Podíamos ponernos a bailar en los 50 centímetros cuadrados libres que quedaban en mi habitación, entre el equipo de música, la cama y el armario. Nos grabábamos en vídeo para vernos después y que las carcajadas perduraran el doble de tiempo. Y ahora los busco desesperadamente en mi teléfono. Aquí están, con una imagen pixelada, con un sonido robótico. Pero, al fin y al cabo, tu rostro y tu voz. Cuánto te necesito, Lisette. A ti no hubiese tenido que engañarte. Habrías aceptado mi escapada, incluso me habrías hecho crêpes de dulce de leche para que tuviese algo que comer por el camino. Confiabas en mí y en mis decisiones. Y ahora tan sólo llevo un bocadillo de lomo frío y desconsuelos que cuelgan de mis pestañas.
Qué lento se me está haciendo volar en este avión.
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