Había un poquito de amor en cada vaso de leche, en cada croissant de chocolate, en todos y cada uno de los granitos de arroz hervido. Eran gotitas, nada más. Pero lo suficiente como para levantarme y saber que lo llevaría dentro todo el día. Y así se aseguraba de dejar palpitando mi corazón cuando se marchaba de madrugada, dejándome el desayuno preparado encima del mantel de pececitos de la cocina.
Y antes de que llegara intentaba prepararle una taza de te, con todo el amor que llevaba acumulando durante el día y unas gotitas de notevayasnunca del frasco que guardaba debajo de la cama. Así se le hinchaba el pecho antes de acostarse y me acariciaba un ratito más debajo de las sábanas.
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