«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

lundi 7 février 2011

Vuelos relentizados.

Podíamos ponernos a bailar en los 50 centímetros cuadrados libres que quedaban en mi habitación, entre el equipo de música, la cama y el armario. Nos grabábamos en vídeo para vernos después y que las carcajadas perduraran el doble de tiempo. Y ahora los busco desesperadamente en mi teléfono. Aquí están, con una imagen pixelada, con un sonido robótico. Pero, al fin y al cabo, tu rostro y tu voz. Cuánto te necesito, Lisette. A ti no hubiese tenido que engañarte. Habrías aceptado mi escapada, incluso me habrías hecho crêpes de dulce de leche para que tuviese algo que comer por el camino. Confiabas en mí y en mis decisiones. Y ahora tan sólo llevo un bocadillo de lomo frío y desconsuelos que cuelgan de mis pestañas.

Qué lento se me está haciendo volar en este avión.

dimanche 6 février 2011

Magnetismos.

Odiaba que se me pegaran las sábanas a la piel. El vacío que me hacían en la cama y los repeluses que me provocaban en los poros, era lo peor de las noches entre semana. La culpa la tenía ella, que las electrizaba con su piel los sábados y luego quedaban magnéticas por siempre.

Por mucho que ella lo negara, cada vez que me daba un beso, yo veía las chispitas saltar desde sus labios, quemando los míos. Y de las cosquillitas que me hacían me separaba un poco y automáticamente la escuchaba reír. Y como su voz podía conmigo, la llevaba en volandas a la cama, dejando que me electrocutase.

Me ardían los calambrazos lentos que rozaban mi columna. Estropeábamos el reloj de pared con las ondas electromagnéticas. Me descargaba corrientes eléctricas hasta que mi circuito lo soportaba. Incendiábamos el colchón.

Se ponía los vaqueros y se iba de mi casa a la vez que salía el sol.

samedi 5 février 2011

Y un invierno y medio más hasta que llegó ella.

Suerte que me dijo que ya era verano, sino juraría que habían pasado dos inviernos seguidos antes de plantarme en la terminal 4, y un invierno y medio más hasta que llegó ella. Sophie, con unos pantalones cortos a mitad de muslo. Sophie, con una trenza larga hasta la cintura. Sophie, asustada todavía sin haberme visto.

- ¡Sophie! – alcé el brazo.

Me acerqué yo, con mis pintas de no haber dormido en toda la noche. Esperaba que no lo notara, pero me miró tan profundamente a los ojos que creo que lo llevaba escrito en la cara.

- No quieras saber lo que me ha costado llegar hasta aquí. Para nada tengo sentido de la orientación. – arrimó la maleta a ella - ¿Cómo estás?
- Bien, bien. – sonreí de medio lado. – Hoy no puedes negarte a tomar algo conmigo. ¿Has desayunado?

Y al fin, en el primer bar del aeropuerto, entablamos conversación. Tenía 19 años y estaba un poco harta de su vida. Aunque no lo dijera, esperaba que este viaje le cambiara la vida. Había trabajado en el McDonalds durante algunos meses. Estudió algo que de poco le sirvió.
Yo, por entonces tenía ya los 22. No estaba harto del todo, pero tenía una vida aburrida. Mi asqueroso curro no consistía en nada interesante. Yo era el pringado que revisaba que las máquinas de la imprenta no se atascaran. Había días que iba allí para nada. Otros tenía que llamar al técnico, y tampoco me sentía útil. Cobraba una mierda al mes y sobrevivía en mi ático.

Pasajeros del vuelo 268 con destino París…

vendredi 4 février 2011

Para que no pueda repararme.

Tus besos no se pegan a la piel, se escapan. Y me dejan bajo cero. Entonces me tiritan los dientes y se te olvida darme un abrazo de oso. Te vas dejando la puerta abierta, llevándote las tiritas y los tornillos para que no pueda repararme. Y yo arrinconada en la esquina de cualquier parte con cicatrices en las rodillas, de no saber volar alto, veo como mi amor se cae por la borda. Se ahoga, congela, asfixia, oprime. ¿Dónde diablos quedaron los salvavidas que inventamos? Amor, resbalaste.

jeudi 3 février 2011

Eran gotitas, nada más.

Había un poquito de amor en cada vaso de leche, en cada croissant de chocolate, en todos y cada uno de los granitos de arroz hervido. Eran gotitas, nada más. Pero lo suficiente como para levantarme y saber que lo llevaría dentro todo el día. Y así se aseguraba de dejar palpitando mi corazón cuando se marchaba de madrugada, dejándome el desayuno preparado encima del mantel de pececitos de la cocina.
Y antes de que llegara intentaba prepararle una taza de te, con todo el amor que llevaba acumulando durante el día y unas gotitas de notevayasnunca del frasco que guardaba debajo de la cama. Así se le hinchaba el pecho antes de acostarse y me acariciaba un ratito más debajo de las sábanas.