«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

dimanche 28 novembre 2010

Touché. (II)

Camino lentamente por la cocina. Me hago un vaso de leche sin apartar la mirada de ti. Con los ojos bien abiertos. Me siento delante tuyo. Un trago de leche, y con él, tres mil seiscientas dos palabras que llevaba elaborando para ti durante estos 406 días y 406 noches, rasgándome la garganta. Y a ti te tiemblan las manos. Te brillan los ojos y te noto las pestañas húmedas. Otro trago de leche caliente, que le sirve de leña la hoguera de mi estómago. La tensión acumulada en el techo de la cocina se puede cortar con un cuchillo. Tu mirada apuñala. Por un momento creo que formas parte de mi puta imaginación. Eso es, un simple espejismo. Hago una risita. Menudo susto. Creí que habías vuelto.
- No tengo ninguna excusa para intentar suplicar que me perdones.
Y creía bien. Miguel, después de tanto, sentado de nuevo frente mi desayuno. Como las mañanas de domingo de hace 406 días.
- ¿Qué quieres? – vomito, por fin.
- Nada. – tiemblas. – Sólo saber cómo estás.
Igual que si hubiera apretado el gatillo. Ahí estaba la bala, encajada entre mis pulmones, agujereándome el pecho. Y yo desangrándome.
Y te digo que estoy bien, que soy muy feliz. Y que ya hace tiempo que arrojé al olvido todo lo que sentía. Que casi no me has hecho falta. Que gracias por haber desaparecido totalmente, por habérmelo puesto tan difícil. Que he sobrevivido gracias a Andrés y a Lisette, aunque esta última también se acabara marchando.
- Me enseñaron a dar de lo que recibía. No solo me abandonaste, Miguel. También te olvidaste de mí.
- Te recordé siempre.
Otro disparo, aquí en mi garganta. Detesto que sepas perfectamente donde apuntar. Y también que seas un lector de mentes. Pero ya no aguanto más. Tus labios me chillan que los muerda y los bese hasta dejarlos sin aliento. Y te deseo, Miguel. Desde que te fuiste llevo 406 putas noches deseándote. Acostándome con Andrés, haciéndole mimitos a Andrés. Pero en realidad sabes, tú mejor que yo, que hay un rinconcito que él no puede llenar. Besarte o no querer verte nunca más. Llenar mi vacío o seguir las reglas del juego.
- Vete.

vendredi 26 novembre 2010

Touché. (I)

Domingo helado. Y yo enredada entre la manta grande, la que pesa y me quita el frío. Andrés se ha ido hace un par de horas. Son las siete y poco, seguro. Tengo hambre de un vasito de leche caliente. Me destapo a la de tres y me pongo los calcetines gordos de andar por casa. No son antideslizantes, eh. Sino no tendría gracia ir descalza, con lo divertido que es ir derrapando por los pasillos. Patino hasta el baño y me refresco la cara. Hago una mueca delante del espejo y me río yo sola. Cojo carrerilla y me deslizo hasta la cocina. Derrapo y me agarro al quicio de la puerta para no estamparme contra la nevera. Y silencio. Mucho frío. Más silencio. Peor, muchísimo peor que si me hubiera estrellado contra el frigorífico.
- Puedes echarme.
Pausa de 16845 años.



(continuará).

mercredi 24 novembre 2010

La tontería se alargaba toda la noche.

Me encantaba que se pintara las uñas de rojo. Luego me dejaba que la invitara a un café por la tarde, en el primer bar que hace esquina, y me hacía cosquillitas en los brazos con sus dedos. Entonces entre el café, las cosquillas, sus labios y mi vicio, la tontería se alargaba toda la noche. Y despertar con su piel desnuda a mi ladito, era lo que más me hacía sonreír.

lundi 22 novembre 2010

Felicidad entrecortada.

Empezó a llorar lento. Se le encharcaron los ojos hasta que no pudo verme. Y pestañeó un poquito, empujando lágrimas que se atropellaban en sus mejillas, le rozaban la comisura de los labios y se suicidaban en la barbilla. Clavó las uñas en las rodillas y me confesó que esa broma de que no la quería, no había tenido gracia. Entonces le abracé ese cuerpito de niña. Y la estreché contra mi pecho hasta que dejó de llorar.


Ella le quería 0,2 más que él. Y fue ese poquito de más lo que le hizo inundar la habitación aquél domingo por la tarde.


Felicidad entrecortada.

mercredi 17 novembre 2010

Carrera de locos.

Y cuando no sabía qué contestar, salía corriendo. Y me dejaba solo con sus labios tatuados en la piel y el corazón desencajado. Un día la agarré del brazo y le pregunté por qué se escapaba siempre que le preguntaba si me quería. Me contestó que ella se iba con la magia que perdía cada vez que la metía en un compromiso. Ese día se quedó conmigo. Porque la magia ya se había ido y no había quien la pillara. Y que solo podíamos hacerla volver olvidando quienes éramos.
Ella quería magia, y yo nunca supe si me quería de verdad o era solo una simple carrera de locos en la que solo ella escuchaba el pistoletazo de salida.

samedi 13 novembre 2010

Azul oscuro casi negro.

Y los días en que lo veía todo azul oscuro casi negro se metía en cualquier bar de hombres a beber whisky barato hasta perder el conocimiento.

Fue en uno de estos días en los que se encontró con aquél chico tan elegante del aeropuerto. Sí, aquél que le había preguntado por una de las esculturas que adornaban el vestíbulo, y después se lo había agradecido amablemente con unos ojos tristes que no pegaban con la sonrisa que mostraba. ¿Cómo dijo que se llamaba? Elliot, creo.

Y a la semana siguiente, lo volvió a ver en el chino de la esquina, aquél donde le gustaba comer los jueves a sus padres. Y también le pareció verlo cuando salío a pasear, y cuando fue a comprar el pan. Y finalmente, se encontraron en el pub donde siempre la llevaba su amiga Marga. Y las dos copas de más hicieron el resto.

vendredi 12 novembre 2010

En mi corazón, un concierto de Rock'n'roll.

- Ven aquí niña pecosa. – susurras - Tengo ganas de darte un achuchón.
Me agarras de la mano por debajo de las sábanas y me acercas a ti. Estás ardiendo, y al rozarnos, me da un repelús. Me besas la frente y me acurruco entre tus brazos.


Me has llevado a tu casa, y yo con el ruido de las llaves encajándose en la cerradura del portal, ya estaba nerviosa. Hemos subido las escaleras con prisas, tercero B. Me has pedido que te esperara en la puerta y te he oído trastear por casa. Muebles. Puertas. Luces parpadeantes. Des de dentro, te he escuchado cederme el paso. A oscuras. Que siguiera recto hasta chocar con una puerta, la abriera y me sentara sobre el sofá que habría a mi derecha. Un poco torpe, te he hecho caso.
Y sentada en el sofá, con las piernas encogidas, te he notado muy cerca. Pero todavía trasteabas algo.
- Ponte cómoda, nena.
Se me ha escapado la sonrisa, pero no me he movido. Te he visto, en sombras, cómo te colocabas de espaldas.
- Cuando quieras, enciende la lamparita que hay a tu izquierda. Princesa.
He alargado el brazo y le he dado al interruptor. Una luz tenue se ha ido encendiendo a poco a poco, mostrándome tu cuerpo de espaldas y parte del comedor. Y a la vez, una música sensual. Te has empezado a mover al compás de la música. Una camisa blanca con las mangas dobladas hasta el codo y unos pantalones de pitillo tejanos, no demasiado ajustados. Zapatos negros. Lentamente te has ido girando. Una corbata azul te rodeaba el cuello. Y tu mirada envenenada, colapsándome el pensamiento. Has empezado a acercarte a mí, seductoramente, desatándote el nudo de la corbata. La has dejado abierta en tu cuello, la has rozado por la nuca un par de veces y la has dejado caer al suelo. He sonreído y he cruzado las piernas. Te has mordido el labio y has ido desabrochándote la camisa. Cuando se te han acabado los botones, te has puesto de espaldas y You can leave your hat on. La camisa se ha ido deslizando por tu musculosa espalda morena. Te has quedado con ella en la mano y me has hecho una sonrisa de esas que me matan, restregándote la camisa por el pecho. Has caminado hacia atrás y me la has tirado. Yo la he agarrado. Dios, olía tan bien. Has vuelto a ponerte de espaldas, te has puesto las manos en los bolsillos traseros. El cinturón marrón, fuera, sensualmente. Lo has dejado caer. Los cordones de los zapatos. Y el pantalón, aunque con un movimiento un pelín más patoso, pero no menos excitante, también ha ido al suelo. Has agarrado la silla que tenías más cerca y te has sentado. Quitándote los calcetines, levantándome una ceja, como si fuera la cosa más erótica del mundo. Y me he puesto a reír, por tu cara, por tu pose, por mis ganas tontas de levantarme y quitarte lo que te queda de ropa. Te has pasado la mano por el pelo, alborotándotelo, y acabando la canción, has venido a besarme mientras apagabas la luz.


- ¿Tienes frío? ¿Quieres que traiga otra manta?
- Estoy perfectamente, Andrés, cariño. No te preocupes. Sólo te pido que no me sueltes en toda la noche.
Y por fin, mis ojos cerrados, imaginando un cielo infinitamente alto. Mi nariz, respirándote. Mis manos, una entrelazada con la tuya y la otra acariciando tu cintura. Mi pecho pegado a tus costillas. Mi pierna sobre las tuyas. En mi corazón, un concierto de Rock'n'roll. En mi espalda, dos alas. Y mi boca, aferrada a tus labios.

dimanche 7 novembre 2010

Y que te gusta guardar tonterías en los cajones, ¿eh?

- Y que te gusta guardar tonterías en los cajones, ¿eh? – digo mientras te veo meter envoltorios de caramelos en una cajita pequeña.
- No son tonterías, Geert. – me pongo de cuclillas ante el cajón. - Mira, esa corbata es tuya. ¿Te acuerdas?
- Claro que me acuerdo. – la cojo. – Te la llevaste sin decirme nada.
- Quería tener un motivo para que nos volviéramos a ver. – me sonríes. Eres preciosa.
- Y en realidad no la necesitaste.
- Para nada. No me diste nada tuyo, ni tu número de teléfono. Y yo me llevé la corbata como si ella me fuese a decir donde podría encontrarte cuando despertara. – suspiras. – Qué ingenua.
Doblo la corbata y la encajo entre tus otras no-tonterías.
- ¿Se sabe algo de la camisa que perdí aquella noche?
- ¿La de niño pijo? - me miras sonriente y te saco la lengua.
Cuanto te gusta chincharme. Y qué poco aguanto yo sin devolverte la sonrisa.
- No. - sigues - La perdí de vista en cuanto te la quité. Seguramente debe estar allí todavía, al lado del árbol aquél enorme. Arrugada, enterrada entre las hojas y con huellas de mi pintalabios rojo.
- Qué bien te quedaban los labios así, Anouk. ¿Cuándo te los volverás a pintar?
- ¿Quieres pintármelos tú?

samedi 6 novembre 2010

Entonces lo cerraba todo, y sudábamos.

Porque Anouk dejaba una ventana abierta todas las noches. Solía ser la de la cocina, así se levantaba las mañanas de invierno, cuando eran las 5 y todavía no había amanecido, para tomarse un vaso de leche muy caliente, con aquella ventana abierta y el aire rozándole las mejillas sonrojadas. A mí me contó que lo hacía para cambiar de aires por las noches. Menos cuando pasaba las noches conmigo, en su cama. Entonces lo cerraba todo, y sudábamos. Nuestros aires no tenían que cambiar, con que fuera lo mismo de todos los viernes por la noche, le bastaba. Pero al acabar, se esperaba a que me durmiera para levantarse de puntillas y abrirla de nuevo. Entonces se volvía a meter en la cama, con los pies fríos, se acurrucaba contra mi pecho y me susurraba que la abrazara, que se estaba muriendo de frío. Y es que a esas horas ya había amanecido, pero la persiana seguía extendida, compartiendo su vicio de dormir de día conmigo. Entonces nos levantábamos los sábados por la tarde, despeinados, con ganas de salir a reírnos por las calles iluminadas.

Anouk era la mejor. Una niña friolera que amaba el aire congelado, que lloraba sólo para después sentirse mejor y que tenía miedo a equivocarse. Y era mía, por supuesto.

jeudi 4 novembre 2010

En su pequeño ático.

Y una vez al mes se pedía el día libre, se metía en su pequeño ático y observaba las luces de la ciudad mientras derramaba lágrimas lentamente. Y las estrellas se nublaban mientras se arropaba con la manta que antes olía a Lisette, y ahora apesta a soledad.

mercredi 3 novembre 2010

¿Has visto, Henar? El mundo del revés.

- Sobretodo no me sueltes. – aprietas fuertemente mi mano. - Venga Henar, a la de tres – suspiras. - saltamos al vacío.

Anouk se ha pasado por mi casa esta mañana para devolverme el libro de recetas que me regaló mi tía hace un par de años. De allí saqué mi famoso pastel de arándanos, el que nunca está bueno pero que a Miguel le encantaba. Pues se lo dejé la semana pasada para que le hiciera magdalenas de chocolate a Noa, que no hay merienda que le guste más. Y ayer mismo le dije que no hacía falta que me lo devolviera hoy, que podía hacerlo el lunes, cuando nos viéramos en clase de Matemáticas. Ella insistió, y esta mañana, cuando ya lo tenía entre mis manos, he entendido el porqué de las prisas. Entre las páginas 22 y 23 había un sobre.
“Aquí me tienes. Léeme detenidamente. Si decides aceptar la locura, te espero esta tarde a las 16h en el puente de la carretera. […]”

Y aquí estoy yo, contigo. Con una cuerda atándome los tobillos y subida en el borde del dicho puente, con las rodillas temblando y el corazón a dos millones por segundo.
- Uno.
Trago saliva.
- Dos.
Tengo miedo.
- ¡Tres!
- ¡Salta! – grito. Alargo la última vocal, chillando, creyendo que voy a explotar de tanta adrenalina. Sensación extrema. Mis ojos cerrados y el ceño fruncido, probablemente, con cara de sufrimiento. Mi alma, fuera de mi cuerpo. Libertad. Volando sin alas durante dos segundos y medio. Cayendo en picado a la velocidad que exige la gravedad. La cuerda se tensa y nos frena en seco, haciéndonos retroceder algunos metros, dejándonos caer de nuevo. Y sigo gritando.
¿Y a ti, Andrés? Se te escapa la risa. Sonríes enormemente. ¡Pero si también es tu primera vez! Cómo puedes. ¿No has tenido miedo?
Después de un par de rebotes, nos quedamos bocabajo unos segundos. Sueltas mi mano y me agarras de la cintura. Frente a frente, miras mi cara que muestra una felicidad enorme y un gran alivio.
- ¿Has visto, Henar? El mundo del revés.
- Ahora se parece un poco más al mío, así como retorcido.
Te ríes.
- ¿Pero como puedes reírte ahora? ¿Sabes el miedo que tengo yo? ¿Y si la cuerda se rompe? Madre mía. ¿No había una locura más suave?
- Yo ya había experimentado esta sensación. Una tarde de lluvia, mientras compartíamos unas simples palomitas.

mardi 2 novembre 2010

Ha llovido mucho desde entonces, pequeña.

Y una mañana la encontré envuelta con el edredón, tapada por completo. Que no quería levantarse, decía, que si el día iba a ser como el anterior, que prefería dormir hasta que el ayer estuviera muy lejos. Estiré de sus mantas y una niña pecosa con el pelo corto y despuntado por la nuca me miraba diciendo que ya no volvería a sonreír nunca más.
Ha llovido mucho desde entonces, pequeña.
¿Te acuerdas de cuando te llevé a la playa el segundo sábado de Noviembre? Antes de llegar y con los ojos vendados te escuché decir que olía a mar. Y cuando se puso a llover, Henar. Chorreando que nos quedamos, los dos tumbados en la arena, viendo como, cada gota, hacía vibrar el mar.
¿Y la nevada de Enero? A penas me costó sacarte de casa. Tú y tus manoplas, que no sabía cómo darte la mano, con la vergüenza que me da siempre. Y tú te reías, te la quitabas y por debajo de la bufanda me sonreías mientras entrelazabas nuestros dedos.
Y cuando quisimos darnos cuenta, ya volvía a ser verano. Y de nuevo paseabas por las calles soleadas con tus pantalones cortos tan amarillos. Y tu pelo, otra vez largo, y trenzado hasta media espalda.
Un parpadeo más, y 26 de Octubre. Un año, ya. Y yo te he visto sonreír tantas veces.
No te rindas nunca.


Un post-it naranja fluorescente pegado en el cabezal de la cama:
¿Sabes? He tenido una idea. Mañana, no sé cómo, recibirás una carta. Voy a proponerte una locura.

Andrés.