«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

dimanche 30 janvier 2011

Poco antes de volverme loco.

Sentía una cierta curiosidad por ella. Y aunque quería hacerme el desinteresado, empezaba a hacer cosas extrañas para intentar que nos cruzáramos otra vez. No me fijé por dónde se había ido, sólo que se metió en un viejo coupé azul. Y desde entonces no hacía más que mirar en el interior de estos coches clonados, esparcidos por toda la ciudad. Llegué a confundirla, y todavía no sé qué habría hecho si hubiese sido ella. Los miércoles a la misma hora, entraba al supermercado y me tiraba dos horas y pico paseando por los estantes con un tetrabrik de leche y la cena bajo el brazo. Luego me quedaba un rato más en la puerta, buscando un coupé azul aparcado en la calle. Hasta que, poco antes de volverme loco, la encontré.

- ¿Sophie?
- ¡Chico del supermercado!

En realidad me hacía mucha gracia que me llamara así. De saber que podría encontrarla en la gasolinera, creo que no hubiese apurado tanto el combustible. Se quitó los cascos de música y se acercó a mí sonriendo.

- ¿Qué haces por aquí? - pregunté sin evitarlo.
- Buscarte. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?
- ¡En el supermercado!
- Allí no, que he ido muchas veces y ninguna estabas.

No podía ser, de verdad que no. Había ido cada miércoles, a la misma hora. Desde el balcón de mi ático, donde salía a fumar un cigarrillo rubio todas las tardes, se veía la entrada. Y por las mañanas, antes de ir al asqueroso curro, tampoco había ningún coupé azul en la calle.

- Ya casi es verano. – espetó.
- ¿Y tú tienes ya la maleta hecha?

Le brillaron tanto los ojos que casi tuve que cerrar los míos.

samedi 29 janvier 2011

Déjame que te de la mano un ratito.

Y me preguntas qué hago aquí. ¿A caso sabes por qué lo estás tú? Siempre dudando. Me debes mucho tiempo, Miguel, y no lo vamos a recuperar en una noche, ni en dos, ni en las noches de tres años sin verano. Ya me dirás qué piensas hacer, porque me está gustando muy poco verte apoyado en este muro blanco tanto rato. ¿Te acuerdas de cómo funciona este lugar? Tú sonríes y yo te sigo. ¿No? Anda, déjame que te de la mano un ratito. Quítate los zapatos que te llevo a la playa y te cuento los deseos de estrellas fugaces que ya no quiero que se cumplan. Son unos cuantos, pero ¿tienes tiempo hasta el amanecer? También quiero que me cuentes los tuyos, y el por qué de todo este tiempo vacío. Ya no te acordabas del aire que hace aquí, que te veo tiritando. Ven aquí, a ver si se te pasa un poco, que he aprendido a dar abrazos de oso que cortan la respiración. ¿Oyes el mar? Yo quiero tocarlo. El agua está templada, ya verás, pon tus pies al lado de los míos. Qué precioso el cielo desde aquí, eh. No aproveches que estoy encandilada con la luna para empujarme al agua, que te veo las intenciones. Que como me tires vas tú el siguiente.
¿Qué no? Verás.



Para Miguel Ruiz de Huidobro Torner, que sabe eliminar las distancias cuando más lo necesito.

(¡Él no es Miguel de Henar!)

mercredi 26 janvier 2011

Más contigo.

Estrategias para juntar tu sonrisa y la mía en el mismo plano. Que si estás lejos sales desenfocada y entonces me da rabia revelar la foto con ese detalle importante que la desgracia. Tú arrímate a mí y sonríe hasta que te duelan las mejillas. Y así me haces cosquillas con tu pelo en la nuca, y me dejas tu olor pegado a la ropa durante un ratito. Lo mejor es que después de hacer la foto, te dura un poco más la sonrisa en los labios, y me da tiempo a imaginarme viéndola desde más cerca. Más pegados. Más contigo.

vendredi 21 janvier 2011

El somier quebrando el silencio.

Le mordía el hombro porque así se retorcía de cosquillas y no me veía de tanto sonreír. Me pedía que parase a carcajadas y se quedaba encogido en la escalera del bloque, negándose subir a casa con esta morena de piernas doradas. Yo subía las escaleras sabiendo que antes de llegar al tercer piso se habría levantado. Me apoyaba necesariamente en nuestra puerta y le daba otro sorbo al Jack Daniel’s que llevaba en la mano. Él llegaba con el cuello encogido, por miedo a que le hiciera más cosquillas. Y yo me reía con los ojos medio cerrados y los pies descalzos, con los tacones en la otra mano. A veces abría la puerta y me besaba empujándome al interior. La botella petada en el suelo, los tacones desperdigados, las flores de la entrada, por el suelo. La puerta se cerraba con un empujón. El somier quebrando el silencio.

mardi 18 janvier 2011

Arrebatos de amor.

No es que tuviera el pecho pequeño, es que tenía el corazón muy grande y se le salía cada vez que lo escuchaba llegar. Luego él se encargaba de volvérselo a meter en el pecho, con golpes fuertes que lo encogían hasta hacerle daño. Y la hacía llorar.
Le pareció bonito cambiar el polo de sus labios, para que jamás se volvieran a imantar con los de ella. No aceptaba errores, ni despistes y odiaba las casualidades. Qué fácil era decir que no. Sus manos dejaron de encajar de la noche a la mañana. Harto de que ella estuviera enamorada, se levantó de la cama y encendió las luces de la sala del cine en la que se estaba proyectando su película con ella. Y no le dio nada, eh. Ni un poquito de remordimiento cuando cruzó la puerta. Nada, como una roca.
A ella, todavía se le va la mirada hacia los arañazos de las paredes de los arrebatos de amor que padecían a las cuatro de la mañana.

vendredi 14 janvier 2011

Y las lágrimas al borde del abismo.

Anouk, voy con prisas que sino me arrepiento.
Estaréis un tiempo sin saber de mí, estaré bien.
Dile a Noa que la quiero muchísimo, igual que a ti.
Vivid como si no hubiera mañana.

Henar.



A penas he dormido quince minutos. Debo parecer una muerta con estas ojeras que me llegan hasta la barbilla, el rimel corrido y las lágrimas al borde del abismo. Tengo frío. Me tiembla la pierna izquierda, estoy nerviosa. Agarro fuerte mi equipaje. Te dejo aquí, Miguel. Aquí te planto, aquí te olvido. Abro mi maleta, desperdigo la ropa hasta encontrar una libreta y de entre las hojas saco una foto nuestra. Siempre ha estado ahí, desde que nos la hicimos, en el verano de hace cuatro años, con mis pantalones amarillos. La arrugo con una sola mano. Aprieto fuerte el puño y repito que te odio más de setecientas cincuenta-y-dos veces en mi cabeza. Lloro y se me mancha el vestido que me regaló Lisette. Cierro la maleta con dificultad, con todo el interior revuelto. Me acerco a la basura y me deshago de esa maldita foto, para siempre.
Qué más da si volveré o no. Para ti ya he muerto.

Andrés, pasatiempos tengo yo pegados en la nevera. Si quieres uno, ya sabes dónde están, pero a mi no me busques. Nunca sabré si me quisiste. Prefiero no saberlo nunca.

lundi 10 janvier 2011

¿Elliot?

Ábreme la puerta, Elliot, por favor. No te asustes por las manchas de sangre de mis rodillas, ahora te lo cuento todo. Me das la mano. ¿Cuánto hacía que no hablábamos? Demasiado tiempo. Te he echado de menos. ¿Y tú cómo estás? ¿Y tus adentros? Mejor no pregunto detalles, se te ve la grieta del corazón desde aquí. Te veo tan diferente. Juraría que hace una eternidad que no sonríes. Lo siento, Elliot. Perdóname por no haber venido antes. Pretendes que me tranquilice con una taza de te, me tiemblan las manos. Pero te digo que no me apetece, que mejor te quedes aquí sentado a mi lado, que tengo ganas de llorar. Me estrechas fuerte contra tu pecho, desatando el llanto que permanecía anudado en mi estómago desde el primer golpe. Dejas que me desahogue un poco, besas mi mejilla y me preguntas que qué voy a hacer. Estoy cansada, Elliot. Esta tontería de Miguel lleva persiguiéndome cuatro años. Y esto ha sido el colmo.
- Elliot, abrázame como si fuera la última vez.
- ¿Lo será?
- No me olvides nunca.

samedi 8 janvier 2011

Siempre quedan las palabras no dichas.

Míranos. Ésta eres tú, y éste soy yo. Tú, con tu cara de niña inocente. Tú, con tus ojos achinados y esa sonrisa tan tuya. Tú, con tu pose de felicidad permanente. Tú, la esperanza personificada. Y yo. Yo, sin saber donde meterme. Yo, abrazándote fuerte para ver si así, conseguía que no te fueras. Como si eso fuese posible. Yo, sonriéndote, enseñándote que también tenía la esperanza de que no te marchases. Míranos, éstos somos nosotros. Nosotros, como dos niños jugando al amor. Nosotros, y nuestros abrazos fugaces. Nosotros, y todo lo que había metido en esos centímentros que nos separaban. Nosotros, y el último Adiós.

Siempre quedan las palabras no dichas.

jeudi 6 janvier 2011

Más sal para las heridas que tengo en todo el cuerpo.

Lo coges todo. Te pones los pantalones. ¿Cuántas veces te había visto así antes? Entrelazas torpemente el cinturón. Atas tu camisa. Te pones la chaqueta. Me das un beso. Espera, no te vayas. Tengo tu mano agarrada, me levantas de la cama de un suave tirón. Me besas otra vez. Creo notar que no quieres irte. Me cuesta tanto creerte, pero me gusta tanto hacerlo. Me sonríes. Otro beso. Me arrastras hasta la puerta. Billones de besos rápidos. Tienes que irte, es tarde. Me das un último beso largo, poniendo las manos en mi cuello, entretejiendo tus manos con mi pelo.
Se abre la puerta, sin darme tiempo a respirar.
Andrés, vestido de chándal, con la mochila colgada de un hombro. Y ahora, la cara desencajada.
- Pero, Miguel… ¿tú no estabas muerto?
Deja caer la mochila en el suelo. Sonríe.
- ¿Qué haces tú aquí? ¿No sabes llamar al timbre?
- Esta es mi segunda casa, ya.
Me miras pidiéndome explicaciones. Lo siento, no las tengo. Y aunque ahora me cueste aceptarlo, Andrés tiene razón.
- Entonces es verdad aquello que me contaste. Que llevas acostándote con ella todas las noches que yo no he estado.
- Exacto. – sigue sonriendo.
- Sólo has fallado en un pequeño detalle: para ella no he muerto.
- Hombre, es que si vienes aquí calentando a la muchacha… - una carcajada forzada.
- ¡Deja de reírte! – te separas de mí.
- Hago lo que me da la gana. – os acercáis. – No pidas, Miguel. Has perdido todo tu derecho. Eres un mentiroso – me mira cariñosamente - y aquí, sobras. Vete, anda, no hagas más daño del que hiciste cuando la abandonaste.
Me miras. Andrés se ha puesto serio pero ahora vuelve a sonreír. Estás nervioso. Aprietas las manos en forma de puño. Tienes ganas de gritar.
- Hijo de puta. – susurras- ¡Te dije que me la cuidaras, no que te acostaras con ella! – alzas el brazo, y con toda tu rabia contenida en el puño, le golpeas la cara. Esa cara de gilipollas que se le ha puesto burlándose de tu regreso.
Andrés pone suavemente la mano sobre su mejilla colorada. Te agarra por los hombros y te estampa contra la pared.
- ¿Y dejar que ella continuara llorando por las esquinas durante todo este tiempo? ¡No tienes corazón Miguel! ¡Eres un puto egoísta de mierda! – golpe contra la pared - ¡Sólo piensas en ti, en ti, en ti y en ti! – otro golpe contra la pared.
Lo agarras del cuello.
- ¡Seguro que le has llenado la cabeza de mentiras! – gritas. - ¡Se me olvidó decirle que no se acercara a ti, que eres un falso!
- ¿Que se te olvidó qué? ¡Se te olvidó ella enterita! ¡Ya no pintas nada en su vida! ¡Déjanos en paz! – sonrisita – Ella me quiere, ¿no te lo ha dicho todavía?
De repente siento que la que no pinta nada aquí, soy yo. Adiós Henar, adiós problemas, ¿no? Voy a mi habitación, me cuelgo el bolso y corro hacia la puerta.
- Ya me diréis a quién hay que enterrar primero.
Un puñetazo. Arañazos. Patadas. Sangre. Y yo en la puerta, quieta. ¡¿Pero qué coño estoy haciendo?! Si me voy, estos dos se matan de verdad.
- ¡Parad, joder! ¡Estáis locos o qué! – los agarro del hombro, pero de nada sirve. - ¡Parad ya! ¡Os vais a matar! – grito. - ¡¡Sois lo peor que me ha pasado en la vida!!
Silencio.
Andrés te suelta el cuello. Coge la mochila que sigue intacta delante de la puerta. Lentamente, me mira. Se dirige a la puerta. Y con la frente y las manos llenas de sangre, se va.
- ¡Miguel! ¿Me oyes?
- Sí. - dices flojito.
- Pues vete. Y esta vez, no vuelvas.
Un beso inconsciente aterriza en tus labios. Más sal para las heridas que tengo en todo el cuerpo. He sentido cada puñetazo en mi estómago. A mí también me duele todo. Y no estoy para cuidar a nadie. Que te vayas, Miguel. Y no vuelvas.


Yo tampoco me quedo. Elliot, espero que estés en casa.

samedi 1 janvier 2011

No quería conocerme, solo en París.

(Foto)

Se sentía idiota cuando su madre la obligaba a vestirse de domingo, pero lo hacía sin rechistar y desayunaba café sin azúcar y a trago largo para hacernos creer que era más fuerte que todos nosotros juntos. Se pasaba el día recordando París y mirando al cielo. Eso fue exactamente lo primero que me contó cuando la conocí, después de un ridículo malentendido con el carro de la compra. Ella vestía una camisa de flores y de su cuello colgaba un largo collar con la Tour Eiffel. Y después de aquél pequeño tropiezo me preguntó si me sobraba algún día de verano para perder con ella. Buscaba alguien especial que la acompañara a París, porque ir con alguien conocido sería demasiado normal. Susurró que le gustaba inventarse tonterías y cumplirlas, que era un tanto lunática. Pestañeó y se le formaron dos hoyuelos en las mejillas. Le dije que no lo sabía, que todavía no se había descongelado la nieve de los tejados y que aún quedaba mucho para el verano. Agachó la cabeza y me confesó que entonces se había equivocado de persona especial. Dejé que saliera por la puerta del supermercado pero corrí tras ella para agarrarla del brazo antes de que cruzara la calle. Quise invitarla a un café pero no aceptó. No quería conocerme, solo en París. Quise, como mínimo, presentarme, pero me tapó la boca rápidamente.
- Ya me dirás tu nombre por el camino.