«Vaya dos tontas llamándose Sépia&Calamar, vaya tontería más importante♥»

mercredi 21 avril 2010

La última estúpida vez.

Sería la última vez. La última vez de todo. Volvería a verte, pronto, pero estarías muy lejos. Quizá a dos pasos de mi, pero a muchas millas de mi corazón. Agarré la maleta con fuerza y la metí en el maletero.
- No voy a olvidarte nunca. – dijiste con una enorme sonrisa.
Me hubiese gustado creerte.
- Yo tampoco. – no podía ser más sincera.
Te abracé como si fuese la última vez. Me diste un beso en la frente y tu mano se deslizó hasta agarrar fuertemente la mía, como si fuese la última vez. Me miraste y me guiñaste el ojo, por última vez. Me acariciaste la mejilla. Me pareció notar en tu mirada que tú también sabías que sería la última vez. Volviste a abrazarme. Algo frío rozó nuestras mejillas. Me separé: estabas llorando. Jamás hubiese imaginado que llorarías por mí. Quería creer que eran lágrimas de cocodrilo, que llorabas por quedar bien. Todos los hombres sois iguales: primero lloran y luego apuñalan por la espalda. Estaba harta de ello.
- Te quiero. – me mentiste.
- Yo también.
Desgraciadamente, mis palabras eran ciertas. Estoy segura de que si hubieses sido un hombre de madera, te hubiese crecido la nariz. No me querías, no podías quererme. Eras demasiado perfecto, una tapadera que escondía un simple hombre con corazón de hombre, insensible, como todos. Romántico, entrañable, loco, gracioso, divertido, soñador. Perfectamente imposible.
- Debo irme. – dije, cortando el “precioso momento de cuento de hadas y finales felices”.
- No quiero que te vayas.
Me podía haber reído en tu cara, pero no lo hice. Por desgracia, esa última frase me tocó. Y perdí la cabeza. Te miré a los ojos y te besé. El primer beso y el último. Tu cara desconcertada, hoy en día, hubiese sido para darte un tortazo. ¿Enserio no te lo esperabas? Yo sí que tengo sentimientos.
Me giré, abrí la puerta del coche y me senté frente al volante. Me até el cinturón y me puse las gafas de sol. Ahora era yo la que lloraba, no quería que me vieses, me sentía estúpida. La puerta se cerró con un golpe seco. Bajé la ventanilla y te acercaste a la puerta.
- Buen viaje. – y volviste a acariciarme la mejilla con el pulgar, secándome una lágrima.
- Gracias. Adiós.
Y pisé el acelerador. Podía ver cómo te hacías pequeño por el retrovisor.
Mi coche ya no olía a su ambientador, olía a noches de verano, a escapadas a la playa. Mi mirada se distrajo durante un segundo mirando por el retrovisor interior: la manta de cuadros todavía permanecía arrugada en los asientos de atrás. Ella también se acordaba del frío de todas las noches y del aire de la playa.
Casi no veía la carretera. El sol me venía de cara y las lágrimas me nublaban la vista. Paré en un rincón. Respiré hondo, me sequé los ojos. Estuve a punto de darle al botón de la radio, pero sabía que el azar de sus canciones serían las que más me dolerían. Introduje un disco en el reproductor, el primero que pillé, sin mirarlo. Empezó a sonar la primera canción. Era el disco de Estopa. Al menos las canciones tenían ritmo y podían animarme un poco.

Mentira, no podían.
Sólo el tiempo y el frío del crudo invierno se llevarían los recuerdos del verano. O no.


Para su Prifri Irene.

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