«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

mercredi 16 juin 2010

El reino de los sueños.

Y otro día más se escurre entre las gotas de lluvia. Las nubes grises hacen que me sienta atada, con mi mundo dentro de una caja de paredes oscuras. Pero apoyada en la pared, consigo hacer un poco de magia. Aparece un palacio enorme. Tiene unas escaleras grandiosas en la entrada, blancas, brillantes. Cuento veintidós escalones. Me quedo mirando la puerta. “Por esa puerta podría entrar un elefante haciendo el pino”, pienso. ¡Menuda tontería! Es realmente grande y bonita. La torre más alta rasca las nubes con la punta del tejado. Los jardines de alrededor no son más verdes porque no existe un verde más bonito que aquél. No consigo contar todas las rosas rojas que invaden el arco de la puerta del jardín. Tampoco las margaritas que nacen esparcidas entre el césped perfectamente cortado. Tanta belleza me está llamando. Intento levantarme pero casi tropiezo. Miro mis pies. Calzo unos zapatitos blancos. Desde el suelo se alza un vestido precioso que me envuelve toda, de palabra de honor. Blanco, también, con un estampado morado sobre el pecho. Se me han dibujado unos tirabuzones perfectos, negros como el carbón. Mis manos visten unos guantes blancos, largos hasta casi tocar los codos. Sobre el dedo anular rodea un anillo plateado, con un diamante en el centro. Agarro la falda del vestido y me levanto. Camino con paso firme hasta la puerta del jardín. Busco algún tipo de timbre, pero solo veo un pequeño cartel escrito con una perfecta caligrafía que dice: El reino de los sueños.
La puerta está abierta. Con el primer paso puedo notar el olor a rosas, las mismas que se retorcían decorando la entrada. Un pequeño camino me lleva hasta el pie de las escaleras. Subo con delicadeza, poniendo mi mano derecha sobre la baranda y la otra agarrándome el vestido.
La puerta principal impresiona el doble teniéndola tan cerca. El pomo está situado en el centro, a un par de metros sobre mi cabeza. No llego, es imposible. Doy un par de toques con los nudillos. Se abre cuidadosamente. Miro hacia arriba, pero no hay nadie. Imaginaba que el dueño de aquel palacio sería alto. Es incluso más pequeño que yo, va trajeado y tiene pinta de mayordomo. Tiene una enorme sonrisa, pero no me ha dicho ni hola, ¿es mudo?
- ¡Hola! – digo entusiasmada.
- ¡Shhhhhht! – me ordena. – No grite tanto. – dice susurrando.
- ¿Qué pasa?
- Nuestro príncipe está durmiendo.
- ¿Vuestro príncipe?
- He dicho nuestro. También es suyo.
- ¿Mío? Yo no tengo príncipe.
- Usted no ha venido nunca aquí, ¿verdad?
- No…
Estoy en un recibidor enorme. El suelo brilla y las baldosas son de colores. Detrás del pequeño mayordomo hay tres puertas. Una esta entreabierta y dos mujeres de la medida del hombrecito que mantiene una conversación conmigo, cuchichean. “¿Es ella?” “Seguro que sí, es hermosa.”, dicen. Se dan cuenta de que las miro y se van corriendo. Me hago la longui y sigo hablando con el mayordomo.
- Creemos que nuestro príncipe quiere verla. Pero ahora está soñando y no podemos molestarle. Acompáñeme a la sala de invitados. Allí le serviremos un poco de te, - me explica mientras le sigo. - si le apetece.
El sofá rojo de la sala es proporcional a la puerta de entrada. “El príncipe debe ser un gigante,” pienso.
Pasan más de dos horas y el supuesto príncipe no aparece. No hay nadie en la sala. “¿Y si está durmiendo en la punta de la más alta torre?”. Me escapo. Tengo que encontrarlo. Abro una puerta, dos, tres. El mayordomo casi me ve. Me está buscando. Abro una cuarta: unas escaleras en forma de caracol se alzan hasta un final que no consigo ver. Cierro la puerta con cuidado y subo. Me mareo un poco con tanta espiral, pero al llegar arriba, la luz de una ventana me despeja. Estoy a punto de llamar a la puerta con los nudillos, pero si está durmiendo, mejor no despertarle. La abro cuidadosamente. Para ser la habitación de “nuestro príncipe”, no es demasiado grande. Busco con la mirada una cama. La encuentro. Me acerco de puntillas. Tiene un tamaño normal, como el mío. Bueno, quizá un poco más alto. Tiene el pelo negro como yo, pero sus rizos son reales. “Quería verme. ¿Lo despierto? No, será mejor que lo deje soñar”, me levanto, le doy un beso suave en la mejilla y me voy.
El mayordomo me encuentra al bajar todas las escaleras.
- Señorita, ¿se puede saber dónde ha estado?
- He ido a visitar al príncipe.
- ¿Lo ha despertado? – dice preocupado.
- ¡Pero qué majarerías dices! Claro que no.
- Entonces, ¿a qué ha ido?
- Eso no importa. Me marcho.
- Pero nuestro príncipe quiere verla. Seguro que ya está en la última fase del sueño y no tardará en despertarse. Sígame. ¿Quiere más te?
- No, no quiero más te. Quiero que le digas que lo mejor será que nos veamos en sueños, que piense en mí cuando se vaya a dormir.
- Pero, ¿no quiere quedarse?
Miro a mi alrededor. Es todo tan bonito. Un palacio de ensueño, pero…
- No, no puedo quedarme.
- ¿Por qué? ¡Aquí encontrará todo lo que siempre ha soñado!
- No me convencerás. Me encanta soñar, pero me encanta porque al mundo real le faltan cosas de este reino. ¡Pero es mejor que no las tenga! De lo contrario, soñar perdería toda su magia.


Dedicado a mi Lidia y a mi Jan. Pongo el posesivo delante porque os siento míos. Al igual que soy vuestra cada vez que me hacéis soñar
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