Con la boca llena de besos y abrazos anudados al cuerpo me dijo que no quería volver a verme en cien años. Lo dijo así porque lo de nunca más le trababa la lengua. Gritó hasta que me fui y se pasó la noche susurrando vuelve por las esquinas.
Siempre hacía mares de un vaso de agua. A la hora del café era divertido, porque con su ironía te arrancaba más de una sonrisa. Y si se reía mucho, se le escapaba algún beso. Yo los pillaba al vuelo y me los metía en el bolsillo de la cazadora. Y por la noche se los devolvía por si se le acababan a las cuatro de la mañana y no tenía más para que viéramos el amanecer despiertos. Pero aquél día lo decía en serio. Y lloró. A mí no me dijo nada, pero yo lo sé porque las noches en vela dejan marcas en los ojos y las lágrimas del suelo no se secan de la noche a la mañana.
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