cabeza.
- ¿Dónde te vas a sentar? – digo con las pizzas en la mano.
- Donde tú me digas.
- Pues ponte aquí. Toma, córtate la pizza como quieras. Y con la mano, que sino luego hay que lavar cubiertos.
- Eh, que si lavar va a ser para tanto, lo hago yo antes de irme.
En realidad resultaría divertido verte con los puños de la camisa arremangados hasta el codo, el delantal…
- Nada, nada. La pizza se come con las manos y luego te vas a casa.
- ¡Eres más rancia!
- ¡Encima!
- Yo que pensaba que me invitarías a dormir…
- No.
- Hoy que estás sola…
- No.
- Y que no hay nadie que te haga mimitos…
- Que no, he dicho.
Te ríes. Creo que ha sido una muy mala idea ponerme justo delante de ti. Muerdes la comida con vicio. Para, Marc. Marc, ¡para!
- Admítelo, Noa. Te pongo. Por eso me tienes tanto miedo.
- ¡¿Pero qué dices?! ¡Cállate, anda!
- ¿Que no? Hagamos la prueba. Te beso. Si noto que te gusta, me quedo.
- Tienes un morr… (beso).
Dos segundos. Bueno, tres. Va, tres y medio. ¡Mierda! Me aparto.
- ¡Qué asco! – digo, limpiándome la boca exageradamente con la servilleta.
- ¡Has suspirado!
- ¡Qué va!
Ya vuelve a estar ahí tu risa burlona, acompañada de tu chulería.
- He ganado.
- Para nada, majo. Además, en ningún momento he dicho que aceptara tu estúpida prueba.
- Claro, claro. Tienes un mal perder.
- ¿Perdón? Pues espero que te haya resultado cómodo el sofá, porque es ahí donde vas a dormir. – me levanto de la mesa. – Se me ha quitado el hambre.
Madre de dios, que me derrito.



(continuará.)

lundi 27 décembre 2010

Inviernos que queman la piel.

(Foto)

A él siempre le había gustado la nieve. Adoraba el frío que le enrojecía la piel hasta dejar de notársela. A mí me deprimía que se hiciera de noche tan pronto y él pegaba saltos porque la noche era más larga. A veces arrastraba el colchón del desván hasta la terraza y me hacía pucheritos para que me tumbara con él y el frío. Yo cedía porque no podía resistirme, y porque en realidad me moría de ganas, aunque yo fuera más bien una chica de veranos. Alguna que otra noche nos pillaba la nieve. Y con la tontería de ver cómo caían los copos de nieve de las estrellas, me atrapaba entre sus brazos y me hacía mimitos. Me susurraba que yo era su invierno quemándole la piel. Y yo me derretía en escalofríos.

A la orilla de sus labios.

- Si me tumbo a tu ladito, ¿me dejarás que te cuente los lunares?
- No.
- Venga, por favor.
- Que no, he dicho.
- Sólo los treinta y dos primeros.
- ¿Empezando por las mejillas?
- Por donde tú quieras.
Tenía doce lunares en el moflete derecho. Cuatro en la frente. Nueve en el otro moflete. Seis en la nariz. Y uno bien marcado en la comisura del labio. Los conté todos con el dedo. Y a la orilla de sus labios se me resbaló. Un traspié que rozó su boca.
- Tengo más por la tripa.
- Ya he contado treinta y dos.
- Si quieres…
- Que ya he contado treinta y dos, he dicho.

vendredi 24 décembre 2010

Hacía mares de un vaso de agua.

Con la boca llena de besos y abrazos anudados al cuerpo me dijo que no quería volver a verme en cien años. Lo dijo así porque lo de nunca más le trababa la lengua. Gritó hasta que me fui y se pasó la noche susurrando vuelve por las esquinas.
Siempre hacía mares de un vaso de agua. A la hora del café era divertido, porque con su ironía te arrancaba más de una sonrisa. Y si se reía mucho, se le escapaba algún beso. Yo los pillaba al vuelo y me los metía en el bolsillo de la cazadora. Y por la noche se los devolvía por si se le acababan a las cuatro de la mañana y no tenía más para que viéramos el amanecer despiertos. Pero aquél día lo decía en serio. Y lloró. A mí no me dijo nada, pero yo lo sé porque las noches en vela dejan marcas en los ojos y las lágrimas del suelo no se secan de la noche a la mañana.

jeudi 23 décembre 2010

Caperucita & CO.

Querido Diario, hoy vengo a hablarte de el peor cuento de la historia: Caperucita Roja.


Caperucita Roja era una niña tonta. Por supuesto que sí, si no, ¿por qué iba a llevar siempre el chubasquero ese tan chillón, con lo feo que le quedaba? Y su madre, la pobre, que ya no sabía qué hacer con ella, la mandó a ver a su abuela. Pero eso fue para ver si se perdía ya por el bosque, o como mínimo que durante unos días les dejara tranquilos. Que yo lo sé.

Y luego con el lobo. Si ella ya sabía que el lobo la seguía, ¡tampoco era tonta del todo! Lo que pasa que ella estaba deseando que él se la comiera enterita, y así poder contarles a sus nietos de vieja lo malo que era el lobo del bosque, y durante generaciones ser la protagonista y la víctima de esta historia. Si eso se ve venir desde el principo del cuento, ¿no ves que va dando saltitos con esa horrorosa caperuza? Es la mejor estrategia para llamar la atención del pobre animalito, que no puede resistir el instinto y se la zampa en cuanto puede. Seguro que luego no podía aguantar los retortijones, y fue a beber un poco de agua para ver si así bajaba un poco la comida.

Pero no, tubo que llegar el cazador, siempre metiéndose en todo. A él que más le daba si el lobo se había comido a la niña o no, te preguntarás. Pues la verdad es que no se tenía que haber metido, pero como él siempre tiene que ser el héroe salvador, pues rajó en canal al lobo y le sacó de las tripas a la niña. Y así, también salvó a la pobre abuelita, que en realidad lo único que quería era dejar este mundo sucio y triste para reunirse de una vez con su marido, que la esperaba en el cielo.

Y así, Caperucita Roja obtuvo su fama por los siglos de los siglos, el pobre lobito se quedó medio muerto a la orilla del río, la madre tubo que soportar a su hija el resto de sus días, y la pobre abuelita se volvió a su casa, a esperar que llegar su hora. Ah, y no nos olvidemos del cazador, que siguió matando animales como si de un concurso se tratara, a ver quién era más asesino. FIN

mardi 21 décembre 2010

Qué ridícula te pones cuando te emborrachas.

Rubén y Greta nunca se entendieron del todo. Él era encargado de una triste tienda de ropa, y ella era azafata. Lo suyo empezó cuando él todavía era modelo, y ella una jovencita tonta y soñadora. Pero ahora, el cuento había cambiado demasiado.

Algunas de las pocas noches en que ella iba a dormir a casa, esperaba a su marido en aquella fría habitación, con las bragas por las rodillas, y el corazón a cien por hora, borracha de lujúria y whisky barato. Y así, cansada, sucia, desnuda y húmeda recibía a Rubén.

- Buenas noches, amor.
- Greta, ¿cuándo has llegado? ¿cómo ha ido el viaje?

Él, que había soñado siempre con ser recibido como un rey por su reina, entre lujo y pomposidad.

- No me preguntes, mi vida es demasiado aburrida para explicártela.
- ¿Por dónde has estado?

Él, que sentía aquél hueco en el estómago cada vez que la encontraba así.

- Quién sabe. Nueva York, Argentina, Nueva Zelanda, París. Qué más da, si todos los aeropuertos son iguales.
- Otra vez borracha...

Él, que ya no recordaba como era aquella niña de la que él se encaprichó, la que ahora le susurraba al oído aquella lista de mentiras que no creía ni ella.

- ¿Qué esperabas? No soy de esas que vuelven corriendo a los brazos de su marido como si no puediesen vivir sin él. Sabes perfectamente que no te necesito para nada. Sólo para esta noche, esta asquerosa noche. Ven aquí, dame un beso.

Y así, sin más, se desplomó sobre la cama, perdiendo el conocimiento por el camino.







Ay, Greta, qué ridícula te pones cuando te emborrachas.