«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

dimanche 19 septembre 2010

Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia.

¿Sabes las comidas esas en las que todo el mundo está callado? ¿En las que solo se escuchan los cubiertos? Bueno, pues ahí estaba yo. Sentada a la izquierda de todo, comiéndome un trozo de pollo asado. Con lo que odio yo el pollo. Y además me ha tocado la pechuga, y seca.
Entonces se ha puesto a llover. No me ha molestado demasiado porque almenos se escuchaba algo más a parte de los cubiertos chocando contra los platos y cortando el pollo seco. He esperado a que mi padre acabara de comer y he llevado los platos a la cocina. Mi hermana ha recogido el resto de la mesa. Cuando me dirigía a mi habitación, mi madre ha roto el silencio.
- Saldremos a comprar esta tarde. Volveremos tarde porque quiero pasarme por la carnicería de la ciudad. - más pollo. - ¿Estarás aquí toda la tarde?
- Sí mamá, tengo que estudiar filosofía.
- Espero que te apliques.
Siempre igual de estúpida. Claro, como ella no tiene que amargarse por los estudios, me amarga a mí. Me he sentado delante del escritorio y he abierto el libro. Más o menos lo entiendía. Y fuera estaba lloviendo. Y yo no sabía si mirar la llúvia o concentrarme en lo que debía memorizar. Y me he hecho un lío. Entonces he optado por dejar de estudiar y relajarme, pero no antes de haber escuchado que salían de casa. Me he sentado en la cama y me he puesto a pensar en Andrés. Y en lo sexy que es Andrés. Y en sus labios. Y en su voz. Y en su forma de rozarme siempre. Y Andrés. Y más Andrés. He decidido que pensar tanto en Andrés es malo. Muy malo. Porque luego me ha entrado el gustanillo de estar con él, y como no había manera de que se me quitara, le he enviado un mensaje. Ven, anda. Que voy a hacer palomitas en esta tarde de llúvia. No me ha dado tiempo a dejar el móvil sobre la mesita de noche, que ha sonado de nuevo. Saladas, please. He pegado un salto y antes de llegar al suelo ya estaba metiendo las palomitas en el microondas.
Cuando ha llegado yo ya me había puesto el pantalón largo negro y el jersey de París que me dejó Lisette ayer. Le he abierto la puerta y nos hemos sentado en el sofá. Me ha clavado sus ojos pardos y he apartado la mirada. Lisette siempre me ha dicho que debo tener cuidado con él, que es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Pero a mi nunca me ha besado. A mi amiga tampoco, pero ella entiende de hombres, que yo lo sé. Además, ¿cómo debe sentirse una después de un beso de Andrés? Probablemente con ganas de más. Y me han entrado unas ganas locas de arriesgarme. He ido a buscar las palomitas y un relámpago ha iluminado todo el salón. Perfecto. Quería encender la televisión pero Andrés me ha dicho que mejor no lo haga, a ver si se estropearía con la tormenta.
Y con eso lo ha dicho todo. Es más, ha mordido la palomita mientras me miraba. Y eso es insinuación, de toda la vida. Yo también lo he hecho y me ha sonreído. Pero con una sonrisa de esas que matan, eh. Y ya me ves a mi muerta en el sofá, con las piernas encogidas y la mirada perdida entre sus ojos y su boca. Entonces me ha acariciado el pelo, así suave, con la yema de los dedos. Me ha rozado la barbilla y me ha tocado los labios. Ha cogido una palomita y me la ha metido en la boca, riéndose. Vaya cara debía tener, qué vergüenza. Después se ha puesto una en los labios y se ha acercado para que se la quitara. Después lo he hecho yo. Nuestros labios se iban rozando poco a poco hasta que ha dejado de jugar limpio. En una de esas en las que me he acercado sensualmente para quitarle la palomita de la boca, la ha escondido detrás de los labios y me ha besado. Ha sido pequeñito, así como cuando explota una pompa de jabón en el aire. Entonces se me han caído las palomitas al suelo. ¡Qué tonta! Las ha mirado durante un instante y ha parecido no importarle. Ha puesto la mano en mi cuello y me ha besado de verdad. Intentaba recordar las palabras de Lisette cuando ha empezado a besarme el cuello. Y diós, qué cosquillas. Me ha entrado la risa tonta al pensar que se me estaba poniendo la piel de pollo, lo he agarrado por la cara y he mirado sus ojos. Qué raros estaban. Eran así como verdes, azules, grises, marrones, amarillos... no sé, pero me miraban con ansia. Me ha sonreído y ha seguido por donde iba. Qué tortura, Andrés. Después se ha acercado a mi oído y me ha susurrado palabras sueltas. Preciosa. Intentaba quitarme el cinturón. Me encantas. La bragueta. Te quiero. No podía pensar. Me ha acariciado la oreja con la lengua y me ha entrado un repelús por todo el cuerpo. Tenía la mente en blanco. He abierto los ojos y se había hecho de noche. Ya no llovía. Las palomitas seguían esparcidas por el suelo del salón. Y seguía sin poder pensar, inundada en aquel mar de besos y caricias. De golpe, Lisette en mi mente, su voz. Es uno de esos hombres que lavan los cerebros con un beso, así sin piedad. Mierda. He abierto los ojos y me ha acariciado el pelo. Perdición. Le he mordido el labio y ha suspirado, excitado. Andrés, para por favor. Sus besos han bajado hasta mi pecho, y me he puesto nerviosa.
- ¿Qué te pasa, Henar?
- Que tengo la mente en blanco.
- Perfecto.
Y me ha mordido el cuello, suave. Después la oreja, mis hombros. Mi pelo alborotado y sus ojos brillantes. Me ha dado miedo. Mucho miedo. De repente sólo hacía cosas inconscientes, sin pensar. Sus besos me mataban lentamente con su dulce tortura. ¡Basta!
- Los lavados de cerebro, con agua fría, por favor. - le he dicho.
- ¿Por qué? - intentaba hacerme creer que no sabía de qué le hablaba.
- Porque así cuando vuelva a pensar, lo haré en frío.

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