«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

vendredi 31 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (II)

- Buenas noches.
- Igualmente. No me avises si tienes frío, ahí hay otra manta. Y en el armario de la salita, hay más.
- No te preocupes por mi, cariño. –y lanzas dos besos al aire, burlándote, para variar.
Te quitas los zapatos. Te desatas la corbata y los botones de la camisa. Te pones de espaldas a mí y te la quitas. La dejas sobre una silla. Estás jodidamente tremendo. Te odio, te odio, te odio.
- Buenas noches. – digo embobada.
- ¿Otra vez? – sonríes picarón. ¿He dicho que te odio?
- Bueno, pues que pases una mala noche.
Me voy a mi habitación y cierro la puerta de un portazo. Me desvisto lentamente, remoloneando por la habitación en ropa interior, por si se te ocurre entrar. Pero nada. Busco un pijama bonito, parece que mantengo la esperanza de que me veas. Quiero pero no quiero. En realidad quiero pero no te lo mereces. Y mi orgullo por encima de todo. Apago la lamparita.

Joder, Noa. Yo no quería esto. Tampoco que te enfadaras. Sabes de sobras que todo lo que digo no es porque sea un creído. Lo digo porque soy así, porque soy un chulo y se me escapa. ¿Qué debes estar haciendo?

Hostia puta, Marc. Sal de mi cabeza y déjame dormir. Es que ni contigo ni sin ti, macho. … Ojala te diera por venir. Haz algún ruido o algo. Tírate del sofá para que venga y me encandiles. ¿Tendrás frío? He sido un poco borde con lo de la manta. Yo sí que tengo frío, me faltas tú. ¿Qué debes estar haciendo?

Noa, ¿no tienes sed? Vamos, levántate, que yo te abrazo y te pido perdón por haber sido tan estúpido.

Marc, ¿no tienes ganas de ir al baño? Venga, va, que yo abro la puerta y te dejo que vengas conmigo aunque sea un ratito.

Visto que no vienes, Noa.

Por lo que veo, no vas a aparecer por aquí, Marc.

Voy al baño.

Voy a hacerme un vasito de leche.


Mejor no enciendo ninguna luz, qué vergüenza. Tampoco quiero que tengas una excusa para reírte más de mí, Marc. Abro la puerta con cuidado y camino descalza por el pasillo. Te oigo venir. Espera, no me jodas. Dime que no. Ahora que decido acercarme, vienes tú. Me rozas. Suspiras porque te has asustado, aunque si te lo preguntara me dirías que no. Te oigo sonreír.
- ¿A dónde vas?
- A hacerme un vaso de leche.
- ¿En serio?
- Claro. ¿Y tú?
- Al baño. Pero es mentira.
Tocas mi pelo. Respiras profundo cerca de mi oído. Pasas tu mano por mi cintura. Besas mi frente. Entrecejo. Mejilla. Oído. Cuello. Barbilla. Comisura. Sigue, por favor. Suspiras y me estrechas contra tu pecho desnudo.
- Me vuelvo al sofá. Hazte el vasito de leche y no te vayas a dormir muy tarde.
No me lo puedo creer. ¡Otra vez! Y encima te ríes. Es que, ¿cómo pude quererte conmigo? Otra vez te odio.
- Te odio. – me separo de tus brazos.
- ¿Por qué?
- Porque sí, porque te odio.
- ¿Ah sí?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque no hay quien te entienda.
- ¿Ah sí?
- ¡No! ¡Y cállate!
- ¿Que me calle? ¿Me vas a callar tú?
Me agarras del brazo.
- ¡Me sacas de quicio! ¡Déjame!
- Ven aquí.
Y me besas. Me acaricias el pelo. Mi espalda. Tu calor. Tus brazos. Me empujas hasta el sofá. Me tumbas. Me besas el cuello. El pecho. Mis labios. Suspiras. Me miras. Sonríes. Sigues. Me quitas la camiseta del pijama. Rozas mi tripa con tus dedos, muy suave. Se me pone la piel de gallina. Sonrío. Sonríes. Besito a besito bajas por mi cuello, mi pecho, mi tripa. Escalofrío. Me incorporo. Te beso. Te beso más. Te beso mucho. Te empujo, dejándote a mis pies. Tu cuello. Tu oído. Tu pelo. Tu pecho. Tu ombligo. Acaricio tus brazos. Entrelazo nuestras manos. Sigo besándote. Suspiras rápido. Te muerdo el labio. Se te escapa el aliento entre los dientes. Bajo la mano restante por tu pecho, tripa, paquet…
- Me voy a la cama, Marc. No te vayas a dormir muy tarde.



(y texto número 100. Feliz año nuevo.)

jeudi 30 décembre 2010

Un par de pizzas y un mal perder. (I)

Estás sentado en el sofá y yo no puedo parar de moverme. Me miras, te percatas de lo nerviosa que estoy pero pones cara de estar haciéndome un favor con tu compañía. Cómo te gusta hacerme quedar mal, eh. Enciendo la televisión. Hago zapping pero no hay más que programas de prensa rosa. Los odio, pero tú tienes cara de interesado así que dejo el mando encima del sofá y me voy a meter las pizzas en el horno. No me molesto en preguntarte cuál es tu favorita. Cojo dos de cuatro quesos y arreando. Prefiero que no te gusten, que cenes mal, que te sienta mal la comida y no vuelvas más. Las meto a la vez, un poco estrujadas para ahorrar tiempo y que te vayas lo antes posible. Te he invitado porque con tu actitud me has obligado. Bueno, quizás había un poco de voluntad de mi parte. Pero ahora me arrepiento. Hubiese preferido cenar sola, no que ahora te tengo aquí y me siento intimidada. Me da miedo acercarme al sofá, por si me tropiezo y al caer, acabo encima de ti. Porque tú eres uno de esos hombres que no saben querer. Por eso me da miedo, Marc. Por eso no te acepto, no te trago. Por ese mismo motivo me pierdes tantas veces. Por eso odio tu chulería. No puedes conmigo. Y sé que lo único que quieres de mí es que me acueste contigo. Otra vez. - ¿Noa?
- ¿Sí?
- Ah, que pensaba que se te había tragado la tierra.
Por desgracia, no.
- Puedes ir sentándote en la mesa, - te hablo a voces desde la cocina - que a las pizzas les quedan un par de minutitos.
- ¿Y si te vienes ese par de minutitos aquí conmigo? Haciendo zapping he encontrado una película que parece que ha empezado hace poco.
- Em… sí, un momento.
Me lavo las manos, lentamente. Me seco hasta casi disecarlas. Camino por el pasillo hasta llegar al comedor. Me apoyo en el sofá.
- No muerdo, eh.
- ¿Estás seguro? – digo con ironía poniendo los ojos en blanco.
- Que no mujer, puedes sentarte. – y das dos palmaditas a tu lado, como si estuvieras indicándole a un perro donde debe sentarse. Qué estúpido. Me incorporo con mucha pereza y me siento en el sofá.
- ¿Cómo se llama la película?
- No lo sé.
- Ah. Tiene pinta de ser de miedo. A mí eso no me gusta. Cámbialo. – clic. – Mira, las pizzas.
Y te dejo ahí sentado, buscando torpemente menú del mando para ver la información de lo que están dando. Es de miedo, Marc. La vi la semana pasada en una tarde de esas en las que necesito sacarte de mi cabeza.
- ¿Dónde te vas a sentar? – digo con las pizzas en la mano.
- Donde tú me digas.
- Pues ponte aquí. Toma, córtate la pizza como quieras. Y con la mano, que sino luego hay que lavar cubiertos.
- Eh, que si lavar va a ser para tanto, lo hago yo antes de irme.
En realidad resultaría divertido verte con los puños de la camisa arremangados hasta el codo, el delantal…
- Nada, nada. La pizza se come con las manos y luego te vas a casa.
- ¡Eres más rancia!
- ¡Encima!
- Yo que pensaba que me invitarías a dormir…
- No.
- Hoy que estás sola…
- No.
- Y que no hay nadie que te haga mimitos…
- Que no, he dicho.
Te ríes. Creo que ha sido una muy mala idea ponerme justo delante de ti. Muerdes la comida con vicio. Para, Marc. Marc, ¡para!
- Admítelo, Noa. Te pongo. Por eso me tienes tanto miedo.
- ¡¿Pero qué dices?! ¡Cállate, anda!
- ¿Que no? Hagamos la prueba. Te beso. Si noto que te gusta, me quedo.
- Tienes un morr… (beso).
Dos segundos. Bueno, tres. Va, tres y medio. ¡Mierda! Me aparto.
- ¡Qué asco! – digo, limpiándome la boca exageradamente con la servilleta.
- ¡Has suspirado!
- ¡Qué va!
Ya vuelve a estar ahí tu risa burlona, acompañada de tu chulería.
- He ganado.
- Para nada, majo. Además, en ningún momento he dicho que aceptara tu estúpida prueba.
- Claro, claro. Tienes un mal perder.
- ¿Perdón? Pues espero que te haya resultado cómodo el sofá, porque es ahí donde vas a dormir. – me levanto de la mesa. – Se me ha quitado el hambre.
Madre de dios, que me derrito.



(continuará.)

lundi 27 décembre 2010

Inviernos que queman la piel.

(Foto)

A él siempre le había gustado la nieve. Adoraba el frío que le enrojecía la piel hasta dejar de notársela. A mí me deprimía que se hiciera de noche tan pronto y él pegaba saltos porque la noche era más larga. A veces arrastraba el colchón del desván hasta la terraza y me hacía pucheritos para que me tumbara con él y el frío. Yo cedía porque no podía resistirme, y porque en realidad me moría de ganas, aunque yo fuera más bien una chica de veranos. Alguna que otra noche nos pillaba la nieve. Y con la tontería de ver cómo caían los copos de nieve de las estrellas, me atrapaba entre sus brazos y me hacía mimitos. Me susurraba que yo era su invierno quemándole la piel. Y yo me derretía en escalofríos.

A la orilla de sus labios.

- Si me tumbo a tu ladito, ¿me dejarás que te cuente los lunares?
- No.
- Venga, por favor.
- Que no, he dicho.
- Sólo los treinta y dos primeros.
- ¿Empezando por las mejillas?
- Por donde tú quieras.
Tenía doce lunares en el moflete derecho. Cuatro en la frente. Nueve en el otro moflete. Seis en la nariz. Y uno bien marcado en la comisura del labio. Los conté todos con el dedo. Y a la orilla de sus labios se me resbaló. Un traspié que rozó su boca.
- Tengo más por la tripa.
- Ya he contado treinta y dos.
- Si quieres…
- Que ya he contado treinta y dos, he dicho.

vendredi 24 décembre 2010

Hacía mares de un vaso de agua.

Con la boca llena de besos y abrazos anudados al cuerpo me dijo que no quería volver a verme en cien años. Lo dijo así porque lo de nunca más le trababa la lengua. Gritó hasta que me fui y se pasó la noche susurrando vuelve por las esquinas.
Siempre hacía mares de un vaso de agua. A la hora del café era divertido, porque con su ironía te arrancaba más de una sonrisa. Y si se reía mucho, se le escapaba algún beso. Yo los pillaba al vuelo y me los metía en el bolsillo de la cazadora. Y por la noche se los devolvía por si se le acababan a las cuatro de la mañana y no tenía más para que viéramos el amanecer despiertos. Pero aquél día lo decía en serio. Y lloró. A mí no me dijo nada, pero yo lo sé porque las noches en vela dejan marcas en los ojos y las lágrimas del suelo no se secan de la noche a la mañana.

jeudi 23 décembre 2010

Caperucita & CO.

Querido Diario, hoy vengo a hablarte de el peor cuento de la historia: Caperucita Roja.


Caperucita Roja era una niña tonta. Por supuesto que sí, si no, ¿por qué iba a llevar siempre el chubasquero ese tan chillón, con lo feo que le quedaba? Y su madre, la pobre, que ya no sabía qué hacer con ella, la mandó a ver a su abuela. Pero eso fue para ver si se perdía ya por el bosque, o como mínimo que durante unos días les dejara tranquilos. Que yo lo sé.

Y luego con el lobo. Si ella ya sabía que el lobo la seguía, ¡tampoco era tonta del todo! Lo que pasa que ella estaba deseando que él se la comiera enterita, y así poder contarles a sus nietos de vieja lo malo que era el lobo del bosque, y durante generaciones ser la protagonista y la víctima de esta historia. Si eso se ve venir desde el principo del cuento, ¿no ves que va dando saltitos con esa horrorosa caperuza? Es la mejor estrategia para llamar la atención del pobre animalito, que no puede resistir el instinto y se la zampa en cuanto puede. Seguro que luego no podía aguantar los retortijones, y fue a beber un poco de agua para ver si así bajaba un poco la comida.

Pero no, tubo que llegar el cazador, siempre metiéndose en todo. A él que más le daba si el lobo se había comido a la niña o no, te preguntarás. Pues la verdad es que no se tenía que haber metido, pero como él siempre tiene que ser el héroe salvador, pues rajó en canal al lobo y le sacó de las tripas a la niña. Y así, también salvó a la pobre abuelita, que en realidad lo único que quería era dejar este mundo sucio y triste para reunirse de una vez con su marido, que la esperaba en el cielo.

Y así, Caperucita Roja obtuvo su fama por los siglos de los siglos, el pobre lobito se quedó medio muerto a la orilla del río, la madre tubo que soportar a su hija el resto de sus días, y la pobre abuelita se volvió a su casa, a esperar que llegar su hora. Ah, y no nos olvidemos del cazador, que siguió matando animales como si de un concurso se tratara, a ver quién era más asesino. FIN

mardi 21 décembre 2010

Qué ridícula te pones cuando te emborrachas.

Rubén y Greta nunca se entendieron del todo. Él era encargado de una triste tienda de ropa, y ella era azafata. Lo suyo empezó cuando él todavía era modelo, y ella una jovencita tonta y soñadora. Pero ahora, el cuento había cambiado demasiado.

Algunas de las pocas noches en que ella iba a dormir a casa, esperaba a su marido en aquella fría habitación, con las bragas por las rodillas, y el corazón a cien por hora, borracha de lujúria y whisky barato. Y así, cansada, sucia, desnuda y húmeda recibía a Rubén.

- Buenas noches, amor.
- Greta, ¿cuándo has llegado? ¿cómo ha ido el viaje?

Él, que había soñado siempre con ser recibido como un rey por su reina, entre lujo y pomposidad.

- No me preguntes, mi vida es demasiado aburrida para explicártela.
- ¿Por dónde has estado?

Él, que sentía aquél hueco en el estómago cada vez que la encontraba así.

- Quién sabe. Nueva York, Argentina, Nueva Zelanda, París. Qué más da, si todos los aeropuertos son iguales.
- Otra vez borracha...

Él, que ya no recordaba como era aquella niña de la que él se encaprichó, la que ahora le susurraba al oído aquella lista de mentiras que no creía ni ella.

- ¿Qué esperabas? No soy de esas que vuelven corriendo a los brazos de su marido como si no puediesen vivir sin él. Sabes perfectamente que no te necesito para nada. Sólo para esta noche, esta asquerosa noche. Ven aquí, dame un beso.

Y así, sin más, se desplomó sobre la cama, perdiendo el conocimiento por el camino.







Ay, Greta, qué ridícula te pones cuando te emborrachas.

Con prisas.

Shht, tranquilo, que te doy un beso antes de irme. No te preocupes, ya me las apañaré para volver a casa. Todavía me queda dinero en la cartera, por suerte anoche no lo gasté todo en cubatas. No me mires con esos ojitos mientras me visto, cariño. Duérmete otra vez. Sólo puedo sonreírte. Probablemente no nos volvamos a ver, pero te prometo que te llamaré. Me pides que me quede un ratito más. No tengo más ratitos, lo siento. Bésame rápido, que me voy ya. Cierra los ojos y no pienses mucho en mí. Por cierto, me llevo tu reloj. Lo meteré en la caja de cosas de personas que me han impresionado. ¿No lo sabías? Tranquilo, lo de mi obsesa colección no lo sabe nadie.

dimanche 19 décembre 2010

Habitación 522.

No era un lugar donde triunfara el amor, pero se podía fingir y acabar sudando por los rincones. Siempre había algo que decir, algún tema del que hablar. Y cuando sobraban las palabras, pagabas los dos cubatas mientras ella te esperaba en la habitación 522. Qué interminable se te hacía el ascensor hasta llegar a la quinta planta. Metías torpemente la llave en la cerradura y con la luz apagada te dejabas caer sobre la cama. Y tú ya olías su pelo desde que abría la puerta del baño y se dejaba ver en sombras a contraluz. Te enloquecían sus caderas y la forma en que se dejaba quitar la ropa, pidiéndotelo a gritos con caricias en tu espalda. Siempre supiste, y yo también, que te gustaba más de lo debido, que era tu vicio y que te saciaba de cariño tus domingos. Y ella también te echó de menos en muchas otras habitaciones. Qué lástima, ¿verdad? Allí el amor nunca triunfó. Y yo ya te lo había dicho, desde el primer domingo que me dejaste sola en mi lado del sofá, con la cara desencajada, mordiéndome los labios ácidos que me habían dejado tu beso, sabiendo que tus cenas o reuniones de trabajo no eran más que una puta tapadera.

lundi 13 décembre 2010

Perdona, Noa, se me ha ido la cabeza.

Suena el timbre. Pienso durante un instante si esperaba recibir alguna visita. No. Me asomo por la mirilla. Oh, no. Es Marc. Preferiría no abrirte, pero ya has visto que alguien ha encendido la luz. A ver qué argumentos te has inventado para colarte en mi casa. Abro la puerta.
- Buenas noches, preciosa.
- Hola.
Hola, me llamo Noa y soy la cosa más seca que puedes encontrarte un viernes por la noche.
- ¿Qué tal? – me preguntas tontamente. Apoyas el brazo en el borde de la puerta, para que no pueda cerrarla sin pillarte los dedos.
- Yo bien.
Nos miramos. Ánimo, Marc, es hora de que sueltes de carrerilla a lo que has venido. Y te adelanto que en mi puerta no pone Puticlub.
- Esto… ¿haces algo esta noche?
Eso, no seas tan disimulado, no vaya a ser que no pille tus directas.
- Estoy ocupadísima.
Explotas en una carcajada limpia.
- ¿Puedo ayudarte en algo?
- Sí, puedes desaparecer.
Hago lentamente el gesto de cerrar la puerta para que te de tiempo a quitar los dedos, pero eso solo sirve para que detengas la puerta con el otro brazo.
- En realidad no quieres que me vaya.
- No, no quiero. Lo deseo con todas mis fuerzas.
Me das un beso. Frunzo el ceño. Me das otro. Y otro más. Te quito las manos de mi cintura. Sabes dulce. Sonríes.
- Perdona, Noa, se me ha ido la cabeza.
Te giras y cruzas la puerta.
- ¿Te vas?
- Me has echado.
Eso no se hace, Marc. No. Me lías, me besas, y entonces me entran ganas de que te quedes. ¡Pero es que tu chulería no la soporto!
- Claro.
Me apoyo en el filo de la puerta y pestañeo lentamente para tentarte, para que caigas, para que te quedes. Pero pasas de mí exageradamente.
- Pues eso.
Sonríes como despedida, te giras. Das un paso y te paras. Miras tu brazo. Mi mano está agarrando el puño de tu camisa fuertemente. Yo no le he dicho que lo haga, ha sido un reflejo. Me siento estúpida y te suelto rápidamente. Y me haces una mueca. Lo tenías todo planeado. Cruzas los brazos, y sonríes pidiéndome una explicación.
- Mis padres se han ido de fin de semana. – te suelto - ¿Quieres cenar conmigo? Creo que hay un par de pizzas en el congelador. - me avergüenzo de ser yo la que te acabe invitando a pasar la noche conmigo.
- Está bien, me quedo. Espero que mañana no me pidas que también olvide esta chiquillada.
Tienes un morro…

dimanche 12 décembre 2010

Buenas noches, amor.

Escucho desde la cama como llegas a la puerta de casa, y como intentas meter una y otra vez la llave en la cerradura. Se te resiste, pero lo consigues. Te acabas de quitar los zapatos, y pisas de puntillas el frío suelo, intentando respirar los más flojito posible. Llegas a la habitación iluminándote el camino con la luz del movil, para no comerte la típica puerta que se queda entreabierta. Te desvistes, manteniendo el equilibrio lo mejor posible, y te metes en la cama mientras intentas contener esa risa loca que te provocan las mil vueltas que te da la cabeza. Tu pelo huele a humo, a tabaco. Tu ropa huele a fritanga, y a bar. Tus manos, a alcohol derramado. Y tus labios... hace demasiado que no pruebo tus labios.

jeudi 9 décembre 2010

Que lo de anoche fue una chiquillada.

Estabas demasiado cariñoso, Marc. Y yo ya te había dicho que no quería nada contigo. Y te enfadaste porque solo acercarte un poco, ya te lo advertí. Pero es que se te veían las intenciones a la legua. Y cuando me manchaste el vestido de J&B con coca-cola, casi te mato. Y por eso, el rubio que llevaba mirándome toda la noche, se perdió entre la gente. Nadie quiere besar a chicas con el vestido manchado. Menos tú, claro. Tú mientras tenga unas buenas tetas, lo demás te da igual. Marc, para. ¡Marc, para! Me ponías histérica con ese bailecito. Te movías muy bien, para qué mentir. Pero ¿no había más chicas a las que restregarte? Te habías encaprichado conmigo. Y para lista yo, que me tomé un último cubata cargadito. Al final me acabaste pareciendo sexy y todo. Demasiado. Olvidé quien eras.
- Esto… Marc, que lo de anoche fue una chiquillada. Olvídalo.
- Vale, olvidado.
- Vale.
- Vale.
- Pues eso.
- Pues nada.
A veces te conviertes en algo muy incómodo.
- Oye, ¿se quitó la mancha de J&B?
- ¡Sí!
- Noa, eres una tía muy borde.
- ¡Encima! ¡Me manchaste el vestido! ¿Qué hago? ¿Te doy las gracias?
- Ahora me dirás que no hice nada bien anoche.
- Exacto. No hiciste nada bien anoche.
- ¿Tengo que recordarte cómo gritabas en mi cama? ¡Sigue Marc! ¡No pares! – dices con voz aguda.
- ¡Para! Deja de recordármelo.
- Pero te gustó.
- Calla.
- Y me vas a dar otra oportunidad.
- ¡¿Qué estás diciendo?!
- Verás como sí.
- Eres idiota.
- Quítate esa prepotencia, princesa.

mercredi 8 décembre 2010

Diecisiete minutos. (II)

Necesitaba saber lo que estaba pasando. Sus manos. Las de ella. Susurros que dicen más de lo que hablan. Cosquillas en la espalda. Sábanas de un colchón pequeño, enredando dos cuerpos. Gemidos ahogados. Y risas. Un beso. Otro más. Casi cincuenta y dos besos robados. Más de dos millones y medio regalados. Caricias detrás de la oreja. Aliento en el cuello. Henar, desconcertada. Miguel, intentando chaparle la boca a la cama que llevaba 406 noches empapada de lágrimas.

- ¿Te vas?
- Son casi las diez de la noche.
- ¿Pero te vas?
- Sí, pero nunca más para siempre.
- No te creo. Ahora viene cuando me despierto. Esto es un sueño, nada más.
- Ya no necesitarás soñar conmigo, te lo prometo.



Báh, promesas…

lundi 6 décembre 2010

Diecisiete minutos. (I)

Se acerca a la estantería de puntillas. La mira a través del cristal. Se relame los bigotes y Lola le achina los ojos, desafiante. En un movimiento rápido, mete la zarpa en la pecera y le da un meneo al agua. La pierde de vista y araña el vidrio.
- Mago, para. – le dice sin mirarlo.
Baja del estante de un salto y se sienta educadamente al lado de Henar. La nota triste. Maúlla y se restriega por sus piernas desnudas. Sentada mira una pared blanca, vacía, como ella. Mago afila sus uñas en ese sillón. Sabe que no debe hacerlo porque lo destroza y está esperando a que Henar le meta un grito. Prefiere eso antes que verla con la lagrimilla entre las pestañas. Nada. Hay tanto silencio en el salón que casi puede escuchar el roce de dos lágrimas paralelas cayéndole por la mejilla. Maúlla. Ronronea. Le soba los talones. Nada. Se sube en sus piernas. Le lame los puños apretados. Pone las manos en su pecho y le lame el moflete. Nada de nada. Maúlla más fuerte, pega un salto hasta la mesa y de la mesa a la estantería. Lola y sus morritos de beso, le guiña un ojo. Mago mueve la cola y le da un golpe a la pecera tirándola al suelo. Henar pega un salto y se gira.
- ¡Mago! ¡Te he dicho que pararas!
Corre a la cocina, llena un vaso de agua y mete a Lola en él. Lo deja encima de la mesa, recoge los cristales y friega el suelo.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensando, Mago? Llego a no estar y matas a Lola.
Mago la mira y maúlla.
- ¡No me contestes! Te has quedado sin chupar la tapa de mis natillas esta noche. Y me pensaré si mañana te doy.
Mago, sonríe a Lola. Ella, metidita en el vaso, se la devuelve. Actuando, baja de la estantería renegado y se sienta en su cojín.
Henar guarda la fregona en el armario y cambia el vaso de Lola por el bol de los pasteles, grande y transparente.
- Esta noche le diré a mamá que te compre una pecera nueva. Que sea de plástico.
Lola se hace la ofendida y gruñe un poco a Mago, que las está mirando mientras se acurruca. Henar vuelve a sentarse en el sillón. Las siete y cuarenta y dos. Hace diecisiete minutos que se ha ido. Le han bastado once minutos para volver, disparar a Henar un par de veces y dejarla tirada en su casa con el corazón desmoronado en dos millones y medio de migas. Migas que si se acumularan formarían el pastel de arándanos que se comieron hace 406 días. Le encantaría poder fingir que nunca se fue. Pero no puede. Miguel no se lo merece.
Suena el timbre.
Henar se acerca a la puerta, lentamente. Abre.
- Si no lo hago, reviento.



(continuará).

mercredi 1 décembre 2010

Y le besó dos veces seguidas.

Anouk se había convertido en la chica-despiste. Pero hacía días ya, eh. Y fue porque aquella mañana esperó a Geert, sentada en la acera, con un calcetín de cada color. Se dio cuenta cuando se miró los pies y vio que entre los agujeritos por donde pasa el cordón de los zapatos, había colores distintos. Verde y naranja. Despistada no, lo siguiente. Y es que cuando se ponía a hacer cosas y la cabeza se le iba del sitio por pensar en Geert, era normal que no hiciera nada bien. Pensar en Geert significaba arrinconarse en su trocito de cielo, allí muy alto. Y era obvio que se despistara, el infinito no entiende de cosas sin importancia. Porque nada más que su sonrisa repercudía en ella. Y sus gestos, claro. Esa suavidad en los dedos cuando le tocaba la espalda para preguntarle qué acababa de decir el profesor de filosofía. A lo que ella contestaba que se había despistado y que tampoco lo había oído. Entonces él le sonreía. A ella se le tatuaba la boca en la mente y le entraba ese anhelo por verlo en su cama. Y se relamía los labios solo de pensarlo, de imaginárselo desnudo entre las cuatro paredes de su habitación.
- Sube rápido. – le dijo aquél miércoles por la tarde. Anouk subió al coche y la llevó al oscuro parking de la gasolinera. La incitó a desplazarse a los asientos traseros con la idea de acariciarla. Le tocó el pelo hasta que se le puso la piel de gallina (que no tardó más de dos minutos y medio). Entonces puso las manos en el cuello de Geert, entre la bufanda. Un escalofrío le recorrió la espalda y acabó en una sonrisa. Ella le besó los labios. Una vez. Y otra. Y luego le miró a los ojos y le besó dos veces seguidas. Lo arrinconó contra la puerta y le metió la mano por la camiseta, bajando efímeramente su dedo por el pecho, hasta chocar con la hebilla del cinturón. Y él le besó la frente, la estrechó entre sus brazos y la tumbó en los incómodos asientos. Besó el cuello de Anouk tantas veces que tuvo que pedirle que le quitara la bufanda para no ahogarse de calor. Ella esbozó una sonrisa, le destapó el cuello y se quitó los zapatos con un par de empujones en cada tobillo. Y se dejó dar un beso largo, hasta que se empañaron los cristales del coche. Sofocados, respiraron dos veces seguidas y ella dibujó un corazón con el pie en el cristal.
- Anouk, ¿llevas un calcetín de cada color?
Se puso roja y se mordió el labio. Ni de eso se había acordado.
- Un pequeño despiste. – dijo con la boca pequeña.
- Bueno, esperemos que esto no vaya a más. No soportaría que te dejaras la sonrisa en casa.